Tres flores de invierno. Sarah MorganЧитать онлайн книгу.
alterado tanto a Beth, que no había sido capaz de volver a leerla.
Sin duda, Hannah tenía recuerdos propios de entonces, pero, a la hora de arrancar cosas del pasado que no le gustaban, era como un cirujano con bisturí. Cortaba y suturaba la herida.
Beth la enterraba y soportaba algún dolor ocasional, pero ella había sido más joven que Hannah.
—Soy aburrida, Jason. Soy una persona aburrida. La última vez que vi a mi hermana y hablaba de volar aquí, allá y a todas partes, ¿qué contribuí yo a la conversación?
—Espera… ¿Esto es por Hannah? ¿Puedo saber qué te ha dicho?
—Nada —Beth volvió a sentarse—. Esto no tiene nada que ver con Hannah.
—Si te ha hecho sentirte inferior…
—No me ha hecho sentirme inferior. Eso lo hago perfectamente yo sola.
—¿Quieres la vida de Hannah? —en la mejilla de él se movió un músculo—. ¿Quieres su vida libre de niños y de compromisos? Una vida, por cierto, que tú has dicho que te parece fría y solitaria.
—No quiero su vida —contestó Beth.
Aunque era cierto que había cosas de la vida de su hermana que le gustaban. Los viajes en primera clase y la interacción con los adultos, el respeto de sus colegas y el hecho de poder ir y venir sin tener que pensar en canguros.
Pero no envidiaba el aislamiento de la vida de Hannah.
Su hermana se había encerrado en sí misma. No quería contactos íntimos.
No siempre había sido así, claro.
En otro tiempo, las tres hermanas habían estado muy unidas. Tanto, que su madre no se molestaba en invitar amigas a jugar porque las tres se bastaban de sobra.
Hacía tantos años de eso, que Beth casi no podía recordar aquellos días. Alguna que otra vez, su mente se trasladaba allí y, junto con los pensamientos, llegaban recuerdos de risas y cariño, de juegos, de peleas sin consecuencias y reconciliaciones. De infancia.
Sintió una punzada de culpa por haberse mostrado cortante con su hermana ese día.
En cuanto volviera de su viaje, la llamaría y enmendaría eso. Compraría un regalo a su madre de parte de las dos. Quedarían en un restaurante, o donde Hannah quisiera. Beth no quería perder la pequeña conexión que tenía con ella. La familia contaba.
Pero ese no era momento de preocuparse por su hermana. Tenía preocupaciones propias.
—Yo soy hijo único —dijo Jason—. Y nunca he querido eso para nuestras hijas.
—Por eso tuvimos a Ruby —contestó ella.
Siempre había sabido lo desesperadamente que Jason deseaba hijos. En cuanto Melly había empezado a dormir toda la noche seguida, había sacado el tema de tener otro bebé. Estaba decidido a que Melly tuviera alguien con quien jugar y con quien contar más tarde en la vida.
Beth, que había tenido altibajos con Hannah, no estaba segura de que los hermanos fueran una garantía de apoyo y amistad, pero tampoco quería tener una hija única, así que había intentado olvidar el trauma de su primer parto. Después de todo, los primeros eran los peores, ¿no? Y, cuando Melly tenía tres años, se había vuelto a quedar embarazada.
Ruby había nacido con ocho semanas de adelanto. Y el drama y la ansiedad subsiguientes habían convencido a Beth de que dos eran suficientes. Dado que Jason no había vuelto a sacar el tema de tener más, había asumido que pensaba como ella.
No se le daba bien tener niños y eso no era algo que se pudiera perfeccionar con la práctica. La mera idea de volver a pasar por eso la llenaba de angustia.
—Siento cómo desaparece mi autoestima, Jason. Si no vuelvo a trabajar pronto, ya no podré hacerlo nunca.
Tal vez fuera ya demasiado tarde. Se preguntó si sería muy difícil volver a colocarse en modo trabajo. ¿Podría proyectar una confianza que no sentía? ¿Y si no le ofrecían el puesto? ¿Era lo bastante fuerte emocionalmente para soportar el rechazo?
—Quiero esto y es un buen momento para hacerlo —dijo—. Melly está en primero ya y Ruby va a preescolar tres mañanas a la semana.
—Pero tú las llevas y las recoges. Vais a actividades. ¿Quién hará eso?
Habían llegado a la parte de los «malabares».
—He pensado que tú podrías salir pronto un par de días a la semana y que Alison puede ayudarnos.
—Estoy seguro de que mi madre ayudará, pero yo tengo un empleo. No tiene sentido económico que renuncie a él para que tú puedas volver a trabajar.
—No te pido que lo dejes. Quizá sí que sea un poco más flexible. Esto no es una cuestión económica, se trata de mi cordura. Estoy perdida, Jason. Ya no sé quién soy. Y me siento sola.
—Siempre te quejas de que no tienes ni cinco minutos para ti misma. De que no puedes ni ir al baño sin que Melly llame a la puerta o Ruby haga una trastada. Tienes a las chicas. ¿Cómo es posible que te sientas sola?
Ella sintió una oleada de desesperación, seguida de otra emoción que no reconoció.
—Quiero verlos, Jason. Quiero saber más del trabajo.
—¿A quién quieres ver? No me has dicho nada.
Beth respiró hondo.
—Corinna ha montado una compañía propia.
—¿Corinna? —preguntó él, incrédulo—. ¿Esa es la misma Corinna que te amargaba la vida cuando trabajabas para ella?
—No me amargaba la vida.
—¿No? Estabas enferma de estrés. Despidió a tres empleados en los seis meses previos a tu marcha.
—Era una época de mucho trabajo. Estábamos todos muy presionados.
—Y Corinna era la fuente de esa presión. Te llamaba a las tres de la mañana y te gritaba. No había ni un solo momento del día en el que respetara tu intimidad. Si buscas una hermandad y mujeres que se apoyen unas a otras, no la vas a encontrar en una compañía en la que esté ella. No te va a tratar distinto porque tengas hijas, Beth.
—Yo no querría que lo hiciera.
Jason la observó un momento.
—Muy bien. Ve a hablar con ellos. Habla con Corinna. Avísame cuándo irás y me ocuparé de las niñas.
Beth se relajó un poco.
—¿Lo harás de verdad?
—Sí. Cuando recuerdes cómo es Corinna, seguramente decidirás que prefieres estar en casa con las niñas.
Jason pensaba que no iba a conseguir el trabajo.
Hasta su marido creía que ya no tenía nada que ofrecer.
¿Qué indicaba eso de él?
¿Y qué decía de ella?
Decía que tenía que conseguir ese empleo a toda costa, aunque solo fuera para probar que podía.
Capítulo 6
Suzanne
—¿Puedes colgar esas luces un poco más arriba? —Suzanne entrecerró los ojos—. Están muy bajas.
Stewart subió un peldaño más de la escalera y alzó la guirnalda de estrellas.
—¿Aquí?
—Demasiado altas —dijo Suzanne, pensando que su marido era muy paciente.
Él suspiró.
—Suzy…
O quizá no fuera tan paciente.
—Un