knifer. Adrian AndradeЧитать онлайн книгу.
más seguro es que se encuentre en el fondo del mar.
—Me pregunto cómo habrá llegado hasta allá. En fin, te proporcionaré otro mejor dado tu nombramiento.
—Te lo agradecería, pero prefiero manejar otro rifle M1903. Ese modelo me ha salvado el cuello en múltiples situaciones.
—¡Como quieras! —reinició la caminata.
Llegamos cerca de la zona de desembarco y Carl dejó de comportarse como mi amigo y asumió el papel de Sargento. Se dio la vuelta y abordó el barco para regresar al destructor perteneciente.
Carl era un buen hombre, interesantemente el único que se atrevía a defenderme, hecho que no lograba comprender hasta la fecha. Indudablemente le debía mucho a este hombre y me negaba a creer que sea por el pasado que compartimos, cuando sólo éramos dos soldados intentando sobrevivir una batalla.
Como Blake me advirtió una vez, nadie se interesa demasiado en uno sin existir una razón o propósito de por medio. Obviamente Carl quería algo de mí, si no fuera así no estuviera soportando mi mierda. Pero ¿qué será lo que querrá? Es una pregunta que sólo el tiempo lo desenmascara; sea lo que sea tendré cuidado como siempre lo he tenido.
No confiaré en nadie y mucho menos me haré de camaraderías. Lo cual me recordaba, debía regresar por Jack, Edgar y el novato, para abordar un barco y retornar al buque a recoger algunas pertenencias abandonadas.
Y debía hacerlo antes de que Carl cambiara de opinión y regresara a sermonearme…
Linea de Shuri
Había sido un largo e impredecible día pacifico, no hubo absolutamente ninguna baja por reportar. No tardaron muchas horas para que los hombres se pusieran cómodos dentro de las casas de campaña y comenzaran a celebrar la continuidad de sus vidas.
Los juegos de cartas se habían retomado y la tensión de la guerra se redujo por el resto de la noche. Al menos que los japoneses tuvieran planes de desatar otro ataque al estilo Pearl Harbor, pero lo dudaba.
Comenzaron los tragos de cerveza mezclados con los cigarros, yo era la excepción. Usualmente siempre alejado de las mesas de apuestas y vicios dañinos. Comprendo que mis compañeros pensaran que esta sería su última noche, pero yo prefería pensar lo contrario.
Además, nunca soporté el sabor de la cerveza y mucho menos el humo de los cigarros. Mi único vicio y tranquilizante eran los dulces de azúcar, podría durar horas y horas comiéndolos hasta que me dolieran masticarlos seguido de un ardor en la lengua.
Extrañamente la tormenta comenzó a notarse con los tremendos truenos, casi podían confundirse con los bombardeos y por ello, sentía un poco de preocupación. Al escuchar un trueno más fuerte que el anterior, decidí abandonar a mis compañeros en sus apuestas y verificar que no hubiera una batalla a lo lejos.
Al salir sólo me encontré con un ambiente de consternación, sin duda el clima y la naturaleza se encontraban en agonía por lo que nuestra armada naval había hecho en la mañana. Bajé mi rostro y extendí las manos para recibir a la lluvia. Al sentir el agua escurrir por mi cráneo, entonces levanté mi cabeza para refrescarme mi frente hirviente.
A lo lejos detecté a varios soldados salir apurados de la playa en su ropa interior y dirigirse a las carpas. Nunca he comprendido cuál es el motivo de jugar en el mar, sólo entras, te mojas y brincas; eso es todo. ¿Cuál es el motivo? Esta inquietud no tiene importancia ya que odio mojarme y especialmente con la ropa puesta.
Otro estruendoso trueno me puso más nervioso de lo común, puesto que se me figuraba que el propio cielo se estaba quebrando y por ende el fin de mundo sucedía. Yo y mis traumas. Me temo que viene desde mi niñez desatendida; pero comparado con la guerra, no es nada.
La lluvia se intensificó y regresé a la carpa para evitar formar parte de un caso de hipotermia. Me recosté cerca de la entrada, para estar atento a la caída de la lluvia.
Por lo menos, mis actividades de asesor no fueron solicitadas en esta tarde, dada la tranquilidad de la situación y mi ignorancia hacia temas intolerantes como el acomodo de letrinas e inventario de recursos. Por más que insistieron, no tuve opción que darle la orden a un tonto que andaba de paso. Después de todo, soy un Cabo y un Cabo tiene cierto dominio sobre su sección o escuadra.
Entretanto escuchaba la lluvia recostado en el suelo, me vino a la mente el caso de dos soldados que cayeron desmayados tras poner los pies en la isla. Esto fue debido a enfermedades causadas por un piquete de insecto o los efectos de los campos de batalla. Así es, existen muchas formas de morir en una guerra aparte de un balazo o cuchillazo.
Conozco algunas enfermedades como el ántrax, un síntoma que se presenta en los siete días de haberse infestado o inhalado. Éste se percibe como un simple resfriado, pero enseguida suceden los espasmos y las complicaciones respiratorias. Del mismo modo aparecen en la piel: una úlcera dolorosa de uno a tres centímetros de apariencia gangrenosa oscura. Esta característica la identifiqué fácilmente en uno de los hombres caídos en la playa.
Inusualmente, he escuchado de casos de congelamiento, no de la clase de cuerpos congelados como en las películas de ciencia ficción sino de partes de piel endurecida, pálida y fría, tras la exposición prolongada a altas temperaturas. Se pueden notar como parches blancos en la epidermis y carecen de sensibilidad. El problema radica durante su calentamiento porque se convierte en un área roja y dolorosa. El tratamiento suele revertir el daño, pero la mayoría de las veces suele ser demasiado tarde y se opta por la amputación. Eso me han dicho, pero será mejor platicarlo con los rusos.
Uno de los casos más populares es el dengue, no tengo idea de por qué lo llamen así, pero sólo sé que debo cuidarme de un tipo de zancudo especial. Un solo piquete puede causar fiebre elevada, sangrado espontaneo, fallas circulatorias y shock. Esto lo sé porque un compañero mío me dijo antes de morir que tuviera cuidado de un zancudo con líneas blancas, pues este insecto era el causante. En ese momento supuse que estaba delirando al mencionarme un zancudo blanco, pero nada me costaba creerle.
Una enfermedad que me tiene preocupado es la malaria porque algunos de sus síntomas los tengo como: escalofríos, náuseas y cansancio. Aunque podría estar confundiéndolo con una desnutrición y mi constante participación en la batalla. Desafortunadamente el barco en donde se almacenaban los frascos de clorhidrato de quinina fue destruido durante un atentado kamikaze. Dudo poseerla, han de ser sólo mis nervios enviándome señales negativas. A veces, el peor enemigo es uno mismo.
Una de las enfermedades más comunes que me ha tocado ver son el pie de trinchera, todo debido a pasar muchas horas encerrados en las trincheras inundadas de agua y a bajas temperaturas. La combinación de frío y humedad causan que se desgaste el tejido, se hinche y adquiera colores azulados o negros. Esto es terrible, ya que se requiere de amputación. Por un lado, los hombres sonríen de volver a casa pero a los pocos minutos, el sufrimiento los domina. Por eso, siempre reviso mis pies antes de dormir, los lavo y limpio los calcetines.
En cuanto al tétano y el tifus, no se han reportado ningún caso en mi sección; todo gracias a las dolorosas vacunas que nos aplicaron días antes de enviarnos a luchar. Algo que me llamó la atención fue el rumor de que algunas de las dos primeras enfermedades mencionadas, estaban siendo utilizadas en Alemania por parte de los rusos para provocar bajas enemigas.
No hace mucho escuché que le comentaban a Carl que Gran Bretaña había solicitado a las fábricas, la elaboración de alimentos venenosos los cuales serían arrojados desde los aviones de la RAF para ocasionar serios daños a los campos de cultivo y los ganados en Alemania. Otro rumor manejado fue el uso de la Tuleramia empleado en Stalingrado contra las fuerzas alemanas.
La Tuleramia, conocida como la fiebre de las ratas, es causada por el microbio la Francisella tularensis, ésta fue descubierto en 1911 cuando una gran cantidad de ardillas murieron en el lago de Tulare en California. Supongo que fue por el nombre del lago que recibió el término de Tuleramia.
Curiosamente sé de esto porque estaba escrito en una hoja escondida debajo de la cama de mi padre. Supuestamente