Unidos por el mar. Debbie MacomberЧитать онлайн книгу.
echarle un ojo al motor. No iba a servir de mucho, ya que era de noche. Tardó un rato en encontrar el botón para abrir la capota y, con la pálida luz de la farola, apenas podía ver nada.
Después de darle varias vueltas sólo se le ocurrió llamar a un servicio de grúa. Cuando estaba a punto de volver al edificio para realizar la llamada se detuvo junto a ella un coche deportivo negro.
—¿Problemas? —preguntó Royce Nyland.
Catherine se quedó paralizada. Su primera tentación fue decirle que todo estaba en orden y que continuara con su camino. Mentira, pero era una forma de posponer un encuentro con él. Todavía no había tenido tiempo para que sus emociones se apaciguaran. Royce Nyland la confundía y le hacía perder el sentido común. Sacaba lo peor de ella y a la vez Catherine no era incapaz de dejar de intentar impresionarlo. En aquel preciso instante comprendió lo que le estaba ocurriendo. Se sentía sexualmente atraída hacia Royce Nyland.
Y aquélla era una atracción peligrosa para ambos. Mientras estuviera bajo su mando, cualquier relación romántica entre ellos estaba completamente prohibida. La Marina no se andaba con miramientos cuando se trataba de relaciones amorosas entre mandos y subordinados. Ni una sola actitud en aquel sentido era tolerada.
Por su propio bien y por el de Royce debía ignorar la fuerza de los latidos de su corazón cada vez que lo veía. Ignorar aquel cuerpo escultural mientras corría en la pista. Royce Nyland estaba fuera de su alcance, era como si estuviese casado.
—¿Es ése tu coche? —preguntó él impaciente ante la falta de respuesta.
—Sí… No arranca.
—Le echaré un vistazo.
Antes de que Catherine pudiera decirle que estaba a punto de llamar a la grúa, Royce ya estaba en pie dispuesto a ayudar. Se metió dentro del coche e intentó arrancar.
—Me temo que te has debido de dejar las luces puestas esta mañana porque está sin batería.
—Oh… Quizá me las haya dejado —reconoció ella. Estaba en tensión. Correr junto a él en la pista era una cosa, pero estar en el aparcamiento a oscuras, tan cerca de él, era otra. Instintivamente dio un paso atrás.
—Tengo unas pinzas en el coche. Con eso podrás arrancar.
En pocos minutos colocó los cables entre los dos coches y cargó la batería del coche de Catherine.
—Gracias —dijo Catherine mientras recogían. Él asintió mientras se disponía a marcharse, pero ella lo detuvo—. Royce.
Catherine no había querido pronunciar su nombre, de hecho era la primera vez que lo hacía, pero se le había escapado. Nunca se le había dado bien pedir perdón, pero tenía que hacerlo.
—No tenía que haber dicho lo que dije la otra noche. Si hay alguna justificación es que estaba muy cansada e irascible. No volverá a ocurrir.
—Estábamos fuera de servicio, Fredrickson, no te preocupes —dijo él con una medio sonrisa en la cara.
Se miraron fija e intensamente y Catherine no pudo evitar dar un paso al frente.
—Estoy preocupada —admitió ella y ambos supieron que estaba hablando de otra cosa.
Royce no dejaba de mirarla con una intensidad que le confirmaba cosas que hasta entonces Catherine sólo había sospechado. Cosas en las que no tenía ninguna intención de indagar.
Él se sentía solo. Y ella también.
Él estaba solo. Y ella también.
Catherine se sentía tan sola que por las noches, cuando se tumbaba en la cama, notaba una punzada en el corazón. Algunas veces se desesperaba porque tenía la necesidad de ser acariciada, de que la besaran.
Sintió que Royce tenía la misma necesidad que ella. Eso era lo que los había unido y lo que a la vez, los separaba.
Transcurrieron unos segundos pero ninguno de los dos se movió. Catherine no se atrevía ni a respirar. Estaba a punto de echarse a sus brazos, a punto de dar rienda suelta a lo que estaba sintiendo. La tensión que existía entre ellos era como una nube de tormenta a punto de estallar en el cielo azul.
Fue Royce quien dio el primer paso. Pero fue en dirección contraria a Catherine, que suspiró aliviada.
—No hay ningún problema —murmuró él antes de marcharse.
Catherine estaba deseando creerlo pero su intuición le decía que Royce no estaba en lo cierto.
Royce estaba temblando. Aparcó y apagó el motor mientras trataba de recuperar la compostura antes de entrar en casa. Había estado a punto de besar a Catherine y aún se sentía atrapado por el deseo. Él era un hombre forjado a base de disciplina. Siempre se había sentido orgulloso por su capacidad de autocontrol y había estado a punto de lanzar por la borda sus principios. ¿Y por qué? Porque Catherine Fredrickson le excitaba.
Durante tres años Royce había mantenido cerrada la válvula que controlaba su apetito sexual. No necesitaba el amor, ni la ternura ni las caricias de una mujer. Aquéllas eran emociones básicas que podían ser ignoradas. Y él había estado cerrado a ellas hasta que había aparecido Catherine.
Desde el mismo instante en el que ella había puesto el pie en su despacho, Royce se había sentido desbordado por un torrente de sentimientos inesperados. Al principio no se había dado cuenta, aunque inconscientemente le había aguado todos los viernes. No hacía falta un diván de psicoanalista para interpretar aquello. Y su nombre había sido el primero que le había venido a la cabeza en cuanto había tenido que cubrir un puesto.
Tras analizar lo que había ocurrido, Royce se dio cuenta de que había estado castigando a Catherine. Y la había castigado porque la capitana le atraía y le estaba recordando que era un hombre con necesidades que no podían ser negadas por más tiempo.
Desafortunadamente, tenía que enfrentarse a muchas más cosas aparte de a su apetito sexual. Catherine estaba bajo su mando, lo que lo hacía más difícil para los dos. Estaba completamente fuera de su alcance. Ninguno de los dos podía permitirse ceder a aquella atracción. Si lo hacían, sólo conseguirían herirse mutuamente. Sus carreras profesionales se resentirían, así que debían esforzarse por mantener a sus indisciplinadas hormonas a raya.
Royce tomó aire, cerró los ojos y trató de expulsar a la imagen de Catherine de su mente. Era una mujer orgullosa, pero se había atrevido a pedirle perdón. Se había echado todas las culpas, aunque Royce sabía que ella en realidad había tenido razón al enfadarse. En aquel momento, fue consciente de que ninguna mujer le había merecido nunca tanto respeto. Por ser honesta, directa y por estar dispuesta a enfrentarse a lo que había entre ellos, aunque todavía no le supieran poner un nombre.
En resumen, le había demostrado algo que él ya llevaba tiempo sospechando. La capitana Catherine Fredrickson era una mujer de los pies a la cabeza. Un mujer especial, una mujer tan bella que no sabía qué demonios iba a hacer para sacársela de la cabeza. Lo único que estaba claro era que tenía que conseguirlo, aunque eso supusiera pedir un traslado y separar a Kelly del único lugar que había significado un hogar para ella.
Capítulo 3
Y PODEMOS ir también al cine? —preguntó Kelly mientras se abrochaba el cinturón en el coche. Iban de camino al centro comercial donde la chaqueta más importante del mundo estaba en oferta. O Royce le compraba la dichosa chaqueta o prácticamente le estaría arruinando la vida a su hija. No recordaba que la ropa fuera tan importante cuando él era pequeño, pero el mundo había cambiado mucho desde entonces—. Papá, ¿qué dices de la película?
—Vale —aceptó fácilmente.
¿Por qué no? Se había pasado toda la semana muy irascible, fundamentalmente porque se estaba enfrentando a sus sentimientos por Catherine. Kelly merecía una recompensa después de soportarlo toda la semana.
Habían sido