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La profecía del malaje. Julio Muñoz Gijón @RancioЧитать онлайн книгу.

La profecía del malaje - Julio Muñoz Gijón @Rancio


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se ríe.

      –Como los avestruces, si no veo no me ven, ¿no?

      –Algo así, pero es que, después de liarla, la mujer se va llorando, papelón de él con la amante y tal y pasan los días. Bueno, pues el domingo por la noche llama él a la mujer.

      –Para disculparse, claro.

      –¡Qué coño! La llama y le dice: «Niña, ¿dónde estás? ¿Todo bien con tu madre?».

      Villanueva no entiende nada.

      Jiménez sigue.

      –La mujer que le monta un pollo y él dice: «¿¿Cómo?? Pero espera, ¿estaban follando en nuestra cama? ¡Me cago en el José Luis!».

      Los ojos de Villanueva no se pueden abrir más. Jiménez disfruta.

      –Gabino va y le dice: «Mira, es que cuando te fuiste me encontré a José Luis en el bar de abajo y me dijo que le dejara las llaves, que había ligado, se puso tan pesado que se las dejé, gordita, lo siento, pero le dije: “Rapidito y, sobre todo, en la cama mía y de mi mujer no, ¿eh?”. ¡Se va a enterar, Merchi, se va a enterar!».

      Villanueva no da crédito.

      –Madre mía, como no le había visto la cara con lo de la sábana…

      –¡Exacto!

      –¿Y por qué ese individuo nos la va a dar?

      –Porque yo soy más listo que él y no le va a quedar otra.

      Jiménez guiña un ojo y, en ese momento, suena su móvil.

      Mira la pantalla y se extraña. Le enseña el teléfono a Villanueva, que puede leer: «Carlos Arzobispo Móvil». Descuelga extrañado y pone el manos libres.

      –Arzobispo, ¿qué tal? Le escucha Villanueva, que estoy con el manos libres ese si no le importa. Está aquí Jiménez.

      –Eh… sí, sí, claro, no hay problema, mejor. Un saludo, Villanueva.

      –Otro para usted, excelentísimo, ¿todo bien?

      –Bueno, sí, sí, todo bien, en esta ciudad uno nunca se aburre, ya saben ustedes. Les llamaba en referencia a la pérdida de la lanza del Lanzado.

      –Sí, estamos en ello.

      La voz del religioso transmite preocupación.

      –Denle toda la importancia que puedan, por favor, no es una cuestión menor que aparezca. Entiendan que no les pueda decir más, pero hagan todo lo que puedan.

      La llamada se corta y los dos policías se quedan mirándose extrañados.

      DIEZ

      Londres. Sede central de la Interpol. En un amplio despacho con pantallas, un hombre trajeado de unos cincuenta años está sentado con una mujer de unos treinta delante. Ella hojea una carpeta que él le ha pasado.

      –Sol Negro. Uno de los partidos políticos más peligrosos de Europa y que, por desgracia, crece más rápido.

      Ella levanta los ojos.

      –Los conozco perfectamente. Herederos del nazismo, vínculos con terroristas de extrema derecha, ocultismo, fiestas raras, algunas de las mayores fortunas de Alemania y de Europa les están aportando fondos y cada vez tienen más movimientos en el mercado negro de armas… Se dice hasta que han podido comprar algo gordo, quizá algo químico.

      –Eso dicen.

      El hombre pulsa un botón y baja una pantalla del techo en la que hay imágenes desde lejos de varios hombres elegantes entrando en una lujosa casa rodeada de viñedos.

      –Son ellos. Entran en esa casa que creemos que es en la que se esconde ahora Marlene Franz.

      Cambia la foto y ahora aparece una mujer de cincuenta años. La joven asiente.

      –La Reina Negra.

      –Exacto. Asesina sin piedad y la mayor ladrona de arte del mundo, probablemente muchas más cosas. Llevamos años detrás de ella, pero está muy protegida en Alemania, posiblemente por donaciones a museos y galerías. Ya sabe cómo funciona esto. El caso es que no la podemos atrapar porque no sale de allí.

      –¿Y qué quieren esos nazis de Marlene?

      El hombre vuelve a pulsar y aparece en la pantalla una noticia de un informativo en el que se ve a Jiménez hablando e imágenes de la lanza.

      –Creemos que está relacionado con la desaparición de esa pieza de una iglesia del sur de España. La hipótesis es que, por alguna razón, piensan que esa es la Lanza del Destino.

      Susan se acerca a la pantalla.

      –Pero… ¿la verdadera? ¿Con la que mataron a Jesús?

      –No lo sabemos, pero esta foto es de hace veinte minutos en el aeropuerto de Hamburgo.

      En la pantalla se ve a la Reina Negra con cinco hombres, uno especialmente grande.

      –Los que la acompañan deben de ser agentes suyos, probablemente mercenarios, no los tenemos fichados.

      Se hace un silencio entre los dos. El hombre continúa.

      –Su misión es ir a Sevilla y hacer lo que sea necesario para capturarla.

      –De acuerdo.

      –Es una operación de vital importancia. Ya sabe que si no puede ser una operación limpia, que no lo sea. Si debe sacrificar alguna ficha por un bien mayor, como otras veces, no dude en hacerlo. Tiene todos los permisos. Si le encomendamos esta misión es porque valoramos su frialdad.

      En la pantalla vuelve a salir Jiménez hablando para el informativo.

      –En teoría, este policía es el único que, según esa grabación, sabe dónde está la lanza. Creemos que la manera más sencilla de capturar a la Reina es utilizarle de cebo.

      La joven asiente.

      –Cuente con ello, ¿qué importa perder un peón si te comes una reina? Una última pregunta… usted no creerá que la lanza esa… ¿no?

      El hombre hace una mueca con sus labios.

      –Susan, Hitler retó al mundo a una guerra mundial porque consiguió esa lanza. No creo que tenga ningún poder sobrenatural, si es lo que me pregunta, pero tiene la capacidad de darles valor a esos locos de Sol Negro. Y eso, si han comprado armamento químico como parece, ya nos debe preocupar bastante.

      ONCE

      Palacio Arzobispal de Sevilla. El arzobispo está hablando por teléfono con semblante preocupado.

      –Sí, ha sido un error incalculable, estoy de acuerdo. Esa publicidad del robo puede costarnos mucho, hubiera sido mucho mejor mantener la discreción, cardenal, por supuesto, pero ahora mismo ya no podemos hacer nada.

      El arzobispo escucha durante un tiempo en silencio.

      –Descuide, ya le he trasladado a los policías encargados la gravedad del asunto. Honestamente, ahora estamos en sus manos.

      El arzobispo vuelve a quedar en silencio escuchando a su interlocutor.

      –Creo en ellos, por supuesto, pero aunque no creyera… son los que tenemos.

      DOCE

      Aeropuerto de San Pablo. Terminal de llegadas. Marlene y sus cinco acompañantes pasan de la cola de taxis y se van a meter en una furgoneta brillante y negra. En cuanto entran y deslizan la puerta para cerrarla, un taxista del aeropuerto golpea con el puño la furgoneta e increpa al conductor.

      –¿Tú qué haces aquí, asqueroso? ¡Tú aquí no puedes recoger!

      El taxista le da ahora una patada a la puerta. El conductor de la furgoneta comienza a agobiarse y habla con miedo a través de la ventanilla, bajada solo un poco.


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