El significado del dolor. Nick PotterЧитать онлайн книгу.
que pagar, no puedo darme el lujo de faltar. Dependiendo de esta evaluación, el cerebro podría deprimir tu ánimo hábilmente para bajar tu ritmo como medida de protección. En la antigüedad, en las llanuras, esta disminución del ritmo era importante: prevenía o te disuadía de utilizar una parte lesionada del cuerpo y te daba tiempo para recuperarte de una infección seria. En la actualidad, muchos creen que como resultado de nuestra socialización evolucionada y nuestra necesidad de comunidad, esa depresión del ánimo también sirve para mostrarles a los demás miembros de tu grupo social que estás sufriendo y necesitas ayuda. Además, te alerta del peligro que supone quedarse solo o aislado —hoy eso se traduce en: “¿Por qué papá está de mal humor?”.
Pero algo que resulta increíble es que, incluso en el peor escenario posible, con la nocicepción a todo volumen y todos los receptores disparando a toda potencia, el cuerpo tiene la capacidad de sanarse a sí mismo. Esto se debe a que somos capaces de conseguir la bioplasticidad. De hecho, somos bioplásticos: los sensores en los receptores constantemente son reemplazados o modificados. Tienen un periodo de vida corto, de tan sólo unos cuantos días, y a medida que los nuevos reemplazan a los viejos, podemos regresar a nuestro estado previo. Por ejemplo, a través de la fisioterapia, los mecanorreceptores (que son sensibles al movimiento) cambiarán su sensibilidad y tipo a medida que se restablezca el movimiento y que el cerebro permita que la causa del dolor desaparezca.
Esto significa que nuestro estado de dolor actual no es algo fijo. Al contrario: debido a que podemos tener un efecto sobre el reemplazo de esos sensores y su sensibilidad podemos transformar nuestro dolor.
Por ejemplo, si te tuerces el tobillo y te desgarras un ligamento definitivamente se hinchará y te dolerá al instante. Los sensores en el ligamento y los tejidos circundantes comenzarán a enviar todo tipo de mensajes a la médula espinal sobre el estado del tejido y la gravedad del daño. Las sustancias químicas liberadas por las células lesionadas se filtrarán a los nervios sensibles, que a su vez enviarán señales, y esto producirá una sensación de dolor. El dolor podría ser tan intenso como para hacerte cojear y dejar de utilizar la articulación para prevenir un daño mayor. Al mismo tiempo, el cerebro movilizará todas las sustancias químicas inflamatorias y de curación, así como las células necesarias para activar la sanación. Esto continuará más o menos durante unas tres semanas, tiempo durante el cual la inflamación cederá, puesto que ya no es necesaria, y a medida que las células sanen, la producción de sustancias químicas sensibles al dolor disminuirá. Ya no se requerirán los receptores para anunciar el estado de alarma y el cerebro dejará de responder.
En cuanto vuelvas a utilizar el tobillo, los receptores pasarán por un periodo de transición. Al cargarle peso al tobillo, éste se sentirá rígido a medida que los receptores de estiramiento se despierten y que las células produzcan más receptores para monitorear y regular el movimiento. Una vez que el cerebro ha determinado que la carga y el movimiento son seguros y que no provocarán una lesión mayor, te permitirá ser más activo. Los mecanorreceptores locales pasarán de ser de alarma para convertirse en mecanorreceptores de movimiento y actividad.
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Probablemente hayas notado que no he hablado sobre los receptores del dolor. Esto se debe a que ¡no contamos con ninguno! Así como tampoco tenemos “nervios del dolor”, “canales de dolor” ni “centros de dolor”.
Esto es porque, como sugerí anteriormente, el dolor es lo que experimentamos cuando el cerebro decide notarlo, por lo general al percatarse de que ese estímulo es real o potencialmente peligroso y cuando quiere avisarnos que se requiere algún tipo de respuesta protectora. La decisión del cerebro de advertir el dolor es provocada no sólo por los sensores en los tejidos sino también por los mensajes filtrados y añadidos por otras partes del sistema nervioso, los cuales evalúan, modifican y deciden si esto representa o no un problema para nosotros. Nuestro cuerpo posee una red de estaciones que alimenta la “decisión” respecto a experimentar dolor o no.
En efecto, en realidad sólo el cerebro puede experimentar dolor o sufrimiento. Tal vez necesites algo de tiempo para reflexionar sobre este punto.
Sin embargo, lo que resulta aún más extraño es que, si en este momento te atravesara el cráneo, lo abriera y te encajara un lápiz en el cerebro, no sentirías ningún dolor. Cualquier dolor que experimentaras no provendría del tejido cerebral sino de los receptores nociceptivos dañados en la piel, las membranas y las superficies óseas del cráneo que lo rodean. El tejido cerebral no contiene receptores nociceptivos. En realidad, aprovechamos este hecho todos los días durante las cirugías cerebrales, en las que comúnmente los pacientes están despiertos para ayudar al cirujano a evitar zonas importantes que sería catastrófico cortar. Quizá por esto te sorprenda escuchar que los tumores cerebrales rara vez se presentan con dolor de cabeza como su síntoma principal. Únicamente cuando el tumor comprime estructuras importantes que previenen su correcto funcionamiento tienden a ocurrir los primeros síntomas, como cambios en el estado de ánimo o epilepsia.
Existen dos explicaciones para la ausencia de sensación de dolor en el cerebro. Primero, el cerebro y la médula espinal se desarrollan independientemente de los nervios periféricos del cuerpo durante la etapa embrionaria, por lo que ninguno de los tres principales nociceptores (mecánicos, térmicos y químicos) existe en el cerebro. Los antropólogos creen que la naturaleza probablemente decidió que, para cuando esos receptores comenzaran a disparar, todo habría terminado, pues la magnitud del daño al “centro de control” sería demasiado grande, así que el espacio ocupado por estos receptores podría ser mejor aprovechado por otras funciones.
Pero, entonces, ¿por qué nos duele la cabeza? Bueno, porque existen muchas estructuras sensibles al dolor en la cabeza y el cuello que pueden referir dolor alrededor de los ojos y el cráneo. De hecho, los dolores de cabeza no se originan en el cerebro.
Como he dicho antes, el dolor es lo que experimentamos una vez que el cerebro decide notarlo. Por eso la mayor parte del tiempo los sistemas sensoriales y nerviosos del cuerpo responderán ante un estímulo “dañino” sin que nosotros nos percatemos de ello. Es sólo cuando el cerebro considera necesario “expresar” estos mensajes y cuando la suma de éstos es suficiente que traerá el problema a nuestra conciencia, ya sea mediante una reacción física (retirar el dedo del fuego) o al experimentar dolor.
En resumen, a final de cuentas todos estos sistemas están diseñados para advertirnos, alarmarnos o, lo que es más importante, protegernos. Así que, aunque parezca increíble, el dolor es algo bueno. Esto lo sabemos gracias a un grupo de desafortunados individuos que son incapaces de sentir dolor. Algunos de ellos no viven mucho tiempo y muchos padecen problemas que no pueden detectar debido a que no cuentan con sistemas internos de alarma (ahondaré en esto más adelante). A nivel filosófico, también podríamos decir que el dolor es importante simplemente porque demuestra nuestra existencia. El dolor y el sufrimiento forman parte de la condición humana.
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Entonces, ¿cómo es que algunas personas parecen experimentar dolor con mayor intensidad que otras? René Descartes creía que la intensidad y el tipo de dolor se relacionaban simplemente con el nivel y el grado de daño al tejido. Por ejemplo, entre más se entierra una aguja en la piel más dolor se percibe, sin importar quién lo experimente. Sin embargo, esta teoría fue refutada por una investigación realizada en 1956 por el doctor Henry K. Beecher,⁴ un pionero anestesiólogo militar. Al comparar a un grupo de soldados que padecía lesiones severas con un grupo de civiles, encontró que menos del 25 por ciento de los soldados solicitó analgésicos como la morfina, en comparación con 83 por ciento del grupo de civiles. Por supuesto, puede ser que las tropas simplemente hayan sido más “resistentes”, y existía la posibilidad, de acuerdo con Beecher, de que la habilidad de los soldados para sobrellevar el dolor se debiera al contexto, en el sentido de que para muchos de ellos la herida implicaba que estaban oficialmente fuera de combate, que volvían a casa y que ¡por lo menos no habían muerto! Pero esto no explicaba la poca necesidad que los soldados tenían de aliviar su dolor. El estudio mostró que en realidad existe poca correlación entre la magnitud de una herida patológica y el dolor experimentado.
En 1965, el