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Tres flores de invierno. Sarah MorganЧитать онлайн книгу.

Tres flores de invierno - Sarah Morgan


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para todo el mundo y, en verano, los ocupantes eran mayoritariamente parejas que buscaban una semana romántica en las salvajes Highlands. Era un sitio ideal para montar en bici, observar pájaros, hacer senderismo y nadar en el lago. Pero su mayor atractivo era su proximidad a las grandes montañas. En invierno, el granero a menudo lo reservaban a escaladores.

      Las estancias cortas implicaban más trabajo para Posy. Tenía que cambiar la ropa de cama y toallas más a menudo y lavar más. Así que se había alegrado cuando Luke Whittaker lo había alquilado por cuatro meses con opción a ampliar la estancia.

      Era escalador y escritor. Necesitaba paz y tranquilidad para terminar un libro y una base que le permitiera escalar. El granero ofrecía la posibilidad de hacer ambas cosas.

      De vez en cuando, cuando ella volví a casa tarde de una sesión de entrenamiento, veía las luces de él encendidas todavía, así que sabía que Luke era un ave nocturna.

      Sabía también que se le daban bien los animales. En aquel momento, por ejemplo, llevaba a Bonnie al éxtasis acariciándole el estómago.

      Luke alzó la vista hacia ella.

      —¿Asumo que Bonnie ha pasado la prueba?

      —Sí. Ha captado tu olor inmediatamente.

      Él se enderezó.

      —¿Me estás diciendo que huelo?

      —Da gracias a eso. Así es como te ha encontrado. Está entrenada para buscar el olor humano. Si tienes miedo y estás sudando, emites un olor más fuerte.

      —Estaba enterrado en la nieve. Te puedo asegurar que de mis poros congelados no ha emanado ni una sola gota de sudor.

      —En eso te equivocas. Ella ha captado tu miedo —a Posy le gustaba bromear con él—. Y probablemente podía sentir las vibraciones de tus temblores en la nieve. Pero, en serio, gracias. Has hecho algo bueno y todos te estamos agradecidos.

      —A mí me parece que es una perra de rescate muy buena.

      —Ir a buscar cosas es su juego favorito, lo cual ayuda. Necesitas un perro que tenga un instinto fuerte de recuperar algo. Y, además, el olfato es su superpoder.

      Se abrieron paso por entre los montones de nieve hasta el camino en el que Posy había aparcado su coche. Una capa nueva de polvo blanco suave cubría la superficie de la nieve y el aire frío le adormecía las mejillas a ella.

      —¿Habéis rescatado a muchos senderistas y escaladores atrapados en la nieve? —preguntó él.

      —Sí, y a veces me llama la policía para que ayudemos a buscar a una persona desaparecida. Hace un par de semanas, Bonnie ayudó a encontrar a un anciano con demencia senil que se había perdido. Su familia estaba desesperada. Al parecer, había conseguido abrir la puerta principal, que estaba cerrada con llave, y se había ido a andar. Les alivió mucho que lo encontráramos.

      —Espera —él dejó de andar—. Pensaba que un perro rastreador y uno de rescate eran dos cosas distintas.

      —A menudo lo son. Normalmente, los perros, u olfatean el aire y siguen el olor humano, o siguen el rastro de un olor concreto. Es raro que un perro esté entrenado para ambas cosas.

      —¿Y ella lo está?

      —¿Qué quieres que diga? Es una superestrella.

      Siguieron andando.

      —¿El hombre al que encontrasteis estaba bien?

      —Con mucho frío. Bonnie lo encontró cuando se había refugiado detrás de un seto. Pasó unas cuantas noches en el hospital, pero ahora está bien. Bonnie y yo hemos ido a verlo.

      —¿Hay algo que ella no pueda hacer?

      —No le gusta ir en helicóptero —Posy hizo una mueca—. Y hemos tenido que hacerlo unas cuantas veces.

      Bonnie saltó a la parte de atrás del coche y movió la cola expectante mientras Posy se cambiaba las botas y se quitaba las capas externas de ropa.

      Tendió la mano.

      —Que tengas un buen día.

      Luke miró la mano.

      —¿Yo te doy todo mi cuerpo y tú, a cambio, solo me das tu mano? Lo menos que puedes hacer es invitarme a una taza de chocolate caliente en ese café tan acogedor que llevas con tu madre.

      —No puedo. Hoy soy empleada, no clienta —ella se sentó al volante—. Pero te llevaré a casa un trozo de tarta de chocolate.

      —Pues entonces cena conmigo. Te llevaré al Glensay Inn. Fuego de chimenea, cerveza local, buena comida y compañía fantástica.

      «Y todos los cotilleos que puedas soportar».

      —He vivido aquí casi toda mi vida, Luke. No tienes que venderme los encantos de mi pueblo. Y esta noche estoy ocupada.

      —Tú, Posy McBride, siempre estás ocupada. Cuando no estás rastreando almas perdidas con tu perro o guiando a alguien por una pared de hielo, estás trabajando en el café, cuidando de las ovejas o recogiendo los huevos de tus gallinas. Que, por cierto, son los mejores que he probado en mi vida.

      —Aquí todo sabe mejor. Es el aire. Tengo que irme —Posy sabía que su madre estaría hasta arriba de trabajo—. Es nuestra época de más ajetreo y mi madre está sola porque Vicky no se encuentra bien.

      Él separó las piernas, con las manos en las caderas.

      —Te portas muy bien con tu madre.

      A Posy le resultó extraño oír eso.

      —Es mi madre. ¿Por qué no iba a hacerlo?

      —¿Siempre habéis estado tan unidas?

      El primer recuerdo de Posy era de Suzanne abrazándola para dormirla. Recordaba el calor, la presión de sus brazos, la sensación de comodidad y de seguridad.

      —Sí.

      —¿Y algún día heredarás tú el café?

      —Ese es el plan.

      Él la observó pensativo.

      —¿Y tú estás de acuerdo con eso? ¿Nunca has sentido la tentación de viajar, de hacer algo diferente?

      Para Posy, fue como si él apretara una herida no curada del todo.

      ¿Podía confesar que sí, que sentía tentaciones? ¿Debía admitir que era algo en lo que pensaba mucho por la noche y descartaba de día cuando trabajaba al lado de su madre, que había estado siempre a su lado en las buenas y en las malas? ¿Cómo explicar la responsabilidad que sentía? Era un ancla que la mantenía atrapada en el mismo lugar. Agradecía esa ancla, pero a veces quería soltarla y lanzarse a navegar. En el mundo había montañas grandes y hermosas esperándola. Un mundo entero de aventura.

      Durante el día, sonreía a los clientes, cocinaba y preparaba cafés capuchinos perfectos, pero de noche, en la intimidad de su loft, estudiaba cumbres difíciles, paredes de hielo y roca, planeaba rutas y veía un vídeo tras otro en Internet hasta que tenía la sensación de haber escalado esas montañas personalmente.

      —Este es mi hogar. Mi familia y mi trabajo están aquí. Adiós, Luke, y gracias por lo de hoy —«gracias por provocarme pensamientos que no quería tener»—. Rick te llevará de vuelta a Glensay Lodge —puso el motor en marcha—. ¿No tienes que escribir?

      —Sí, pero, generalmente, necesito no tener las manos congeladas para eso.

      —Esta mañana he dejado troncos nuevos en el granero antes de salir para el entrenamiento. ¿Puedo suponer que sabes encender fuego?

      No lo preguntaba en serio. Luke Whittaker había escrito un libro sobre supervivencia en la naturaleza y, aunque ella no hubiera tenido ese libro en su estantería, habría adivinado que era el tipo de hombre que podía sobrevivir en las condiciones más difíciles, el tipo de hombre que podía sacar chispas frotando dos palos antes


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