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La noche del dragón. Julie KagawaЧитать онлайн книгу.

La noche del dragón - Julie Kagawa


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tranquila, la mano apoyada en la empuñadura de su espada delataba su inquietud:

      —¿Deberíamos seguir adelante o dar marcha atrás?

      Miré a los demás.

      —Adelante —dijo la doncella del santuario después de un momento—. Todavía necesitaremos un transporte si queremos llegar a las islas del Clan de la Luna. Ciertamente, no podemos nadar hasta allá. Vayamos a los muelles. Tal vez encontremos a alguien que esté dispuesto a llevarnos.

      —Mmm, ¿Reika ojou-san? —la voz de Yumeko, cautelosa y de pronto tensa, llamó nuestra atención—. Chu está… creo que él está intentando decirnos algo.

      Miramos al guardián de la doncella del santuario y mis instintos se erizaron. El perro se había puesto rígido mientras miraba detrás de nosotros, con los ojos férreos y la cola levantada. Sus pelos estaban en punta, sus labios se curvaron hacia atrás para revelar los dientes, y un gruñido áspero emergió de su garganta.

      Miré a la calle. Un cuerpo, borroso e indistinto, se arrastraba hacia nosotros a través de la lluvia. Se movía con paso torpe y tambaleante, vacilante e inestable, como si estuviera borracho. A medida que se acercaba y el gruñido de Chu se hacía más fuerte, se convirtió en una mujer vestida con una harapienta túnica de comerciante y un par de tijeras aferradas en una mano. Una máscara blanca y sonriente cubría su rostro, del tipo que se usa en las representaciones del teatro nou, y tropezaba descalza a través del barro, balanceándose de manera errática, pero firme detrás de nosotros.

      Fue entonces cuando me percaté del extremo roto de una lanza clavada por completo en su cintura, que había manchado un extremo de su túnica de rojo oscuro. Una herida absolutamente fatal, pero que no parecía dolerle o retrasarla en lo absoluto.

      Porque no está viva, pensé, justo cuando la mujer muerta levantó su rostro enmascarado… y de pronto aceleró el paso y se apresuró hacia nosotros como una marioneta poseída, tijeras en alto.

      Los gruñidos de Chu estallaron en rugidos. El ronin soltó una maldición y disparó su flecha, que voló de manera infalible hacia el frente y golpeó a la mujer en el pecho. Ella se tambaleó un poco, resbaló en el barro y siguió moviéndose, dejando escapar un grito sobrenatural mientras avanzaba.

      La espada del noble chirrió al ser liberada, pero yo ya me estaba moviendo con Kamigoroshi en mano cuando el cadáver se abalanzó sobre mí con un gemido. Arremetí, esquivando las tijeras que intentaban apuñalarme, y corté el pálido cuello blanco de la mujer. Su cabeza rodó hacia atrás mientras su cuerpo siguió avanzando algunos pasos, llevado por el impulso, y luego se derrumbó en el barro.

      Un hedor que quemaba la nariz surgió del cuerpo retorcido, el olor a magia de sangre, podredumbre y descomposición, pero ningún fluido brotó desde el agujero donde había estado la cabeza de la mujer. Toda la sangre en su cuerpo ya había sido drenada.

      Yumeko se llevó las manos a la boca y la nariz, como si estuviera luchando contra el instinto de vomitar. Incluso la doncella del santuario y el ronin parecían un poco enfermos mientras miraban el cuerpo aún retorciéndose. El silencio cayó, pero a través de la lluvia pude sentir el movimiento a nuestro alrededor, innumerables ojos girando en nuestra dirección.

      —No se queden aquí —espeté, volviéndome hacia el grupo—. ¡Necesitamos mantenernos en movimiento! Un mago de sangre no habrá levantado sólo a un cadáver. Quizá toda la ciudad es…

      Un ruido de la casa de té al otro lado de la calle me interrumpió. Figuras pálidas y sonrientes estaban emergiendo de su oscuro interior, se tambaleaban al cruzar por las puertas y se arrastraban a través de los agujeros en las paredes. Todavía más tropezaban al salir de los edificios que ya habíamos pasado, o se tambaleaban desde los callejones entre las estructuras, y daban tumbos en el camino. El olor a muerte y magia de sangre se elevó en el aire húmedo, cuando la horda de muertos sonrientes se volvió hacia nosotros, con ojos ciegos y huecos, y comenzó a deambular en la calle.

      Escapamos hacia lo más profundo de Umi Sabishi, mientras los gritos y lamentos de los muertos vivientes resonaban a nuestro alrededor. Sonriendo, los cadáveres enmascarados se arrastraban hacia el camino, se estiraban hacia nosotros con dedos codiciosos o intentando golpearnos con armas rudimentarias. El noble y yo abrimos el paso. El Taiyo atacaba a los muertos que se acercaban demasiado, cortando brazos y cabezas con precisión mortal. Chu, transformado en su enorme forma de guardián, arrasaba con todo alrededor de nosotros en un manchón rojo y dorado que aplastaba los cuerpos en su camino o los echaba a un lado. Las flechas del ronin no ayudaban mucho, dado que los no muertos ignoraban las heridas que deberían ser fatales y seguían detrás de nosotros, a menos que los decapitaran o les quitaran las piernas. Pero él se mantenía disparando y ya fuera que los derribara o los hiciera tambalearse, eso nos daba al Taiyo y a mí más tiempo para aniquilarlos.

      La magia de zorro de Yumeko llenó el aire a nuestro alrededor. Nunca atacó los cadáveres directamente, pero varias copias de los cuatro nos unimos a la refriega, lo que distrajo y desconcertó a los muertos vivientes, que no parecían distinguir la diferencia. Las ilusiones estallaban con pequeñas explosiones de humo cuando eran desgarradas, pero siempre aparecían más, y su presencia mantuvo a raya al enjambre, mientras nos abríamos paso a través de las calles.

      —¡Samurái! ¡Por aquí!

      A través del caos de la batalla y los gemidos de los muertos, creí escuchar una voz. Al levantar la mirada, vislumbré una casa de sake en la esquina de la calle, con paredes de madera y ventanas enrejadas que al parecer no habían sido tocadas por los muertos. Un sugidama, una gran esfera hecha de agujas de criptomeria, colgaba sobre la entrada, y su color marrón marchito indicaba que el sake preparado estaba listo para ser consumido. Una figura se asomó por la puerta y un brazo nos hizo señas frenéticamente. Si lográbamos llegar allí, podría ser un refugio de los cadáveres que deambulaban por la ciudad.

      —¡Todo el mundo! —el noble echó un vistazo rápido al resto de nuestro grupo—. ¡Por acá! —llamó—. ¡Diríjanse a la casa de sake!

      Más muertos se arrastraron desde puertas y ventanas vacías y, detrás de nosotros, un gran enjambre de cadáveres enmascarados y sonrientes se tambaleó hacia la calle.

      —¡Kuso! —maldijo el ronin, ajustando otra flecha a la cuerda—. No hay fin para estos bastardos —comenzó a levantar el arco, pero la doncella del santuario le arrebató la flecha, y él volvió a maldecir, sorprendido.

      —¿Qué…?

      —Yumeko —la miko señaló el camino por donde habíamos venido—. Bloquea nuestro camino. Okame… —sacó un ofuda de su manga, enrolló el talismán en el cuerpo de la flecha y devolvió el proyectil al ronin—. Toma. Apúntale a uno en el centro. Todos los demás, miren hacia otro lado.

      Yumeko dio media vuelta y levantó un muro de fuego fatuo azul y blanco para bloquear el final de la calle. Al mismo tiempo, el ronin levantó su arco, con el ofuda a lo largo de la flecha. Vi el kanji de “luz” escrito en el talismán de papel, justo cuando el ronin soltó la cuerda. Ésta voló infalible por el camino y golpeó el pecho de un cadáver que se arrastraba hacia nosotros, con una sombrilla rota aferrada a una mano pálida.

      Una luz brillante estalló donde la flecha golpeó el cuerpo y lo arrojó, junto con todos los que estaban alrededor.

      —¡Vamos! —gritó la doncella del santuario y salimos todos corriendo, esquivando a los muertos vivientes, hasta que llegamos a la casa de sake en la esquina.

      El humano que yo había visto, un hombre más pequeño con una cara suave y redondeada y el fino ropaje de un comerciante, nos miró boquiabierto cuando entramos por la puerta.

      —¡Samurái! —jadeó cuando cerré la pesada puerta de madera y el ronin empujó una viga a través de las manijas—. ¡Usted… usted no es de la familia Mizu! ¿Han venido de Yamasura? ¿Hay más de ustedes en el…?

      Su mirada cayó de pronto sobre mí, y dejó escapar un pequeño grito, mientras tropezaba hacia atrás.

      —¡Demonio!


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