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A cuadro: ocho ensayos en torno a la fotografía, de México y Cuba. Beatriz Bastarrica MoraЧитать онлайн книгу.

A cuadro: ocho ensayos en torno a la fotografía, de México y Cuba - Beatriz Bastarrica Mora


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      15 “Vienen enseguida los garbanceros y las garbanceras, o criadas y criados domésticos que lo mismo hacen mandados que cuidan el aseo y buena marcha de las casas de medio pelo o aristocráticas, en que sirven y residen” (Cosío Villegas, 1993: 414).

      16 (Kicza citado en Gonzalbo Aizpuru, 2005: 151) El autor ofrece en su texto una rica e interesante reflexión sobre la interacción cotidiana entre empleadores y empleados del servicio doméstico en un hogar burgués porfiriano.

      17 El censo de Peñafiel, de 1895, señala que en aquel momento había en la ciudad un total de 7 764 de empleados domésticos, de los que 1 922 eran hombres y 5 842 eran mujeres. De hecho, la de “doméstico” es la profesión, de todas las que aparecen en el censo, desempeñada por más personas en Guadalajara, que por entonces era una ciudad de 83 000 habitantes.

      En el porfiriato, el sueldo medio de, por ejemplo, una recamarera o una cocinera que trabajaran en alguna casa de Guadalajara fue de aproximadamente 2 pesos y 80 centavos; De entre todas las empleadas domésticas, destacan las nodrizas, por integrar una suerte de “élite” de este grupo. El artículo número 2 438 del reglamento de domésticos dice que su periodo de contrato debía ser igual a la duración de la lactancia –algo indeterminado de modo natural–, por lo que su posición era excepcional. Fueron pocas (1891: cinco entre 781; 1894: seis entre 795) y su sueldo era bastante más alto que el de recamareras o mozos: 7.8 mes en 1891 y 6.6/mes en 1894, cuando el promedio de los demás era de menos de cuatro (Curley citado en Camacho, 2006: 32).

      Ellas y los cocheros –con sueldos también manifiestamente superiores al de otros domésticos: 6 pesos/mes–, conformaron un subgrupo relativamente privilegiado en el interior del conjunto de los domésticos. (Agradezco al Dr. Robert Curley la información precedente, que tan generosamente me proporcionó).

      18 Los sirvientes, por ejemplo, ayudaban a cuidar a los miembros de la familia que enfermaban, dado que durante el siglo XIX los hospitales estuvieron enfocados a las personas pobres; las élites y cualquier que pudiera costeárselo prefería ser atendido en su casa. Y, así, “eran las mujeres de la casa asistidas por la servidumbre quienes proporcionaban los mayores cuidados a los enfermos” (Kicza citado en Gonzalbo Aizpuru, 2005: 154).

      19 Como ya indiqué en el primer epígrafe, pude llevar a cabo esta tarea de identificación analizando pormenorizadamente los fondos, muebles y demás objetos de atrezzo que aparecen en las fotografías de estudio en las que sí está impreso el sello de Magallanes. Conectando unas imágenes con otras por medio de estos elementos, logré construir una pequeña colección de indicios que propició la posterior clasificación de las fotografías del Registro como hechas o no hechas por el fotógrafo.

      20 Remito aquí al lector al texto fundador de Pierre Bourdieu (1988), titulado homónimamente: La Distinción. Criterio y bases sociales del Gusto.

      21 Cfr. Thorstein Veblen, Teoría de la Clase Ociosa.

      22 García Canclini citado en Meyer, 1978: 19.

      23 Bastarrica, 2017.

      IV. AUTORRETRATO DE FAMILIA

      Finalmente, analizaremos las fotografías de familiares y amigos tomadas por Magallanes fuera de su estudio fotográfico, fundamentalmente en la que parece su casa de Guadalajara y en diversos lugares de la ribera de Chapala.

      En este grupo encontramos con mucha frecuencia a su esposa Clotilde, posando aplicadamente a veces, o aparentemente desprevenida de la cámara en otras ocasiones, fotografiada en entornos muy variados: en la casa familiar con sus hijos, recibiendo visitas infantiles, o con el propio fotógrafo en el que resulta un originalísimo y muy preparado autorretrato tomado en el dormitorio del matrimonio. O en Chapala, a veces acompañada por los niños de la familia e integrantes del servicio doméstico, a veces sola, ataviada por ejemplo con un muy a la moda kimono, a modo de vestido de té.

      En la misma localidad de Chapala, Magallanes fotografiará a familiares y amigos en los jardines de sus viviendas o a la orilla del lago, realizando actividades diversas, y casi siempre posando ostensiblemente para el fotógrafo, algunas veces de modo claramente preparado y bastante artificial, y otras recreando escenas pretendidamente espontáneas.

      Imagen 6

      Fuente: Colección Particular de las hermanas Ana Rosa y Patricia Gutiérrez Castellanos.

      Es, desde mi punto de vista, en esta serie de imágenes donde encontramos a un fotógrafo moderno en toda la extensión de la palabra. Fuera del estudio, Magallanes se decide a experimentar con encuadres, composiciones, luces y profundidades de campo múltiples, y desde luego alejados de los límites conceptuales impuestos desde París por Disderi tanto tiempo atrás, y mucho más cercanos a la retórica de la pintura. A nivel narrativo, lo que vertebra la serie —salvo en el caso de los paisajes sin figuras—, es un elegante equilibrio entre lo público y lo privado, lo social y lo familiar, lo espontáneo y lo estetizado, que se repite en casi todas las escenas, gracias a estrategias de representación que incluyen, por ejemplo, la ubicación de sus modelos en un entorno público, como la orilla del lago, o la toma de una imagen muy posada en un espacio privado, como el jardín de una casa. Tanto en el primer caso como en el segundo, el fotógrafo incluye, voluntaria o involuntariamente, en la imagen a personas de otras clases sociales: pescadores, cocheros, campesinos que pasaban por ahí con sus burros y sus cántaros, o incluso criados, al fondo de una escena de brindis familiar, colgando pulcramente la ropa a secarse al sol. Y el resultado son imágenes híbridas, costumbristas en cierto modo, y preponderantemente teñidas de una intención de clase sobre la que hablaré más en profundidad a continuación.

      24 En los albores del siglo XX la villa de Chapala, a orillas del lago del mismo nombre y a 45 kilómetros al sur de Guadalajara, se convirtió para las élites tapatías en una alternativa a la de San Pedro para el descanso y el ocio ostentoso, especialmente atractiva porque, al parecer, allí acudían no solamente familias de la capital de Jalisco, sino también de la ciudad de México, con lo que las posibilidades para desarrollar una vida social intensa y redituable en términos de la construcción de redes de sociabilidad aumentaban. El lugar se volvió tan conocido entre las élites que el mismo Porfirio Díaz llegó a pasar allí unos días en abril de 1908. La Gaceta de Guadalajara,


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