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La noche del dragón. Julie KagawaЧитать онлайн книгу.

La noche del dragón - Julie Kagawa


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—habló Tatsumi. Su rostro se mantuvo sombrío mientras observaba los cuerpos de los antiguos miembros de su clan—. Un ataque como éste está destinado a tomar a los objetivos por sorpresa y terminar en segundos.

      —Así habría sido —dijo Reika ojou-san—, si no fuera por Yumeko. Gracias a los kami que el Clan de la Sombra no esperaba enfrentar a una kitsune.

      Me estremecí al mirar los cuerpos en el suelo.

      —Supongo que el noble Iesada todavía está tratando de deshacerse de nosotros —dije, sintiendo una gran ira hacia el noble Kage. Ya había enviado asesinos detrás de nosotros antes, cuando íbamos de camino al Templo de la Pluma de Acero. El mentor de Reika ojou-san, Maestro Jiro, había muerto en la emboscada, y yo todavía no había perdonado al arrogante noble Kage por eso. Si alguna vez nos volvíamos a encontrar, él conocería la ira de una kitsune.

      Tatsumi ladeó la cabeza y frunció el ceño.

      —¿El noble Iesada? —preguntó.

      —Sí, ese bastardo ya había intentado este truco antes —resopló Okame-san—. Uno pensaría que ya habría aprendido algo, después de que acabamos con sus hombres.

      Pero Tatsumi sacudió la cabeza

      —Éste no fue un ataque del noble Iesada —nos dijo—. La dama Hanshou lo ordenó.

      —¿Hanshou-sama? —parpadeé hacia él—. ¿Pero por qué? Ella nos pidió que te encontráramos. Dijo que quería que te salváramos de Hakaimono.

      —Y lo hicieron —Tatsumi asintió con la cabeza—. Su misión fue exitosa… en su mayor parte. A sus ojos, su utilidad ha terminado. Ahora saben demasiado sobre el Clan de la Sombra. Se han convertido en un lastre para los Kage y para su propia posición.

      —Entonces, ¿nos matará?

      —Para evitar que ese conocimiento sea difundido, sí —Tatsumi asintió sombríamente—. No dejes que sus promesas te engañen. La dama Hanshou siempre ha sido despiadada, está dispuesta a hacer lo que sea necesario para mantener su posición. Ella sabe que ustedes se encuentran tras el pergamino del Dragón. Ésa es razón suficiente para matarlos a todos.

      —No hablas muy bien de tu daimyo, Kage-san —dijo Daisuke-san, aunque sonaba como si no estuviera seguro de si debía sentirse ofendido por ello o no—. Tal conversación se consideraría una traición entre los Taiyo.

      Una esquina de la boca de Tatsumi se torció.

      —La dama Hanshou y yo tenemos una larga historia —sus ojos parpadearon como llamas de velas rojas, y supe que era su lado de demonio el que hablaba—. Sé cosas sobre ella que esconde incluso de su propio clan, secretos que oculta de todos. Si el Clan de la Sombra se enterara de todas las atrocidades que ella ha cometido, no habría vivido tanto tiempo como lo ha hecho.

      Tragué saliva, evitando deliberadamente mirar los cuerpos esparcidos por la cueva, mientras su sangre se arrastraba lentamente por la tierra.

      —Entonces, ¿qué hacemos ahora?

      —Continuar moviéndonos —Tatsumi enfundó a Kamigoroshi, y la deslumbrante luz púrpura de la espada se apagó—. Seguir corriendo. Intentar estar un paso por delante de ellos. Y nunca bajar la guardia, sobre todo durante las noches. Éste no será el último ataque. La dama Hanshou sabe dónde y cuándo se convocará al Dragón. Ella sabrá que estamos en camino a la isla de Ushima en este momento —sus labios se curvaron en una sonrisa sombría que hizo que mi estómago se revolviera—. Con la noche del Deseo tan cerca, estará desesperada por obtener el pergamino. Supongo que tendremos que lidiar con el Clan de la Sombra durante todo el camino hasta la isla sagrada.

      07 El sufijo -chan es diminutivo y suele emplearse para referirse a chicas adolescentes o a niños pequeños, pero también para expresar cariño o una cercanía especial.

      4

      ALDEA DE MALDICIONES

      TATSUMI

      Olí la muerte en el viento antes de que llegáramos a la costa.

      Desde las estribaciones de las Montañas Lomodragón, nos había tomado varios días llegar a Umi Sabishi Mura, una aldea pesquera de tamaño mediano al borde del mar Kaihaku. No había habido más ataques de los shinobi del Clan de la Sombra, aunque debido a mi… apariencia, tuvimos que evitar las muchas aldeas y asentamientos que encontramos en nuestro viaje hasta el borde del Imperio. El territorio del Clan del Agua era exuberante y fértil, lleno de lagos, arroyos, ríos y colinas, y la familia gobernante, los Mizu, era conocida por su naturaleza pacífica. Eran sanadores y cuidadores, expertos en el arte de la negociación diplomática, y era sabido que incluso el emperador le había pedido al Clan del Agua que sosegara los ánimos agitados o tranquilizara a algún general ultrajado del Clan del Fuego. Pero ni siquiera los Mizu tolerarían que un demonio caminara libremente por sus territorios y, aunque no eran propiamente militaristas, sí eran el segundo clan más grande del Imperio.

      Si descubrían mi presencia, o si creían que Hakaimono había cruzado sus fronteras y que representaba una amenaza para su gente, tener a toda la familia Mizu detrás de nosotros haría que nuestra búsqueda se volviera casi imposible.

      Así que viajamos a pie y dormimos a la intemperie, o en cuevas o edificios abandonados. La mayoría de las veces nuestro campamento era una hoguera bajo las ramas de los árboles en el bosque, o en un área al lado de un riachuelo o arroyo. Avanzamos lento, evitando las principales ciudades y senderos, y nadie dormía mucho, ya que la promesa de shinobi acechando entre los árboles y las sombras hacían difícil que nos relajáramos. En algún momento, el ronin sugirió que tal vez podríamos “tomar prestados” algunos caballos de cualquiera de las aldeas circundantes —después de todo, “era para el bien del Imperio”—, pero ni el noble Taiyo ni la doncella del santuario respaldarían el hurto de algo que no fuese estrictamente necesario. Además, los animales ahora tenían una reacción violenta ante mi presencia. Lo descubrimos cuando tratamos de obtener peaje con un comerciante de sake en el camino: sus bueyes casi nos pisotearon cuando percibieron mi olor.

      Entonces, ir a Umi Sabishi, ya fuera a caballo o en carreta, estaba fuera de discusión.

      Por fin, después de días de viaje, las llanuras cubiertas de hierba terminaron en el borde de una costa rocosa, con acantilados irregulares que se sumergían en un mar gris hierro. Las gaviotas y las aves marinas giraban sobre nuestras cabezas, y sus gritos distantes resonaban en el viento. Las olas chocaban y formaban espuma contra las rocas, y el aire olía a sal y a algas.

      —Sugoi —susurró Yumeko, con la voz maravillada por completo. Parada al borde del acantilado, con el viento sacudiendo su largo cabello y sus mangas, miró con ojos brillantes la interminable superficie de agua que se extendía ante ella—. ¿Éste es el océano? Nunca imaginé que sería tan grande —sus orejas de zorro, giradas hacia delante, revolotearon en el viento cuando echó un vistazo a sus espaldas—. ¿Hasta dónde llega?

      —Más lejos de lo que puedas imaginar, Yumeko-san —contestó el noble, con una débil sonrisa—. Hay historias sobre una tierra en el otro lado, pero el viaje requiere muchos meses, y la mayoría de los que lo emprenden no regresan.

      —¿Otra tierra? —los ojos de Yumeko brillaron—. ¿Cómo es?

      —Nadie lo sabe, en realidad. Hace trescientos años, el emperador Taiyo no Yukimura prohibió viajar a esa orilla y cerró el Imperio a cualquier extraño. Temía que si los reinos extranjeros descubrieran nuestras tierras, invadirían nuestras costas y el Imperio se vería obligado a defenderse. Así que nos hemos mantenido ocultos, aislados y desconocidos para el resto del mundo.

      —No entiendo —Yumeko ladeó la cabeza y su ceño se frunció levemente—. ¿Por qué el emperador teme tanto a los extraños?

      —Porque, al parecer, el país lejano está lleno de bárbaros que se gruñen el uno al otro y usan el pelaje de las bestias para cubrirse —irrumpió el ronin, sonriendo a la doncella del santuario, que arrugó la nariz—. Algunos de ellos incluso tienen pezuñas


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