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Esposa de nueve a cinco. Kim LawrenceЧитать онлайн книгу.

Esposa de nueve a cinco - Kim Lawrence


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de los rasgos de él se esfumó y fue reemplazada por la sorpresa. Ethan Kemp no era un hombre al que se pudiera sorprender con facilidad. Sus grandes manos dejaron de formar los puños que había apretado instintivamente.

      –¿Estaba parado entonces?

      Ella negó con la cabeza y lo miró exasperada. Normalmente, Ethan no era tan lento.

      –Tuve suerte de que él no hubiera echado el seguro a la puerta.

      –Ya veo que puedes darle las gracias a tu buena estrella –comentó irónicamente.

      –Aterricé en unas zarzas y la ropa se me rompió al salir de ellas. Me escondí en una zanja un rato, por si se le ocurría volver. Luego volví aquí andando por el campo.

      –¿Dónde sucedió todo esto?

      –En el cruce cerca de Tinkersdale Road.

      –Eso está a más de diez kilómetros.

      –Me pareció más, pero puede que tengas razón. No te preocupes, no me vio nadie.

      Eso lo dijo para tranquilizarlo. El que vieran a la esposa de Ethan Kemp andando por el campo en ese estado no era algo que él aprobara, seguro. A Ethan le preocupaba la imagen que daban a los demás.

      –¿No se te ocurrió llamarme, o a la policía?

      –Dejé el bolso en el coche cuando salté; no tenía dinero. Y a la policía no le interesan los delitos que no han sucedido. La verdad es que él no me tocó.

      –¿Estás segura de que lo iba a hacer?

      –Fue una de esas situaciones en las que prevenir es mejor que curar –dijo ella, enfadada–. No suelo dejar que la imaginación me domine, Ethan.

      Aquello no había manera de discutirlo. Hannah Smith era la mujer más plácida y práctica que él había conocido en los treinta y seis años de su vida. Frunció el ceño. Después de un año de matrimonio, todavía pensaba en ella como Hannah Smith, no Kemp. Si esa mañana alguien le hubiera dicho que ella era capaz de saltar de un coche en marcha, se habría reído por lo absurdo de la idea.

      Hannah no era exactamente tímida, aunque sus maneras reservadas hacían que algunos lo pensaran, pero no era de la clase de mujer que se pusiera a andar tranquilamente por el campo después de salir de una situación peligrosa. Por lo menos, él no había pensado que lo fuera. ¿Le habría contado ella todo aquello si no la hubiera esperado allí? ¿Habría pretendido aparecer en el desayuno como si nada hubiera sucedido?

      –Tendríamos que llamar a la policía.

      –¿Por qué? No ha pasado nada. Me imagino que pensarían que soy otra neurótica más. Pero sí que me gustaría que me devolviera el bolso. Llevaba dentro la cartera.

      –¿No querrías ver a ese cerdo detenido? –gruñó él incrédulamente.

      Le resultaba difícil identificarse con la gente que ponía la otra mejilla.

      –¿Si me gustaría? Lo que me gustaría sería hacerle experimentar por cinco minutos la clase de impotencia y terror que yo… Raramente obtenemos lo que queremos, Ethan –dijo ella conteniendo la furia.

      –Esa es una filosofía muy deprimente.

      La profundidad de la pasión de ella le sorprendió. ¡El que tuviera pasión era lo que le sorprendía! Más que eso, lo hacía sentirse incómodo. ¿Qué otras sorpresas se esconderían bajo ese plácido exterior?

      –Es sólo una observación. Ahora, si no te importa, me gustaría irme a la cama.

      Él la agarró del brazo, como si se esperara que se fuera a caer en cualquier momento. En la puerta de su dormitorio, ella se quitó la bata.

      –Gracias. Lo siento si he estado un poco gruñona. Buenas noches, Ethan.

      Esa despedida, educada pero firme, pareció hacer que él cambiara de opinión acerca de lo que iba a decir. Ella le sonrió vagamente y luego entró en su dormitorio. Segundos más tarde, oyó cerrarse la puerta del dormitorio de Ethan.

      Mientras se desnudaba hizo una mueca de disgusto. Aunque hubiera podido salvar sus ropas, las habría tirado a la basura.

      Se miró al espejo de cuerpo entero y se sorprendió. Llevaba el castaño cabello despeinado y salpicado de barro. Se le notaban mucho los arañazos de la mejilla derecha. Los restos de maquillaje le daban el aspecto de un panda asustado. Y la cantidad de piel que se veía por los agujeros de la camisa era hasta indecente. No le extrañaba que Ethan se hubiera sorprendido tanto.

      Fue un alivio meterse bajo la cálida ducha y dejar que el agua se llevara algo de la tensión que la embargaba. Pero por mucho que se frotara, pensar en Craig seguía haciéndola sentirse sucia. ¿Cómo podía un hombre que parecía tan normal actuar de esa manera? ¿Le habría dado ella la impresión de que accedería a sus pretensiones? Apartó ese horrible pensamiento. No, aquello no había sido culpa suya.

      En su inocencia, se había imaginado que llevar una alianza en el dedo le daba a una chica una protección instantánea ante los flirteos no deseados. Miró automáticamente el dedo y le pareció extrañamente desnudo sin la alianza. Se puso de rodillas y buscó en el fondo del baño. No estaba allí. Un pánico fuera de toda proporción se apoderó de ella.

      Salió de la ducha y se rodeó el cuerpo con una toalla. Siguió sus pasos hasta el dormitorio. La alianza no estaba por ninguna parte.

      –He llamado –dijo Ethan cuando apareció en la puerta que comunicaba los dos dormitorios.

      Era la primera vez que la utilizaba y, aunque sabía que era ridículo, se sentía un extraño en su propia casa. Al principio no vio a Hannah, pero luego la descubrió en cuclillas cerca de la mesa, con las lágrimas corriéndole por las mejillas. La conclusión evidente a la que llegó fue que ella no le había contado todo lo que había sucedido. Cuando pensó lo peor, su rostro se ensombreció.

      –¡He perdido mi anillo! –gimió ella.

      –¿Qué anillo?

      –Mi alianza.

      Él se sintió aliviado.

      –¿Eso es todo?

      Hannah no pareció oírlo.

      –Puede que esté en la cocina. O en las escaleras. Tengo que ir a ver –dijo ella poniéndose en pie demasiado rápidamente.

      –No vas a hacer nada de eso –dijo él tomándola por los brazos desde detrás, impidiendo que se cayera.

      Luego la tomó en brazos. Era increíblemente ligera. ¿Era así naturalmente o todavía le quedaban más sorpresas en forma de desórdenes alimenticios? ¡Nada le sorprendería después de lo de esa noche!

      –La alianza no importa; te puedo comprar otra.

      Cuando él la dejó en la cama, Hannah se dijo a sí misma que no debía extrañarle la falta de emoción en él. ¿Por qué habría reaccionado ella de esa manera? ¿Por qué un anillo que simbolizaba su matrimonio de conveniencia debía ser tan precioso para ella? Debía tener más cuidado. Probablemente él estaría sospechando que se había casado con una loca.

      –Lo siento –susurró.

      –Has tenido una mala noche.

      Las lágrimas de ella lo hacían sentirse incómodo. Se le ocurrió que no había visto tanto anteriormente de su esposa. Incluso en la playa ella siempre había llevado una gran camiseta sobre el bañador y, ni siquiera los ruegos de los niños la habían hecho meterse en el agua.

      La toalla que la cubría le llegaba justo sobre la curva de sus pequeños senos y terminaba… Sus piernas eran muy largas en comparación con su pequeño tamaño. Entonces su mirada se encontró con un par de solemnes ojos azules que lo observaban, así que apartó la mirada repentinamente.

      –Te he traído esto para los arañazos –le dijo mostrándole un tubo de crema de antibióticos.


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