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Desconocida Buenos Aires. Escapadas soñadas. Leandro VescoЧитать онлайн книгу.

Desconocida Buenos Aires. Escapadas soñadas - Leandro Vesco


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que enseña El Corán. “No somos bélicos. El Islam es paz con uno mismo y con el medio ambiente”, explica para barrer con el prejuicio. “Alá nos dotó con algo que el resto de las criaturas no tienen, la libertad. Nosotros somos responsables de esa libertad”, sentencia Muhammad. + info: La Angelita está sobre la ruta 45.

      La Angelita no siempre fue un pueblo de mayoría musulmana. Hacia comienzos del siglo XX la zona era habitada por colonias de catalanes e italianos. Los sirios estaban dominados por el Imperio turco y luego, por Francia. En diferentes oleadas llegaron a Argentina escapando de las sucesivas guerras. En 1920 ya había una importante comunidad siria en La Angelita, que se fundó en 1926. En el pueblo, en la actualidad, viven dos refugiados que llegaron días antes del inicio de la cuarentena. “Han aprendido español”, asegura Yamile. La hermanad se practica y es parte de la fe islámica.

      La pulpería

       más famosa del mundo

       Mercedes. Partido de Mercedes

      

      “Afuera de la pulpería, el mundo sigue su evolución. Aquí dentro, el tiempo se ha detenido y las paredes y el mostrador siguen tejiendo y mostrando nuestra historia”, así describe Fernanda Pozzi lo que siente al entrar aquí y pararse frente al mostrador y detrás de la bicentenarias estanterías, esperando que lleguen turistas de todas partes del mundo. También los propios mercedinos y la gauchada de una amplia región que busca refugio en este templo, donde se le rinde tributo a la amistad y a los verdaderos sabores criollos.

      La Pulpería de Cacho es el símbolo de la tradición, una postal de Argentina. Todos los habitantes del país deberían, por lo menos una vez en la vida, experimentar la sensación de sentir el lenguaje silencioso y cordial de estas paredes en donde se ha forjado nuestra identidad. Comer una picada con salame mercedino, un aperitivo bien cargado y las inolvidables e inigualables “empanadas de Cacho, receta original”. También todos tendrían que comer una de estas, una vez en la vida. No tienen comparación con ninguna empanada. Tesoro gastronómico.

      Fue abierta en 1830 y está en manos de la familia Di Catarina, desde 1910. Hasta 2009 la atendía quien fue reconocido como el “último gran pulpero bonaerense”, el recordado Cacho, presente en cada rincón de las paredes. Su partida física aún se siente, pero su espíritu está vivo. Se habla de él en presente. Sus amigos lo recuerdan, los solitarios gauchos que vieron en él a un ángel campero con un corazón más grande que el río Luján, a orillas de la pulpería. No habrá nadie como Cacho.

      Ir a La Pulpería de Cacho es sentir el amor que la familia Di Catarina Pozzi ha depositado en estas paredes, porque ha elegido consagrarse al mantenimiento y la atención de la más querida de las pulperías. Su hermana Aída, que también nació como Cacho en el mismo establecimiento, pasó su infancia entre cañas y picadas, y se la puede ver siempre sentada, siempre atenta. Oscar Pozzi, su marido y también pieza fundamental en la conservación de este baluarte gaucho, ayuda. Las sobrinas de Cacho y un importante núcleo de amigos que componen una familia que es pura amabilidad hacen posible que el legado de Cacho se conserve y siga vivo.

      “Mis primeros recuerdos en la pulpería, que para mí era la casa de mi abuela Figenia, son sus ravioles que amasaba los domingos sobre la gran mesa de madera de su cocina y su exquisito relleno. A veces, le robaba una cuchara para probarlo. Ella siempre estaba a mi lado”, recuerda Fernanda. “Jugaba en el patio de ladrillos junto a mi tío Cacho, siempre presente. Recuerdo los sulkys cargados de tarros lecheros que se juntaban en la puerta de la pulpería para hacer el traspaso al camión de la fábrica. Como si fuera hoy, todavía oigo el sonido que hacían los tarros golpeándose”, cuenta.

      Mientras repasa con la mirada los infinitos elementos que adornan las paredes y estanterías, su mente se va a aquellos años. Las carneadas. Muy esperadas. “Cacho nos llevaba en Rastrojero a hacer las compras para las carneadas. Mamá nos dejaba faltar a la escuela. Era un momento muy esperado, estábamos en la pulpería con toda la familia. Cacho lo vivía como una celebración. Éramos felices. ¡Me acuerdo cuando yo logré estar en la etapa de poder hacer el cierre de los chorizos y salames, poder manejar el hilo!”, confiesa.

      “La figura de Cacho es central. Un gran anfitrión, siempre estaba parado en la puerta con su vestimenta gaucha. La pulpería para él fue su querencia. Incansable, amigazo, fiel a su gente, apasionado por querer transmitir y hacer valorar lo nuestro. Fue un gran gaucho”, sostiene Fernanda.

      La pulpería tiene hitos, como el pedido de captura del gaucho Juan Moreira, por ejemplo. Botellas que no se han tocado en un siglo. Frases camperas, elementos de la vida rural de antaño, salames quinteros, herramientas, íconos de nuestra tradición. Es un museo vivo. Lo recomendable es sentarse o apoyarse en el mostrador y entablar una conversación con los parroquianos. El “Zoco” Larralde y “Percha” Bustos son los músicos que suman melodías criollas. Alrededor de todo esto, la familia Di Catarina Pozzi está atenta a todo. Como suaves insinuaciones, desde la cocina las ollas acarician el ambiente con aromas a locros, guisos y estofados. Afuera, la parrilla atrae. Con paciencia y al rescoldo, la carne se asa en lenta ceremonia. La grasa, gota a gota, estalla en las brasas produciendo una música relajante.

      Mercedes es esta pulpería, a pesar de que existen muchas esquinas criollas en el pueblo. Aquí germina un sentir especial que no se da en ningún otro lugar. Fernanda es la cuarta generación Di Catarina Pozzi, tal vez ella pueda desentrañar la magia: “Estar detrás de este mostrador produce un orgullo familiar. Ansiedad de querer transmitir la pasión por nuestro lugar, con todos los valores que lleva: amistad, cortesía, el ser anfitrión, amabilidad, relatar nuestra historia familiar y argentina, el placer de ver los rostros de asombro y emoción de la gente al entrar. Observar cómo la pulpería es como un libro abierto y escuchar las historias de los visitantes que hacen referencia a cosas que descubren y los transportan a un momento de sus vidas”, afirma.

      Los niños son parte de esta postal. Una quinta generación de la familia juega entre las mesas y sus manitos pellizcan las tablas de quesos y salames. La gastronomía es capítulo aparte. El menú cambia según la estación: el invierno es el tiempo de las ollas, el locro en fechas patrias es un poema. Con calor, las carnes asadas; durante todo el año, las picadas con las famosísimas empanadas. Algo picantes; sencillamente geniales.

      “La gente viene a buscar paz, aires de campo, el canto de las aves, a despojarse del reloj, activar las sobremesas, comer sin apuros. Quieren descubrir sabores que han perdido, que resaltan la simpleza de la comida tradicional. Aquí recuperan las charlas largas, la gente se conoce, entre las mesas hay un intercambio de diálogos mientras la música acompaña”, resume Fernanda. Son pocos los rincones donde se respira el verdadero sentir nacional.

      “El último pulpero nos está guiando. Siempre presente, nos supo transmitir un legado que atesoramos y deseamos que sean muchas generaciones más las que lo continúen. La cocina de la pulpería es la cocina de la familia”, concluye. + info: Avenida 29 al fondo, antes de llegar al puente del Río Luján / Facebook: La Pulpería de Cacho / Instagram: lapulperiadecachodicatarina

      Aquí sucede algo extraordinario. La pulpería es un punto de encuentro querido y pieza fundamental para entender y disfrutar de nuestra identidad. Pero las empanadas de Cacho generan devoción. Literal: se recorren cientos de kilómetros para poder probarlas. ¿Qué las hace especiales? Nunca se sabrá a ciencia cierta, el secreto es parte de la magia. Lo concreto es que nadie se resiste a ellas. Cuando estaba Cacho con vida, ya eran famosas. Él las hacía y había hallado una receta que fue su sello. Paola Pozzi, su sobrina, es quien recibió el legado. Intentamos desentrañar el secreto. “Siempre recuerdo cuando Cacho me decía: ‘Bueno hoy vas a hacer el picadillo de las empanadas ¡pero, ojo!, el condimento lo pongo yo’. Él siempre les daba ese toque”. Paola aprendió de los mejores: de su abuela Figenia y del propio Cacho. Grandes cocineros.


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