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Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza. Ким ЛоренсЧитать онлайн книгу.

Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza - Ким Лоренс


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tiene por qué ser particularmente bella.

      Pfff.

      –Sí tiene que serlo, Oliver. Tú solo sales con mujeres guapísimas.

      Internet estaba lleno de fotografías de él con sus conquistas, siempre espectaculares.

      –¿Me crees tan superficial?

      –¿Cuándo fue la última vez que saliste con una mujer normal? –lo retó Audrey.

      –Como con ella una vez al año.

      Audrey se irguió en el sofá y abrió la boca para decir algo ingenioso, pero no se le ocurrió nada.

      –Lo siento, no quería decir eso. En realidad, quería hacerte un cumplido.

      ¿Porque una vez al año se dignaba a comer en público con una mujer que no era bella?

      –Tus halagos podrían refinarse, amigo mío.

      –Tú eres mucho más que unas cuantas facciones armónicas. Y cuando te miro veo todo lo que eres, no lo que no eres.

      Un poco torpe, pero al menos no se mostraba condescendiente hablándole de la belleza interior.

      –Por favor, Audrey. Tú eres la última persona de este planeta a la que querría hacer daño o a la que puedo juzgar. Mi círculo social está lleno de mujeres guapas, es verdad, pero no salgo con ellas por el placer de mirarlas, sino para ver si tienen algo además de belleza física.

      No era del todo inconcebible. Podía imaginarse lo fácil que sería para una mujer bella entrar en el círculo social de Oliver Harmer. Y era comprensible que se sintieran atraídas por un hombre como él.

      –Es muy importante para mí que no me creas ese tipo de hombre –insistió Oliver, tomando su mano.

      Audrey apartó la suya para limpiarse los labios con la servilleta. Pero no iba a ponerse en plan princesa, ella era una mujer adulta.

      –Me miro todos los días al espejo y sé dónde están mis virtudes y mis defectos.

      –Yo daría todo lo que tengo… –Oliver apartó la mirada.

      –¿Darías todo lo que tienes…?

      –Para que reconocieses tus virtudes.

      ¿Hasta el personal de la cocina se había detenido para escuchar la conversación? Porque esa era la impresión que tenía. Todo lo que no fuera la voz de Oliver había desaparecido, pero no podía dejarse llevar.

      –No tienes que hacer esto, Oliver. Me da igual lo que pienses sobre mi aspecto.

      –No es verdad. Eres humana y yo acabo de reforzar a esos imbéciles del instituto con mis palabras. Soy un idiota –Oliver se levantó y tiró de su mano–. A mí sí me importa lo que pienses sobre mi aspecto.

      Era un concepto tan absurdo que Audrey tuvo que reírse.

      –No es verdad.

      –Me he cambiado tres veces antes de elegir este traje.

      Ella lo miró de arriba abajo.

      –¿Y no has encontrado nada mejor? –preguntó, irónica.

      –¡Es un traje nuevo!

      –¿Has ido de compras y todo? Impresionante.

      –Y no me he afeitado esta mañana porque una vez dijiste que te gustaba con sombra de barba.

      –¿Cuándo dije eso?

      –Hace cuatro años.

      Audrey se rio, sorprendida.

      Daba igual que solo estuviera bromeando, se sentía agradecida.

      –Sé lo que estás haciendo.

      –¿Qué estoy haciendo?

      –Mentir para que me sienta mejor.

      –¿Y está funcionando?

      –Sí, la verdad es que sí.

      –Estupendo, entonces.

      –Además, tú siempre estás guapo. No tienes que esforzarte.

      –Y es una suerte porque en otros aspectos me siento muy deficiente a tu lado.

      ¿El hombre más rico, interesante y atractivo que conocía?

      –¿En qué aspectos?

      Oliver la miró, indeciso, antes de responder:

      –Vivo con el miedo de ver en tus ojos una mirada de paciencia o condescendencia, como yo miro a las mujeres con las que salgo.

      –¿Crees que me limito a soportarte?

      Él se encogió de hombros.

      –Solo venías aquí por Blake, tú misma lo has dicho. Tal vez es tu buena obra de Navidad.

      Pensar que había hecho, no sabía cómo, que Oliver se cuestionase a sí mismo hizo que sintiera un escalofrío.

      –Pero sigo aquí, ¿no?

      –Ah, pero has venido para decirme adiós.

      –Sí, es verdad –asintió ella. Ese había sido el plan–. Entonces, ¿por qué no lo he hecho?

      Oliver levantó una mano para acariciarle la mejilla.

      –Daría mi fortuna por saber la respuesta a esa pregunta.

      –Como sigas así, te vas a arruinar.

      –Eso es lo bueno del saldo de crédito doble A –Oliver trazó sus labios con la yema del pulgar–. Puedo conseguir más si me hace falta.

      –¿Qué estás haciendo? –susurró Audrey.

      –Todo lo que pueda antes de que digas que pare.

      Debería hacerlo. Inmediatamente. Estaba en un lugar público con Oliver «el Martillo» Harmer, notorio mujeriego. No debería dejar que se acercase tanto, por mucho que su corazón le dijese lo contrario.

      Daba igual que ya no fuese la mujer de nadie. Eso solo lo hacía más peligroso.

      Pero con sus ojos clavados en ella y la yema del dedo apretando sus labios tuvo que hacer un esfuerzo para recordarlo.

      Y abrió la boca sin darse cuenta.

      Vieiras asadas y anguila ahumada con salsa de capsicum en corteza de parmesano y eneldo

      –PARA.

      No estaba invitándolo, estaba echándolo. Por supuesto que sí, se trataba de Audrey.

      Oliver dio un paso atrás.

      –Ha sido más corto de lo que yo esperaba –murmuró.

      –Estamos en un lugar público.

      Como si eso fuera lo que la detenía.

      –Tengo una suite en la planta de arriba.

      Por supuesto, ella no aceptó. Audrey tenía más clase de la que él tendría nunca.

      –Pensé que estábamos en la última planta.

      –La última planta para el público. Hay una más, un ático con una suite privada.

      –¿Y es tuya?

      –Va con el restaurante.

      –¿Has comprado el restaurante? –exclamó ella, atónita.

      –Sí.

      –¿Por qué? ¿No hay buenos restaurantes en Shanghái?

      –Me gusta este.

      Y Qingting contaba con una ventaja: el eco de sus encuentros con Audrey. Y, cuando no apareció el año anterior, empezó a pensar que eso era todo lo que iba a tener.


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