Эротические рассказы

Sueños de verdad. Vicki Lewis ThompsonЧитать онлайн книгу.

Sueños de verdad - Vicki Lewis Thompson


Скачать книгу
Trudy estuviera con su niño la ponía nerviosa. Aquella mujer se volvía muy posesiva con el pequeño.

      Mientras enceraba la mesa del comedor pensando en Joe y los pétalos de rosa, entró Trudy con Gus en brazos. Era alta, rubia y siempre iba muy arreglada y no parecía estar muy cómoda cargando al niño, lo cual alivió bastante a Darcie.

      —No entiendo por qué insististe en poner a tu hijo el nombre de tu padre —dijo Trudy—. Creo que deberías llamarle por su segundo nombre. Gus es un nombre ridículo para un niño tan pequeño, ¿no te parece?

      Gus se rio pensando: «Te saldrán verrugas en el trasero por decir eso, abuelita».

      —Pues a mí me gusta —acertó a decir Darcie con toda la amabilidad de que fue capaz, apretando bien los dientes—. Mi padre solía decir que suena bien al oído, igual que una lluvia de primavera sobre los tejados de paja.

      —Resulta encantador, y muy irlandés, pero los irlandeses han sido siempre tan pobres, Darcie. Gus suena a, bueno, a nombre de campesino.

      Gus golpeaba con sus manitas las mejillas de la señora Bart.

      —No hay nada malo en ser un campesino —Darcie se concentró con más fuerza en sacar brillo a la mesa, intentando esconder el temperamento que había heredado de sus antepasados, todos campesinos. No había un solo Director General entre todos ellos. Pero no podía perder los nervios con la señora Butterworth. Aquella mujer había sido su primera clienta y había recomendado a Darcie a todas sus amistades de la alta sociedad de Tannenbaum y rápidamente ella firmó todos los contratos que pudo en la zona residencial, lo cual facilitaba considerablemente su tarea.

      Y Darcie estaba convencida que igual que la señora Butterworth lo había hecho, podía destruirlo en un abrir y cerrar de ojos. Un simple comentario en el momento preciso durante un acto social de los Tannembaum sobre la desaparición de algún objeto en casa de los Butterworth después de que Darcie hubiera estado limpiando allí, y su próspero negocio se iría al traste.

      Algo así ya sería bastante malo, pero la señora Butterworth podía asestarle un golpe mayor, y si se enfadaba de verdad, podía buscar la manera de quitarle al niño. Ella y el señor Butterworth podrían darle todas las comodidades mientras que Darcie tenía que vigilar constantemente si podía llegar a fin de mes. El tribunal estaría del lado de Darcie probablemente, a menos que los Butterworth contrataran a uno de esos abogados embaucadores. Darcie no podría resistir la presión a la que la someterían, por lo que decidió no meterse en problemas. Su santo padre le había enseñado la regla de oro: los que tienen el dinero son los que ponen las normas. Por un tiempo la olvidó, mientras andaba con Bart Butterworth hijo, pero ya lo había borrado de su memoria.

      —Supongo que los campesinos tienen su sitio —dijo la señora Butterworth—, pero preferiría que no hubiera ninguno en nuestra familia. De hecho, el otro día estaba pensando que sería bonito si de verdad fueras francesa, porque eso te daría caché.

      —Bueno, siento decirle que no hablo esa lengua.

      —Pero eso se podría remediar. Toda nuestra familia habla francés, lo que me recuerda algo que me dijo mi hijo Bart la otra noche. Él…¡ay! Gus, me haces daño.

      «Solo estaba comprobando que el pelo está pegado a tu cabeza, eso es todo».

      —Gus, ten cuidado con eso —le dijo Darcie, disimulando una sonrisa. Reflejado en la mesa encerada, veía a Gus darle otro tirón al lamido pelo de la señora Butterworth, mientras esta luchaba por desenredar los dedos del niño.

      —Bart no es un mal chico —dijo la señora Butterworth.

      —Claro —respondió Darcie. «Yo diría más bien que es un mal hombre», pensó.

      —Es solo un soñador que quiere alcanzar un sueño.

      —Sí, siempre tuvo la cabeza en la… en las nubes —se corrigió Darcie rápidamente—. Estoy encantada de que esté en la selva Amazónica —y se lo imaginaba luchando con cocodrilos devoradores de hombres.

      —Tienes un corazón muy generoso, Darcie. Me hace feliz saber que comprendes que mi hijo Bart es uno de esos espíritus libres de los que no se pueda esperar que se ciñan a las normas que dicta la sociedad.

      —No, él dicta sus propias normas —le sonrió Darcie.

      —Me tranquiliza saber que no le guardas rencor, porque estoy segura de que cuando esté preparado, volverá y asumirá todas sus responsabilidades paternales.

      La idea le produjo pavor a Darcie. Había oído hablar de padres que, después de mucho tiempo, aparecían y reclamaban el cuidado de los hijos que habían abandonado. Si algo así llegara a sucederle a ella, quería estar preparada. En primer lugar, quería estabilizarse económicamente, para lo cual necesitaba volver a la escuela. En segundo lugar, si Bart hijo aparecía de nuevo, querría que la encontrara casada. Sabía que encontrar al hombre adecuado sería complicado y llevaría su tiempo, pero le gustaría que Gus tuviera un padre, especialmente si Bart hijo decidía de repente reclamar ese derecho.

      —Ojalá nos permitieras pagarte la matrícula para que puedas terminar tus estudios de diseño de interiores —continuó la señora Butterworth—. Es una pena que tuvieras que dejarlo cuando solo te quedaba un semestre para terminar.

      Darcie sabía que no podía aceptar. En el momento que le pagaran la matrícula, se establecerían lazos de dependencia a su alrededor que nunca podría soltar, y al final, se quedarían con Gus, sería como si ella se lo hubiera entregado. Pero tenía que rechazarlo con delicadeza.

      —Es usted muy amable, señora Butterworth.

      —Llámame Trudy, querida. Te lo he dicho mil veces, pero insistes en seguir llamándome señora Butterworth.

      —No quiero hacerlo porque, a pesar de todo, usted es mi clienta, y si empiezo a tutearla, se me podría escapar con otras clientas. Es un asunto profesional, si quiere, y prefiero mantener una relación formal con mis clientes —pensó fugazmente en Joe Northwood, pero eran solo notas inofensivas—. Espero que pueda comprenderlo.

      —Supongo que sí, Darcie. Tus clientas no querrían pensar que olvidas tu posición respecto a ellas, claro.

      En ese momento, Gus le vomitó en un ojo.

      —Ohhh, Gus, ¡estás muy agresivo hoy! —y la señora Butterworth se limpió el ojo con cuidado de no estropearse el maquillaje.

      Darcie se agachó entonces y se puso a guardar la cera para que la señora Butterworth no la viera sonreír. Gus estaba graciosillo esa tarde.

      —Entonces, ¿qué me dices de la matrícula? —volvió a preguntar—. Creo recordar que te hacían falta unos dos mil dólares. Incluso podrías dar algunas clases de francés. Me encantaría firmar un cheque ahora mismo y que pudieras empezar en enero.

      —Le diré algo, señora Butterworth —Darcie pensó rápidamente—. Estoy esperando una herencia de mi padre. Con un poco de suerte, podría recibirla justo a tiempo. Si no es así, se lo haré saber. Me gustaría dejar su amable oferta un poco en reserva en caso de que la pueda necesitar, pero creo que puedo arreglármelas sola —su padre no le había dejado ni un triste centavo, pero lo que sí debía haber heredado de él era el don de tener esa labia para inventarse algo así.

      —Bueno, si estás esperando algún dinero…

      —Es algo casi seguro, sí —Darcie se preguntó si podría encontrar a un duendecillo que la guiara hacia ese pozo lleno de oro. No podría mantener el ritmo de trabajo que llevaba ahora. Hasta que Gus no empezara a caminar, podría seguir llevándolo con ella a las distintas casas en las que limpiaba, pero una vez pudiera salir del parque, dificultaría enormemente su tarea. Necesitaba cambiar de táctica y debía hacerlo ya.

      —Bueno, todos nos sentiríamos muy aliviados si pudieras terminar tus estudios para comenzar una verdadera profesión —dijo la señora Butterworth—. Resulta un poco embarazoso, ya sabes.

      —Podría decirle a sus amistades


Скачать книгу
Яндекс.Метрика