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Reclamada por el jeque. Pippa RoscoeЧитать онлайн книгу.

Reclamada por el jeque - Pippa Roscoe


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dirigió la mirada hacia su padre, quien observaba en silencio la conversación, como si intuyera el fondo del asunto que se le escapaba a su hijo.

      –Sin embargo, la tradición dice que tendréis que esperar a que esté casado.

      La furia había dejado paso a la frustración cuando se acordó de las citas que le habían concertado los últimos meses con princesas distinguidas y dispuestas o con consejeras delegadas muy resolutivas. Cualquier cosa para impedir que lo que había dicho su madre lo alterara; iban a subirlo al trono, por fin iba a heredar el peso de la responsabilidad de una cultura centenaria y de cerca de tres millones de personas.

      –Bueno, tú fracasas estrepitosamente en encontrar una novia –se burló su madre en un tono afable–, pero nosotros no podemos esperar toda la vida, ¿no? Ya no somos jóvenes y ya va siendo hora de que tenga a mi marido para mí sola, para variar. En cualquier caso, quiero que Mason esté en la fiesta y que tú hagas lo que sea necesario para conseguirlo.

      * * *

      Hacía mucho calor aunque era temprano y Mason sabía que estaban quedándose sin tiempo. Tenía que moverse si quería llegar al cercado de su finca en Australia. Apretó un poco más la cincha de la silla y Fool’s Fate coceó un poco el suelo. Le dio una palmada en el flanco para tranquilizarlo y se dio la vuelta. Su padre estaba detrás de las alforjas, en el patio de los establos.

      Parecía como si hubiese envejecido diez años, no los dieciocho meses que ella había estado fuera. Tenía las sienes completamente blancas y los ojos hundidos con unas ojeras azuladas. Dominó el arrebato de impotencia y tristeza porque sabía que Fool’s Fate lo notaría. Su padre recogió una de las alforjas y se la entregó. Ella la agarró, se volvió hacia el caballo y la sujetó a la silla, tomándose el tiempo que necesitaba.

      Más allá de los establos, los campos verdes como la esmeralda se extendían hasta las lejanas montañas, unas montañas que siempre le habían transmitido tranquilidad y que, en ese momento, parecían presagiar algo sombrío. Tomó aire y notó el calor espeso en los pulmones.

      Joe McAulty estaba pensando algo, aunque no iba a abrir la boca para decirlo hasta que estuviese dispuesto. No se le podía meter prisa. Por eso, se limitó a seguir cargando las alforjas hasta que dijera lo que tenía que decir.

      –No creía que fuera a suceder tan pronto.

      –Papá, no puede hacerse nada.

      Siempre había replicado lo mismo desde que él le habló por primera vez del cobro de la deuda.

      –Después de todo lo que hiciste, de lo que ganaste por la Hanley Cup…

      –Papá, Mick murió.

      Mason lo dijo por encima del hombro y sofocó el dolor que sentía por el vecino que le había parecido un bobo desde que ella era pequeña. Sin embargo, su padre decía las cosas sin rodeos y no conocía el lenguaje de los sentimientos.

      –¿Quién iba a pensar que su hijo reclamaría la deuda tan pronto? Efectivamente, si no lo hubiese hecho, el dinero que ganaste podría habernos servido solo para un par de años, pero también podría haber surgido algo.

      Ella se dio la vuelta por fin. Su padre estaba dando patadas al suelo y miraba los rayos del sol de la mañana que se filtraban por la nube de polvo.

      –Papá, todavía no hemos perdido la finca –Mason sabía que él se sentía culpable, pero ella no podía culparlo ni mucho menos–. El trabajo que hacemos aquí con los chicos es tan importante para mí como lo es para ti… y es muy caro. Mantener los caballos, los tutores, los fisios, los empleados… Que el hijo de Mick reclame el préstamo solo es algo con lo que tenemos que lidiar –algo que se sumaba a todo lo demás, se dijo ella para sus adentros–. Joe –ella lo llamó por el nombre de pila, como todos los empleados–, no voy darme por vencida sin pelear, y menos con ese ranchero arribista del tres al cuarto.

      Él esbozó una sonrisa triste. Los dos eran muy desafiantes. Ella se giró otra vez hacia el caballo y fingió que estaba comprobando las alforjas.

      –A lo mejor puedo montar con otra cuadra. Me saldrán muchas oportunidades después de la Hanley Cup.

      –Yo no te pediría que hicieras algo así –replicó su padre bajando la voz.

      –No fue tan grave, papá.

      Mason fue incapaz de mirarlo. Se habría dado cuenta. La había criado él solo desde que tenía dos años y se daba cuenta de todos sus secretos o de todas sus mentiras. Volver a correr… Efectivamente, no había sido tan grave como había creído y montar a Veranchetti había hecho que se sintiera viva y plena como no se había sentido desde hacía años, pero sí le había costado, había desenterrado muchos sentimientos que tenía que dilucidar. Por eso había decidido ir a arreglar el cercado ella misma.

      Le había costado correr, pero ¿Danyl? No, no le había costado discernir lo que sentía hacia él. Tenía que mantenerse alejada de él como fuera.

      Se recogió con una cinta los mechones de pelo largo y oscuro para que la brisa le refrescara el cuello. Observó el sol que se ponía entre las enormes montañas que bordeaban el valle del rio Hunter y tomó la primera bocanada de aire que había tomado con tranquilidad desde hacía casi dieciocho meses. La cabalgada hasta allí había sido increíble. Se conocía como la palma de la mano cada promontorio y cada hondonada de esa finca para criar caballos donde había tenido la suerte de criarse también ella.

      Cada vez que salía, cada vez que veía ese valle verde flanqueado por montañas que parecían torres de vigilancia que lo defendían, se preguntaba cómo era posible que su madre se hubiese marchado. Su padre había intentado explicarle a lo largo de los años que su madre había sentido la necesidad de encontrar algo más… y si era sincera consigo misma, ella también sintió algo parecido hacía diez años, cuando fue a Estados Unidos a formarse como amazona. Sin embargo, el hogar y los anhelos no eran algo inalcanzable, estaban al alcance de la mano y era algo que había aprendido por las malas. No le importaría marcharse, pero no volvería a hacerlo.

      Se llevó la taza humeante a los labios y aspiró el olor a café mezclado con el de tierra mojada y el del bosque que había cerca. Si captaba el olor a sudor, heno, estiércol, dolor y algo viril, se negó a reconocerlo, era solo la memoria que le jugaba una mala pasada. La oscuridad de la noche iba adueñándose del manto color esmeralda del valle y de la finca que había intentado salvar con uñas y dientes. El dinero de las tres carreras que había ganado para El Círculo de los Ganadores debería haber bastado. Acalló la vocecita que le llegaba desde el corazón y le preguntaba por qué no había bastado. Jamás había tenido lástima de sí misma, si la hubiese tenido, lo habría pasado muy mal desde hacía mucho tiempo. Había hablado con el hijo de Mick como si no supiera que era un ser rastrero que quería convertir la finca colindante a la suya en un terreno de lujo, que quería vender al mejor postor la tierra que había sido de su familia desde hacía siete generaciones, que quería dinero. ¿Por qué todo acababa reduciéndose a dinero?

      Lo que habían hecho su padre y ella no tenía precio, habían ayudado a relacionarse con los caballos a chicos con problemas de aprendizaje que solo necesitaban algo positivo en sus vidas, les habían enseñado a montar a caballo, a querer a otro ser vivo y a que los quisieran a cambio. Cuando su madre se marchó, su padre tuvo que quedarse para criarla y renunció a su carrera de entrenador, pero había visto la manera de seguir con lo que más amaba. Había contagiado su amor a los caballos a cientos de niños, adolescentes y adultos jóvenes. Quizá no hubiese sido una solución definitiva y era posible que no hubiese servido para ayudar a todos los chicos que habían pasado por allí, pero sí había ayudado bastante. El placer infinito de ver transformarse a un chico que era incapaz de mirar a alguien a los ojos, de que por fin se abriera, de que se convirtiera en alguien más radiante, de que sonriera y se riera por primera vez desde hacía muchísimo tiempo… Eso lo compensaba todo.

      Sin embargo, tenían que ampliarse para poder seguir. Necesitaban más sitio para los tutores, los empleados y los niños. No tenían pérdidas, pero si no ampliaban el


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