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La profecía del malaje. Julio Muñoz Gijón @RancioЧитать онлайн книгу.

La profecía del malaje - Julio Muñoz Gijón @Rancio


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roto el espejo no se arredra.

      –Y tú, Paquirrín, venga para dentro que aquí no pintas nada.

      El gigante coge con una mano por el cuello al taxista y lo levanta medio metro. Los taxistas se quedan perplejos y comienzan a gritarle que lo suelte.

      –¡Quillo, quillo, suéltalo, suéltalo! ¡Madre mía, si es una máquina de tabaco el gachó!

      El rostro del taxista atrapado cada vez se va poniendo más y más morado, pero el hombre ni se inmuta ni, por supuesto, lo suelta. Las muecas son extremas. Los taxistas le golpean sin éxito.

      –¡Suéltalo, animal! ¡¿Pero, bueno, a este tío no le duelen los pellizcos o qué?!

      De repente, la mujer, que ha bajado sin que nadie se dé cuenta, dice «Stop». El gigante abre la mano y el hombre cae morado al suelo y empieza a toser. El gigante y la mujer vuelven a la furgoneta.

      El conductor los mira perplejo, la Reina Negra lo saluda y comienza a hablar en alemán a uno de los acompañantes.

      –¿Te aseguraste de que no hablaba alemán el conductor y de que el coche está limpio, verdad?

      –Sí, sí, está todo correcto.

      –Perfecto. Hacía tiempo que no salía de casa, debemos ser cuidadosos.

      En ese momento, el chófer interrumpe.

      –Perdone, ¿le importa que deje la radio? Es que está ahora Libre y Directo, un programa de deporte que me gusta, a ver si Manolo o Santi cuentan que mi Sevilla ficha a alguien bueno.

      La mujer no mueve un músculo de la cara, pero en un movimiento rápido, como un relámpago, le pone una hoja afilada en el costado. El hombre mira hacia atrás y ella le pone el índice en la boca para que guarde silencio. El conductor responde casi sin respiración.

      –Es igual, es igual, si ya he escuchado La Cámara de los Balones y ahora están Florencio y Ronquillo hablando del Betis.

      La furgoneta atraviesa Sevilla con el sol ya cayendo y llega a la entrada del Hotel Alfonso XIII. El conductor baja y abre la puerta sin decir ni una palabra. Salen primero el gigante y sus cuatro compañeros. La mujer desciende la última y le da dos billetes de quinientos euros como propina. «Para arreglar los golpes», le dice en perfecto castellano.

      TRECE

      Once de la mañana en la comisaría de Sevilla. La comisaria entra en la sala central. La acompaña una joven de unos treinta años, pelirroja, alta, delgada y con aspecto de extranjera. La comisaria da dos palmadas.

      –A ver, atención, tenemos chica nueva en la oficina, será solo por un tiempo, pero es divina.

      La comisaria le comenta solo a ella.

      –No se preocupe por lo de divina, es una broma de…

      La chica la interrumpe.

      –… de un anuncio de televisión, sí, sí, lo conozco, una colonia creo que era.

      –Vaya, sabe usted mucho de España, y habla un español perfecto.

      –Sí, mis veranos de pequeña los pasé en España, a mi padre le encantaba cazar y España, así que siempre veníamos.

      –¿Cazar?

      –Sí, quizá por eso he acabado dedicándome a lo que me dedico: cazar malos.

      La comisaria sonríe.

      –Susan es agente de la Interpol y estará en nuestra comisaría para una investigación que está haciendo. Habla perfectamente español, así que dejaros de bromitas.

      La chica asiente.

      –Hola a todos.

      –Bueno, pues ya están hechas las presentaciones. Hala, todo el mundo a trabajar.

      Villanueva se levanta y le da un codazo a Jiménez, que está quieto. Se levanta y ambos van hacia la nueva.

      –¿Qué tal? Inspector Villanueva, bienvenida, estamos aquí para lo que puedas necesitar. He estado veintidós años en Madrid, he colaborado muchas veces con la Interpol, ¿vienes a alguna operación en concreto, algún programa?

      –Bueno, prefiero ser discreta, es una operación internacional.

      Jiménez se presenta hablando a gritos.

      –HOLA. YO, JIMÉNEZ. POLICÍA TAMBIÉN.

      La mujer lo mira desconcertada.

      –Sí, sí, encantada, oigo y entiendo bien, no hace falta que grite.

      Villanueva parece avergonzado.

      –Bueno, aquí estamos para lo que necesites.

      Ambos se marchan, y a pocos metros, Jiménez habla al oído a Villanueva.

      –Tiene más pecas que la boquilla de un Chester.

      Jiménez mira el móvil.

      –Bueno, ya es hora de ir a tomar una cervecita al mercadillo de El Jueves, Villanueva.

      Villanueva mira su reloj.

      –Pero si acaban de dar las once de la mañana.

      –Jefe, el refranero es sabio: «Si quieres una salud de bronce, una cerveza antes de las doce». Además, es que ya llevan un rato los puestos, a ver si va a vender la lanza el Gabino, que es capaz y capataz.

      Los policías recogen y salen. Susan, de lejos, les sigue con la mirada, saca su teléfono móvil y coge su bolso.

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