knifer. Adrian AndradeЧитать онлайн книгу.
me enteré que los rusos habían regado ratas enfermas en el frente atemorizándolas a cruzar las líneas alemanas, supuse que se trataba de la Tuleramia. Este virus se propagó exitosamente causando las bajas considerables. Aunque la enfermedad también afectó a varios soldados aliados, pero estos eran reemplazables. Todo lo opuesto de los alemanes, quienes hallándose acorralados, les era imposible retirar a los enfermos y mucho menos reemplazarlos.
Nunca he sabido cuáles son los síntomas o las fases de esta extraña enfermedad. Cuando quise averiguarlo, Carl me prohibió mencionar el nombre y hablar al respecto. No sin antes darme un largo y tedioso discurso de no entrometerme en conversaciones ajenas de status extraoficial. Lástima, realmente estaba interesado por saber si el empleo de aquellas armas biológicas era verdadero.
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Dos días pasaron sin escucharse ningún tiro, lo cual nos tenía impresionados y asustados a la vez. Varias escuadras se habían adentrado al interior de la isla, excepto la mía. Ahora resultaba que, desde mi nombramiento de Cabo, estaba oficialmente a cargo de este grupo perezoso. Asimismo, colaboraba en la coordinación de otros dos, bajo las órdenes del sargento Parker, el encargado principal de la sección.
Mi mente todavía no podía comprender las razones de mantenernos en reserva, no podrá ser por causa de mis malestares, los cuales han disminuido puesto que esta tarde recuperé mi apetito y comí una sopa de lentejas, aunque debieron de haberse sobre-cocido porque me causaron indigestión.
No me sorprendería que fueran inclusive por causa del agua empleada, ya ni se sabe si es pura. Cómo extraño el orden, la tranquilidad, el aire fresco y puro. El sabor picoso de la comida mexicana y las hamburguesas caseras con queso y tocino. Lo que daría por comerme una doble en este momento.
A pesar de que la situación se encontrara tranquila, en el mar se era una pesadilla. Constantemente se podían escuchar a cualquier hora disparos y explosiones provenientes del océano. A algunos soldados los tenía asustados por la sospecha de quedarse sin un raite de regreso para cuando terminara la guerra. En mi caso, evitaba cualquier tipo de esperanza y sólo me concentraba en cumplir mi objetivo.
Al pasó de varios días, la batalla finalmente se desató en la tierra por la línea Naha-Yanaburú, ubicada cerca del Castillo de Shuri, el monumento más antiguo de Japón. Construido aproximadamente en el siglo XVI, siendo una construcción de madera de dieciocho kilómetros de perímetro y muros de seis metros de espesor.
¿Quién sabe cuánto más duraría intacto?
En cuestión de segundos, todo se convirtió en una repetición de Iwo Jima. Los japoneses habían colocado obstáculos tales como: trincheras, barracas y cuevas. Además, peleaban hasta la muerte creando una barrera imposible de cruzar.
Esta barrera recibió el nombre de la Línea de Shuri y comenzó a adquirir fama de exterminio instantáneo. Centenas morían al intentar pasarla, incluso sargentos y cabos, por lo que se manejaron múltiples y fugaces ascensos. Los recién promovidos sólo duraban activamente un par de minutos; con suerte, quizá un día a tres como máximo.
Correspondía admitir que los japoneses habían elegido el terreno perfecto a defender, porque por más que los bombardeábamos, sus instalaciones subterráneas eran inmunes a nuestra artillería pesada. Era básicamente un combate cuerpo a cuerpo. Analizando correctamente, haberme quedado en reserva fue mejor que un baño de sangre.
Intenté conservar mis sentimientos y concentrarme en levantar el ánimo en algunos soldados, puesto que para cruzar la línea se iban a requerir de motivación. Era un presentimiento seguro que tarde o temprano me llamarían para ejecutar una estrategia para romper la línea. Si no estuvieran planeándolo, entonces de plano serían unos tontos.
El novato se la pasaba regularmente pegado a mí cuando debería estar con Jack. No entendía porque confiaba demasiado en mi liderazgo. No soy un buen líder, sólo soy un buen sobreviviente.
Uno de los errores constantemente cometidos consistía en atacar cuando el enemigo estaba preparado. Obvio, los sacrificios son necesarios para descubrir la fortaleza enemiga, pero quiero creer que este obstáculo se encontraba en los pensamientos de los delegados de la guerra.
De acuerdo con El Arte de la Guerra, los expertos no necesitan de segundos suministros sino todo se rellena con las armas, equipos y alimentos de nuestros adversarios. Desdichadamente, los soldados no podían apropiarse de estos recursos porque se encontraban adelante de la Línea de Shuri. Por ende, dependían de nuestra transportación y esto causaba estragos en el campamento por las raciones confinadas. Añadiendo la destrucción de buques con suministros por el exceso de kamikazes en el mar.
Una frase me tenía asombrado y era la siguiente: “(…) los que consiguen que los ejércitos se rindan sin luchar, son los mejores maestros del arte de la guerra.”
Me pregunto si Blake creía en esto porque en mis tres años de estar peleando, no creo en la posibilidad de ganar de este modo. Una guerra sin conflicto físico no es guerra, al menos exista un arma psicológica que persuada a los japoneses a rendirse antes de hacer su primer disparo.
—¿Cómo le haces para sobrevivir? —me interrumpió el novato como era de costumbre a estas horas de la tarde.
Como no tenía nada por hacer y realmente me empezaba a agradar la inocencia del muchacho, decidí darle unos breves minutos para contestar sus inquietudes. Me apoyé en las enseñanzas de Blake para darle la oportunidad de prolongar su subsistencia.
—¿Tienes claros tus objetivos?
—No comprendo —me contestó confundido.
—Quién no tenga claro sus objetivos no podrá enfrentarse a su oponente y como tal, morirá.
—¿Qué tiene que ver esto con la pregunta?
—Más de lo que piensas, ahora calla y escucha porque esto podría salvarte. Él que sabe cuándo combatir y cuándo no hacerlo, saldrá victorioso. Dominic –pausé– conoce a tu oponente y conócete a ti mismo y en cien combates, nunca estarás en peligro.
—Eso es genial, de dónde lo aprendiste.
—Leyendo, simplemente leyendo —no podía revelar mi fuente.
—Cuéntame más.
Me puse a pensar y comencé a arrepentirme de haberle dicho lo anterior. No sé si a Blake le hubiera gustado que transmitiera este conocimiento que pocos conocían y dos que tres sabían usarlo, pero miré dentro de mí y pensé que quizá un poco más no le haría daño a nadie.
—Haz que tu defensa sea como el agua, la cual no demuestra forma. La invencibilidad reside en la defensa, las posibilidades de vencer, en el ataque. Siempre y cuando sepas unir a un ejército hacia un objetivo llamado victoria.
—Con este conocimiento ya fueras Teniente; pero ahora me doy cuenta que sólo lo empleas en ti mismo y por ello, has sobrevivido estos años.
—Ya contéstate a tu pregunta.
No era tan tonto después de todo.
—Realmente no creo que seas un bastardo despiadado como muchos dicen, eres así porque alguien te dijo que lo fueras y quizá sólo estás aparentándolo para tener una ligera ventaja sobre nosotros —me desafió el joven bocón—. Estás jugando y manipulándonos constantemente usándonos para cubrir tus debilidades, pero muy dentro eres como cualquier otro hombre que tiene miedo de su destino.
Sentí la furia apropiarse de mi cuerpo y rápidamente saqué mi cuchillo colocándoselo en su cuello. Comencé a disminuir mi intensa respiración, intentando controlar mis impulsos.
—Te crees tan listo para figurarme, pero acaso olvidas que sólo eres un tonto inocente. Tú no has visto ni has hecho cosas que te hacen cuestionar tu propia humanidad. No tienes la menor idea por lo que he pasado en Berlín, Pearl Harbor, Guadalcanal, Iwo Jima y lo que falta por pasar aquí en Okinawa. No eres absolutamente nadie para juzgarme, novato. Así que hazte un favor y déjate de pendejadas, porque si no fuera por mí ya formarías parte de las pilas de cadáveres que