Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine MurrayЧитать онлайн книгу.
Que le preparase el café y se sentara a la mesa con ella como la otra mañana. Acariciándola en todo momento con su mirada y convirtiendo su desayuno en el mejor que había tomado en su vida, la verdad. Lanzó una mirada por encima de su hombro para comprobar si la seguía. Y, efectivamente, allí venía. Con aspecto de dejado, pero atractivo de igual modo. Y esa sonrisa juguetona en todo momento en sus labios. Cómo los había extrañado en las últimas horas, pensó humedeciéndose los suyos.
Se situó junto a ella mientras esperaba a que le dirigiera la palabra. El aroma a café recién hecho se mezcló con el de ella provocándole el deseo de besarla justo ahí, donde latía su vena. Lo miró con curiosidad, esperando a que él pidiera.
–Un café solo, por favor.
–Olvidaba que tú, como buen italiano, lo prefieres corto y fuerte –comentó con ironía. Buscando provocarlo. ¿Estaba enfadada con él porque no había despertado a su lado en la cama?
–Sí, pero siento decir que el café aquí no tiene nada que ver con el que tomarás en Florencia –le comentó devolviéndole el golpe. Quería encenderla, picarla, ver su reacción. Quería divertirse con ella un rato. Después de la pulla que le había lanzado acerca de que no había estado para prepararle el desayuno, él no estaba dispuesto a dejarla pasar.
–Ya lo veremos.
Durante unos instantes, en los que ambos bebían de sus tazas, ninguno dijo nada. Pero no consiguieron apartar sus respectivas miradas del otro. Como si de una competición se tratara. Fiona sintió que por un momento la taza temblaba en su mano. Un temblor provocado sin duda por la cercanía de Fabrizzio.
–¿Por qué volamos a Pisa y no a Florencia? –le preguntó de manera casual, queriendo romper el incómodo silencio que se había establecido entre ambos.
–No hay vuelo directo. Pero no te preocupes, cogeremos el tren en el aeropuerto de Pisa para que nos lleve a Florencia. Allí nos recogerá Carlo, ya sabe a qué hora llegaremos.
–Lo que tú digas. Yo me fío de ti –le dijo desviando por primera vez su mirada de él.
–¿Puedo saber qué te sucede? ¿No has dormido bien? Estás…
Fiona entrecerró los ojos fulminándolo con su mirada por el comentario que acababa de hacer.
–¿Cómo estoy si puede saberse? –le retó con un tono sarcástico. Cabreada por lo que sentía por él. Por no poder apartar de su mente tórridas escenas de ambos. Por echarlo de menos esa mañana al despertar. Por tener que pasar una semana con él y haberse hecho la promesa de no sucumbir a sus encantos una vez más. Eso la encendía. Y más si él hacía preguntas de ese tipo.
Fabrizzio sonrió de forma socarrona. Divirtiéndose al verla reaccionar de aquella manera. Había sido bastante explícita al revelarle que había echado de menos su desayuno. ¿Solo eso? Estaba convencido de que en el fondo le estaba pasando lo que a él. Sentían la química del deseo flotando a su alrededor. La atracción se había sentado entre ellos compartiendo la mesa de la cafetería. Y sin duda había decidido irse a Florencia con ellos. De eso estaba seguro. Fiona se puso las gafas para que él no se percatara de la necesidad, del anhelo que asomaba a sus oscuros ojos. No quería mostrarse débil ante él. Que pensara que lo echaba de menos. Que sentía la necesidad de acariciarlo, de sentir su mano trazando el perfil de su rostro. Cómo le fastidiaba tener que comportarse de esa manera. Pero quedaron que sería un comportamiento profesional.
–Solo quería saber si te pasaba algo. Nada más –le susurró con voz ronca, acercándose peligrosamente a su rostro. El aroma de su perfume invadió una vez más sus sentidos. Después, dejó que su pulgar acariciara la comisura de los labios de Fiona. Aquel leve contacto la sobresaltó. Se levantó las gafas y lo miró confundida, con la respiración tan revolucionada que sus pechos subieron y bajaron de manera sensual y provocativa. Las alarmas en su interior se dispararon. Y, mientras, Fabrizzio se limitó a sonreír mostrándole la yema de su pulgar manchada de café.
Fiona no sabía si debía abofetearlo o coger su cara entre sus manos y besarlo con esa necesidad urgente que sentía desde la otra noche en que lo dejó en su hotel. En cambio, se humedeció los labios como si estuviera invitándolo a probarlos. A adueñarse de ellos sin pedirle permiso. Deslizó el nudo que se le había formado en la garganta y que parecía haber bajado hasta su estómago. Le gustó su atención, su delicadeza, su detalle por limpiarle el café. En verdad que nunca había conocido a nadie como él. Ni tampoco tenía intención de conocer a otro. Con él… era suficiente. Y lo sabía aunque se sintiera ofuscada consigo misma, porque lo que a otros espantaba, a él no parecía afectarle. Y no era una cuestión de que él fuera el director de la Galería Uffizi de Florencia, y que tuvieran que trabajar juntos. Era una cuestión de que ella se había visto sorprendida por su forma de ser, antes siquiera de saber quién era en realidad.
–Tal vez deberíamos pasar el control –le sugirió dándose cuenta que ella parecía haberse quedado petrificada por su simple gesto–. Ya sabes que llevará su tiempo.
–Cierto. Pero antes quisiera ir al aseo. ¿Te encargas de mi maleta?
Fabrizzio asintió mientras ella se alejaba algo alterada. Necesitaba refrescarse. Aclarar su mente y preguntarse qué estaba haciendo. Empujó la puerta del aseo de mal humor y abrió el grifo del agua fría. Necesitaba refrescarse para aplacar la temperatura que su cuerpo desprendía en esos momentos. Apoyó las manos sobre el mármol frío y se concentró en la imagen que el espejo le devolvía. Se humedeció las manos y se dio pequeños toques por el rostro y el cuello. Entrecerró los ojos como si se estuviera retando, pero en ese momento sintió cómo una gota de agua resbalaba muy sutilmente por su canalillo provocándole una sensación agradable y placentera. Cerró los ojos y recordó cómo Fabrizzio había dejado que su dedo primero, y su lengua húmeda después, hicieran ese mismo recorrido. Trató de serenarse y salir del aseo con otra cara, otro talante distinto al que había mostrado hasta ahora. Pero sin bajar la guardia ante él. «Profesionalidad ante todo«, se dijo lanzando una última mirada al espejo y viendo cómo asentía de manera firme.
Lo encontró en la barra mientras recibía el cambio de los cafés. Fiona se dio cuenta de que no le había dado dinero para pagar el suyo. Bueno, tampoco era para tanto.
–¿Estás lista? –le preguntó tratando de que su mirada no la recorriera de arriba abajo y el deseo volviera a llamar a su puerta.
–Sí, claro. Oye, gracias por el café.
–No tiene importancia.
–Bueno, es lo menos que podías hacer ¿no? –le rebatió con ironía, mientras él la miraba sin comprender su comentario–. Por no preparármelo en casa esta mañana. –Le guiñó un ojo y le regaló una sonrisa no exenta de picardía. Quería ser más dura con él, pero cuanto más lo intentaba, más le costaba. Y más juguetona se volvía. Tal vez debiera cambiar de táctica y mostrarse sensual y traviesa con él después de todo.
Fabrizzio no le respondió, pero algo en su interior pareció cobrar vida. ¿Sería posible que después de todo solo estuviera fingiendo estar enfadada? Caminó hasta el control de pasaportes. Fiona comenzó a despojarse de sus pertenencias y de su chaqueta, lo cual agradeció Fabrizzio sin poder evitar recrearse en su cuerpo. Esbozó una sonrisa de picardía y más cuando, al pasar por el arco de metal, este comenzó a pitar. Fiona se mostró contrariada por este hecho.
–Llaves. Monedas. El cinturón, señorita –le señaló la guardia mientras Fiona miraba a Fabrizzio y este le sonreía de manera irónica. Una vez que se hubo despojado de este cruzó el arco sin problemas. Recogió su bandeja y se apartó para poder guardar todo.
Fabrizzio se acercó a ella mientras la veía pasar el cinturón por las trabillas de la parte trasera de su pantalón. Con el movimiento, la camisa se le abrió un poco más y pudo disfrutar de la exquisita visión de sus voluminosos pechos de piel cremosa. Fiona se dio cuenta de ese detalle y le lanzó una mirada de incomprensión. ¡Por favor, ya se los había visto! ¿A qué venía abrir los ojos de aquella manera tan desmesurada? Sin embargo, no pudo evitar sentir una punzada de halago al sentir