El significado del dolor. Nick PotterЧитать онлайн книгу.
de la puerta de control del dolor”, bajo la premisa de que ciertos grupos de células nerviosas abrían y cerraban “puertas”, permitiendo o denegando el paso de los mensajes. Esto también dio lugar a la idea de que tenían que existir suficientes mensajes para alcanzar un “umbral” antes de que el sistema nervioso central los reconociera. Asimismo, mostró que existían otros procesos y factores que determinaban cómo y cuándo se experimentaba dolor.
Adicionalmente, Wall y Melzack experimentaron con diferentes estímulos para confundir al cerebro. Jugaron con la idea de establecer contextos alrededor de la estimulación del dolor, por ejemplo, al utilizar el estrés y el miedo para ver si se producía un cambio en el grado de dolor reportado por los sujetos, y así fue. Esta investigación arrojó algo de luz respecto al curioso hecho de que el dolor puede perdurar mucho tiempo después de que la lesión inicial haya sanado, o incluso presentarse aunque en un inicio no exista ninguna lesión o proceso de enfermedad —un enigma que ha sido magníficamente expresado por el doctor Fabrizio Benedetti, profesor de Fisiología y Neurociencias en la Universidad de Turín,⁶ y un experto en placebos, quien afirma de forma concisa: “El dolor es producto del procesamiento abajo-arriba y de la modulación arriba-abajo”.
En este capítulo, hemos cubierto el procesamiento abajo-arriba del dolor, es decir, la nocicepción, la respuesta sensorial del sistema nervioso ante los estímulos dañinos, y en el siguiente exploraremos el procesamiento arriba-abajo, es decir, la forma en que el cerebro experimenta el dolor y cómo reacciona ante el mismo, así como el hecho de que podemos sentir dolor sin que exista ninguna causa física o razón aparente.
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Cuando el dolor se vuelve un hábito
Comprende que todo está conectado con todo lo demás. —Leonardo da Vinci
En el capítulo anterior vimos que el dolor es aquello que experimentamos cuando el cerebro decide que una lesión o cualquier otra fuente de dolor es suficientemente seria como para causarnos un problema. Pero, entonces, ¿por qué a veces el cerebro sigue registrando dolor incluso mucho tiempo después de que una lesión haya sanado? Mucha gente (actualmente cerca de 43 por ciento de la población adulta en el Reino Unido) experimenta dolor que persiste por más de tres meses y que puede continuar durante años aunque no exista ninguna lesión estructural u orgánica a la cual atribuirlo.¹ Éstos son pacientes cuyas radiografías, resonancias magnéticas y análisis de sangre muestran señales de normalidad, pero que aun así experimentan dolor debilitante. ¿Cómo puede ser?
Regresemos a la oficina central. Su labor es recopilar toda la información que se considera de importancia (tanto en la estación como en la oficina local) y responder a ella. En la primera etapa, esto involucra monitorear las repercusiones de un disturbio local (una lesión o herida en el dedo) y decidir si la situación se está arreglando o si representa una creciente tendencia política o un grupo activista que ocasionará problemas (quizás una infección en la herida).
La oficina central también se apoya en su experiencia de eventos pasados para entender el contexto alrededor del disturbio (lesión). Lo sucedido en el pasado puede predecir el nivel de alarma que se detonará, y la oficina central podría requerir la ayuda de otros departamentos para valorar el significado y el riesgo del disturbio. En términos físicos, esto comúnmente involucraría los centros emocionales y cognitivos, aquellos capaces de analizar el significado de fondo: es decir, ¿cuán importante podría ser la lesión? Por ejemplo, si eres guitarrista o cirujano, lastimarte un dedo implicaría un desastre mayor que si eres cantante u oculista.
Como hemos visto anteriormente, por lo general la alerta de la nocicepción cede a medida que la lesión sana y el estado de alarma de la oficina central desaparece. A lo mucho, un recuerdo de la lesión o de la acción que la produjo será almacenado o registrado para responder rápidamente en un futuro. Es decir, será etiquetado. Así también, los departamentos clave necesarios para enfrentar la lesión serán recordados para garantizar una movilización rápida. Todo el evento dejará una respuesta o “marca” que será única para cada evento. En la ciencia del dolor esto se conoce como “neurofirma” (recuerda esta palabra: regresaremos a ella en breve).
Casi todas las lesiones presentes en un cuerpo sano, incluyendo fracturas de huesos, sanarán en un periodo de entre cuatro y seis meses, por lo que no esperaríamos que la nocicepción asociada continúe mucho después de ese tiempo. En ocasiones, la inflamación y los nervios alrededor de la lesión pueden provocar dolor por algún tiempo, pero por lo general se acepta que cualquier recuperación habrá tenido lugar en un plazo de tres meses. Cuando el dolor persiste más allá de este punto, entonces se le define como “crónico” (en términos de duración mas no de severidad).
Lo que ahora sabemos es que si el dolor dura más tiempo del esperado, y otros miedos, contextos o recuerdos asociados se adhieren a él mediante un filtro de sensibilizadores como la edad, el género y algún trauma del pasado, así como experiencias previas o de la infancia, entonces puede establecerse como una especie de mal hábito. Los científicos se refieren a este tipo de experiencia periférica negativa del dolor como “relación señal-alerta”, la cual incrementa la activación de canales de calcio en el sistema nervioso, que a su vez impulsa el número de mensajes que viajan alrededor y entre las células nerviosas. Se cree que esto provoca la “sensibilización central”, un fenómeno descrito por primera vez en 1983 por un brillante anestesiólogo y neurobiólogo, el doctor Clifford Woolf del University College de Londres (ucl).² La sensibilización central se define como una “amplificación de las señales neurales en el sistema nervioso central que provoca hipersensibilidad al dolor”, y es el proceso mediante el cual el cerebro se ve implicado en una estimulación prolongada producto de la inflamación en los tejidos de la periferia. Básicamente, aumenta el volumen y la intensidad de todo. Un estudio realizado en Estados Unidos en 2009 mostró que las personas que padecían dolor de cuello a causa de una lesión muscular también experimentaban mayor sensibilidad al tacto en otras partes del cuerpo (piernas y brazos), y que cuando recibían inyecciones de analgésicos en los músculos del cuello, las otras partes también se hacían menos sensibles al tacto.³
Woolf argumentaba que la sensibilización central tiene tres efectos: disminuye el umbral de disparo de los nervios, hace perdurar los efectos secundarios del dolor y ocasiona que los impulsos provenientes de los tejidos circundantes se consideren nocivos incluso cuando no lo son. En efecto, es un tipo de “trastorno del aprendizaje” neurobiológico en que el cerebro malinterpreta y registra mensajes y no puede cambiar de rumbo. Algunos científicos lo asemejan a una forma de condicionamiento clásico. Así como los perros de Pavlov aprendieron a salivar en respuesta a una campana, el sistema nervioso se vuelve más sensible para responder a pequeños estímulos con dolor crónico.
Las neuronas en el cerebro pueden formar las sinapsis (uniones) para estos circuitos de hábitos con extrema rapidez. Diversas investigaciones han mostrado que una neurona puede recorrer hasta 30 por ciento de su longitud mediante una especie de acción ameboide que consiste en girar y retorcerse hacia otra neurona con la cual desea vincularse. La dirección hacia la cual tiene que apuntar es determinada por un mensajero químico, emitido por la otra neurona que la invita a unirse. Asimismo, cada neurona puede producir los brotes necesarios para vincularse con todas las neuronas que desee. Esto opera a nivel exponencial, extendiéndose en todas direcciones, facilitando múltiples posibilidades de conexión y permitiéndole al cerebro aprender, adaptarse y cambiar con gran rapidez. Como explicó el profesor V. Ramachandran, un neurobiólogo de ucl, en una reciente conferencia ted:⁴ “El cerebro posee 100 mil millones de neuronas, cada una de las cuales puede formar entre 1,000 y 10,000 conexiones. Esto supera el número de partículas elementales en el universo”. En efecto, los bebés pueden formar 3 millones de sinapsis nuevas por segundo, lo cual podría caber en la cabeza de un alfiler.
Estas millones de neuronas interconectadas reposan en un caldo de células inmunes y vasculares que se comunican entre sí a través de intrincados mecanismos electroquímicos y moleculares. Algunas células se encargan de conectar, otras de abastecer y apoyar, y algunas más de proteger. El cerebro constantemente elimina, reconstruye y mejora estas conexiones a través de un eterno proceso de remodificación, el cual resulta