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Esposa de nueve a cinco. Kim LawrenceЧитать онлайн книгу.

Esposa de nueve a cinco - Kim Lawrence


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Algunos de los arañazos son muy feos. ¿Estás vacunada del tétanos?

      –Creo que sí.

      –Eso no es suficiente. Mañana deberías ir al ambulatorio. Ahora date la vuelta, que te pondré un poco de crema en la espalda.

      Su contacto era impersonal, firme pero delicado. Ella se sintió cálida, relajada y, por primera vez desde que saltó del coche, a salvo.

      –Vas a tener que soltarte un poco esto –dijo él tirando del borde de la toalla.

      La sensación de calidez que la había envuelto se vio sustituida por una ansiedad irracional.

      –No, así está bien.

      –Probablemente seré capaz de contenerme al verte la piel.

      –No creo que…

      Ella sabía que él no la encontraba atractiva, pero aun así sus siguientes palabras le dolieron.

      –Estás demasiado delgada.

      –Ya lo sé.

      Cuando era adolescente, había fantaseado con que una mañana se despertaría y se encontraría con que sus líneas angulosas habían desaparecido y se habían transformado en bonitas curvas. Pero ahora sabía que nunca sería así.

      –¿Comes bien?

      –Ya sabes que sí.

      Pero la verdad era que normalmente era raro que comieran juntos, sólo cuando cenaban fuera o tenían invitados. Ella solía comer con los niños y Ethan lo hacía solo más tarde. Además, él siempre estaba muy ocupado con sus negocios.

      Normalmente, a ella no le importaban sus ausencias, ya que se sentía mucho más cómoda cuando él no estaba. No era que encontrara su compañía opresiva, pero siempre que estaba con él era muy consciente de sus propias deficiencias. Cuando él la miraba, siempre estaba segura de que la estaba comparando desfavorablemente con su primera esposa. Como siempre, pensar en Catherine la hizo estremecerse.

      –La señora Turner te puede confirmar que como estupendamente.

      No quiso poner por testigos a los niños, ya que no serían imparciales, pero supuso que él se fiaría del ama de llaves.

      –Bueno, yo sólo te he visto juguetear con tu comida –dijo él subiéndole de nuevo el borde de la toalla–. Ya está. Los arañazos no son muy profundos, así que no te quedarán cicatrices.

      ¿Debía decirle que, normalmente, estaba tan nerviosa por no equivocarse en las ocasiones a las que él se refería que su estómago se negaba a aceptar nada? Decidió que no.

      –Creo que, bajo estas circunstancias, esas clases de francés no son una buena idea –murmuró él.

      Esas palabras provocaron en ella un principio de rebelión.

      –Pero el jueves es mi noche libre, Ethan.

      ¿Tu noche libre? Ya no eres la niñera, Hannah. Eres mi esposa.

      –Pero sigo trabajando para ti, Ethan. Ahora te llamo así, no «señor Kemp». El contrato es más permanente y menos flexible. Eso es todo.

      Él no podía haber parecido más sorprendido si le hubiera tirado de la nariz. Se puso tenso y la miró fijamente.

      –No es necesario que pienses de esa manera de ti misma –dijo él irritado.

      –Entonces, como tu esposa, no es necesario que acepte tu… consejo.

      Consejo era una palabra más suave que orden.

      –Tal vez debieras pensar un poco en tus últimas decisiones antes de tirarme a la cara mi consejo.

      –¿Te refieres a alguna decisión en particular?

      –¿Tal vez la de meterte en un coche con un perfecto desconocido? Sólo una completa idiota haría algo tan irresponsable. Emma, con sus siete años, tendría más sentido común.

      Había sido una estúpida por imaginarse que podría ganar en una discusión con Ethan.

      –No dirías eso si yo fuera un hombre.

      Ethan parpadeó. ¡Ella estaba haciendo pucheros! ¡Hannah! La visión de esos inesperadamente llenos labios rosados tuvo un efecto de lo más inesperado en su cuerpo.

      –Bueno, pero no eres un hombre. Y, tal como estás ahora, es de lo más evidente.

      Hannah se ruborizó y, después de mirarse el cuerpo, empezó a tirar más de la toalla, pero no pudo hacerlo mucho porque se le subía por debajo.

      –Lo siento si mi delgado cuerpo te ofende la vista, pero yo no te he invitado a entrar en mi habitación.

      –Tendré en cuenta eso en el futuro.

      –No he querido decir… Mira, esas clases de francés significan mucho para mí.

      –Eso es evidente.

      –Necesito sentirme yo misma.

      –¿Significa eso quitarte habitualmente el anillo de bodas?

      Hannah sólo lo pudo mirar sorprendida. No podía creerse de verdad…

      –Lo he perdido.

      Siempre le había quedado grande. Si no le desagradara tanto pedirle algo, se lo habría dicho.

      –Pareces muy apasionada por esas clases nocturnas.

      –¡Para ti es sólo eso, una clase! –le gritó ella–. Pero tú tienes docenas de amigos. Sales todos los días y conoces a gente. Yo sólo veo a los niños.

      Y, por mucho que quisiera a Emma y Tom, eso no era suficiente.

      –Tenemos una vida social muy activa. Mis amigos…

      –Tus amigos me desprecian. Sólo me soportan porque me tienen por un apéndice tuyo. Y, además, a mí tampoco me caen nada bien. Por lo menos, no la mayoría.

      –¿Entonces por qué no me lo has dicho antes?

      –No pensé que fuera algo relevante. Estoy dispuesta a aceptar tanto lo bueno como lo malo.

      Pero no estaba dispuesta a dejar las clases de francés. No fue necesario que añadiera eso, ya que Ethan no era tonto.

      –Eso es muy generoso por tu parte. ¿Consideras que ha habido mucho más de eso malo durante este año pasado?

      –Lo siguiente que vas a decir es que yo estaba en el arroyo cuando me conociste –lo cortó ella impacientemente–. Puedes esperar mi lealtad, pero no mi gratitud servil, Ethan. Si lo recuerdas, te advertí que podría ser que yo no fuera la mejor anfitriona, pero soy una buena madre.

      –Madre sustituta.

      Nada más decir eso, la expresión de él indicó que se arrepentía de esa desagradable respuesta, así que añadió:

      –Los niños te quieren mucho. ¿Y tú? ¿Te parezco un marido tan poco generoso?

      –Yo no he dicho eso.

      –No, no lo has hecho. Pero es evidente que estás descontenta. Y yo no tenía ni idea hasta ahora.

      –¿Cómo podías?

      Esas palabras se le escaparon a ella antes de poder evitarlo. Pero algunos días apenas intercambiaban palabra.

      –No estoy descontenta, sólo cansada –añadió.

      La soledad de la posición en que se encontraba le fue evidente una vez más, y aquello era más de lo que podía soportar por una noche. Deseó mentalmente que él se fuera y la dejara en paz.

      Como si le leyera el pensamiento, Ethan se volvió repentinamente y le dijo:

      –Ya hablaremos tú y yo por la mañana.

      Hannah pensó entonces que ahora ya tenía algo que esperar. La puerta se cerró y ella se quedó allí,


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