Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano. Andrea LaurenceЧитать онлайн книгу.
la excusa perfecta para viajar. Aunque había otra diferencia importante con su madre. Ella estaba sola y podía hacer lo que quisiera. Nunca sometería a un niño a esa forma de vida.
–¿Por qué tuve que casarme con una mujer con una larga tradición de abandono a la pareja en su familia?
–Nunca deberías haberte enamorado en una gitana errante, Nate.
–Lo pensaré. Aunque te sugiero que no les digas eso a los hombres en tu primera cita.
Annie miró al cielo con una mueca.
–Creo que eres tú quien necesita vacaciones. Llevas matándote a trabajar desde hace años.
–Eso estaba pensando. Mi familia tiene una casa en Saint Thomas. No voy desde que era niño, pero igual es el momento. ¿Adónde irás después de aquí?
–Tengo otro campeonato dentro de unas semanas. Iré a Vancouver y a Montecarlo un mes después. No son vacaciones en el sentido estricto, pero tengo ganas de conocer Mónaco.
Nate se incorporó en su hamaca.
–¿Montecarlo? Siempre he querido ver la carrera de Fórmula Uno. Es a primeros de mayo, cerca de la fecha en que tú vas.
Nate no había dicho que quería ir con ella, pero había mostrado interés. Annie nunca había soñado con que él la siguiera a ninguna parte y, menos, a un campeonato de póquer. Siempre había imaginado su matrimonio confinado al Sapphire y así había sido. Él no había querido irse a ninguna parte ni había querido dejar que ella se fuera sola.
Suspirando, Annie se preguntó si Nate estaría cambiando de parecer.
–No quiero volver al hotel –dijo ella, relajándose bajo el sol–. ¿Podemos quedarnos aquí?
–Suena tentador, pero no vas a poder ganar el campeonato así –contestó él, riendo–. A pesar de todo tu talento, es imposible.
Annie rio.
–Qué aguafiestas.
Allí, alejados de los problemas que les rodeaban, una vida perfecta con vacaciones bajo el sol parecía posible. Pero, una vez que regresaran al Sapphire, Annie estaba segura de que la ilusión se desvanecería. Si Nate tenía razón y su hermana estaba implicada, su relación no era más que una bomba a punto de explotar. Y, si ella no se iba primero, intuía que sería él quien acabaría echándola.
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