Tormenta de fuego. Rowyn OliverЧитать онлайн книгу.
No todavía.
El silencio se volvió algo incómodo. Lleno de pena y comprensión.
—Sé por qué no quieres volver. Mathew me ha dicho…
No podía ser. ¿En serio el capitán le había contado a su madre que había un imitador en Seattle? Pero ¿en qué estaba pensando?
—Mamá…
—Hijo, me aterroriza pensar que todo esto te consuma por dentro.
—Estoy bien —la cortó Max.
Intentar razonar con ella era bastante inútil. Tenía el defecto o la virtud de conocer qué le rondaba por la cabeza o sentía en su interior mejor que nadie.
—No te preocupes —insistió Max—. Ya lo verás. La semana que viene, cuando vaya, dejarás de preocuparte de si estoy bien o de si como bien o no.
Ahora sí que la escuchó reír.
—Nunca comerás lo suficiente.
—Por supuesto, para ti, si no me pongo como un zepelín, nunca será suficiente.
Cuando su madre le siguió el juego, y vio que estaba de buen humor, pensó en que sería buen momento para decirle que no iría solo a la boda.
No habían hablado del divorcio, pero el tema estaba ahí. Su madre sabía que la separación era definitiva y que nada le haría volver con Arizona. Ella desconocía los motivos, y Max no pensaba contárselos a nadie, y mucho menos a su madre, pero lo importante es que lo aceptaba. La mujer católica y de moral intachable que era su madre aceptaba que su hijo se divorciara porque no era feliz. Eso Max lo sabía, igual que sabía que deseaba que no se quedara solo, que pronto encontrara una mujer que lo comprendiera y lo quisiera.
Aunque ya le había comunicado a la novia, su hermana, que no asistiría solo a la boda, pensó en que bien podría decírselo a su madre.
—Ahora mismo estoy en una fiesta.
—¿Ah, sí?, ¿de quién?
—De Jud, una amiga que trabaja en mi comisaría.
¿Una amiga? Max puso los ojos en blanco por su torpeza al pronunciar esa palabra, así titubeante, y como si fuera una mentira.
—Vaya, me alegra que tengas amigos.
Sí, ya se lo imaginaba. También podía ver el engranaje del cerebro de su madre, girar y girar. Estaba a las puertas del divorcio y en una ciudad nueva. Por supuesto que después de llevar tanto tiempo separado de su mujer, que su madre pensara que tenía amigas, era algo lógico. Pero Jud… no era precisamente una amiga, ¿no? ¡Mierda!
—¿Y llevarás a tu amiga a la boda?
—A Jud —le recordó el nombre—. Sí, vendrá. Ella… ella es una amiga. Una amiga especial.
—¿Y eso qué demonios significa?
Muy bien, a ver cómo sales de esta sin que mamá osa saque las uñas.
—La conocerás pronto.
De repente tuvo unas ganas locas de colgar, ya que en la otra línea del teléfono se instauró un silencio que a Max le dio escalofríos.
—Ya me dijo ayer tu hermana que traerías a alguien.
A Max le extrañó el tono dulce con que lo dijo.
—Estoy muy contenta por ti, me alegro de que conozcas gente…
—Mamááá…
Max agachó la cabeza, agotado. Puede que su madre le entendiera a él, pero seguro que él jamás entendería a su madre.
—Lo digo en serio. Eres mayorcito y puedes hacer tu vida. Sea quien sea esa chica… será bienvenida a nuestra casa.
Dios mío, no había pensado en su madre, sus hermanas… No había pensado en que Jud podría poner patas arriba la frágil estabilidad de la familia Castillo. Desde luego, su madre le limpiaría esa boca con jabón si no iba con cuidado.
—Bueno, Jud es…
Escuchó un carraspeo a su espalda.
Se dio la vuelta para ver a la flamígera pelirroja mirándolo con los ojos entrecerrados y una mirada fija que le pedía una explicación de por qué estaba hablando de ella por teléfono a otra persona.
Muy bien, Max, se dijo suspirando, sal de esta.
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