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La profecía del malaje. Julio Muñoz Gijón @RancioЧитать онлайн книгу.

La profecía del malaje - Julio Muñoz Gijón @Rancio


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se mete en la jaula y empieza a dar saltos, y la gente ahí jaleándolo, y el tío empieza a ponerse disfrutón. Y da saltos más grandes, y se pone a tirar para arriba los plátanos y cogerlos, se sube a un árbol y da saltos arriba, la gente loca con el mono, todo el zoo allí mirándole…

      Las risas de los policías van a más.

      –Y de repente, el mono en lo alto del árbol, que da un resbalón de la rama con tan mala suerte que cae en la jaula del león.

      Jiménez hace un silencio dramático.

      –Y el león, que estaba acostado, se levanta del castañazo y empieza a andar hacia él. Y la gente: «¡Ay, por Dios! ¡El mono! Con lo gracioso que era, que se lo come el león». Y el nota, con el traje de mono, haciendo ruidos de mono para que alguien viniera y lo sacara.

      Jiménez se pone a hacer el mono haciendo ruidos cada vez más intensos.

      –Y el león cada vez más cerca, y la gente cada vez más agobiada. Y ya, cuando está a nada el león, grita el mono en perfecto castellano: «¡SACADME, SACADME POR DIOS!». Y coge el león, le echa la mano por lo alto y le dice: «Cállate, mamona, ¡que nos van a echar a los dos!».

      Todos estallan en una sonora carcajada. Justo en ese momento, entra la comisaria con rostro serio. Se pone delante de todos ellos.

      –Buenos días. Tareas habituales para todos, excepto para Jiménez y Villanueva, tenemos un robo perfecto para ustedes, bueno, sobre todo para Jiménez.

      Villanueva se pone serio.

      –¿Qué ha pasado, comisaria?

      –Han llamado de la Hermandad del Lanzado, han entrado a robar esta noche en la iglesia.

      Jiménez resopla.

      –De verdad que en esta ciudad no va a quedar un jorobado con tanto susto.

      Villanueva apunta en su cuaderno.

      –¿Mercado negro del arte quizá?

      La comisaria niega.

      –Creo que no, lo veo un poco chapucero.

      –¿Qué se han llevado?

      –Entraron por una puerta lateral que parece que se dejaron abierta.

      Villanueva resopla.

      –Es que también…

      Jiménez salta.

      –No se ponga así, Villanueva, que una hermandad tiene mucho trabajo, demasiadas cosas hacen.

      –Se han llevado la recaudación que había, unos 600 euros, dos incensarios, algunas joyas de las imágenes, con más valor religioso que económico, la verdad, y la lanza del misterio.

      Jiménez se levanta.

      –¿La de Longinos?

      La comisaria lo mira.

      –Jiménez, no voy a caer en sus rimitas…

      –No, no, comisaria, Longinos es el romano que atravesó con su lanza a Jesús cuando estaba en la cruz. El misterio del Lanzado representa ese momento. No me puedo creer que se hayan llevado la lanza, de verdad que qué cantidad de locos tenemos, como vuelva el Quintero tiene para siete u ocho temporadas.

      La comisaria lo mira con curiosidad.

      –¿Esa lanza era valiosa? No me refiero a religiosamente, sino como objeto de arte.

      Jiménez se encoge de hombros.

      –Hombre, para los hermanos del Lanzado, desde luego, pero yo creo que no era muy antigua. Me suena que la talla del romano tendrá veinte años o así. Supongo que la podrán reemplazar por otra. ¿Por?

      –No lo sé, en la hermandad prácticamente no se han preocupado por el dinero o las joyas, sin embargo, me han insistido con mucha intensidad en recuperar la lanza.

      Jiménez se levanta.

      –Pues no se hable más. Si una de nuestras hermandades nos necesita, ¡allí que estaremos!

      La comisaria se levanta.

      –No haga ninguna de las suyas, Jiménez, perfil bajo con el tema.

      –Metro sesenta y dos, comisaria, más bajo no puedo ser.

      –Déjese de bromas. ¡Y a trabajar!

      Jiménez mira a Villanueva.

      –Jefe, voy a hacer unas llamaditas, de esto me oriento yo rápido. De hecho, ya tengo un candidato…

      Villanueva interrumpe.

      –Bueno, si tiene un sospechoso, vamos a hablar con él, ¿no? Si es un ladronzuelo como parece, puede que se asuste.

      –Se paga a euro el euro metido a que es el Gabino. Este tiene un puesto un poco piratilla en El Jueves y es más largo que la cochera del Talgo. Déjeme hacer unas llamadas para confirmar y vamos a buscarlo.

      TRES

      Triana. Una mujer de unos setenta años, vestida con un bambito de flores, ha regado la entrada de su casa y ahora frota con un cepillo de barrer viejo y con saña la acera mojada. Habla con su vecina de enfrente, que hace lo mismo en una puerta de la otra acera.

      –Pues no veas mi niño, la que ha liado en el bar.

      –¿Qué le ha pasado?

      –¿Que qué le ha pasado? Pues que le volvieron a robar y dijo, «Se acabó la broma, ya no me roban más».

      –Uy, uy, uy. ¿Pero la policía no ha hecho nada?

      –Qué va. Cuarenta veces ha llamado y siempre le decían que iban a poner más vigilancia, que un coche patrulla allí todo el día… pero qué va. Ojana todo. No iban nunca.

      –Coño, ¿y qué es lo que ha hecho?

      –Mira, ha colgado de la puerta una pancarta que pone «Cataluña Libertad», y otra que pone «Euskadi Independiente».

      –¿Qué me dices?

      –Dos coches de la Guardia Civil y uno de nacionales todo el día allí tiene ahora.

      En ese momento, sale de una puerta pequeña de al lado un hombre de unos cincuenta y tantos años. Es calvo, extremadamente delgado, pero su cara parece la de alguien más joven. Viste un pantalón chino que tiene abrochado muy arriba, un cinturón muy apretado y una camisa de cuadros abotonada hasta arriba. En la mano derecha lleva una pequeña maletita. Las dos mujeres cortan su conversación, el hombre pasa por el medio y saluda.

      –Buenos días nos dé el Señor.

      –Hola, hijo.

      Las dos mujeres le ven marcharse en silencio. Cuando dobla la esquina, una se acerca a la otra.

      –Qué raro es…

      –Y la casa tan grande que tiene.

      –¿Tú has estado?

      –Yo ahí no entro ni a recoger billetes de mil duros. Pero yo creo que llega hasta detrás del todo, tú hazme caso a mí. Es muy raro, el otro día tiré la basura después de él, y la bolsa se le había abierto un poco sin que se diera cuenta y había cabezas de palomas.

      –¿Qué dices?

      La mujer se besa dos dedos con fuerza.

      –Te lo juro. Yo no soy de cotillear, pero entra con muchas palomas. Yo no sé dónde las mete. ¿Y para qué querrá las cabezas? Ni que fueran gambas, coño.

      –Déjalo, está loquito.

      –Coño, pues a ningún loquito le da por cavar zanjas, por blanquear fachadas o por baldear la calle, siempre lo tenemos que hacer nosotras, vaya por Dios.

      CUATRO

      San Pedro del Vaticano. En un lujoso


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