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Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza. Ким ЛоренсЧитать онлайн книгу.

Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza - Ким Лоренс


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otra vez de manera normal, recordándole que no debía hacer lo que estaba haciendo.

      En cinco minutos todo podría haber terminado.

      «Quiero que estés segura del todo».

      Eso era lo que Oliver había dicho y tal vez era lo que pensaba de verdad: que debía estar segura del todo a la fría luz de la realidad, no durante aquel momento enfebrecido.

      En ese momento sonó un golpecito en la puerta y Audrey se volvió hacia el ventanal, intentando arreglarse el vestido mientras Oliver se apartaba.

      Unos segundos después, la puerta se cerró de nuevo. Siguió un silencio, tan profundo que Audrey se dio la vuelta.

      Oliver estaba inmóvil, con una bandeja en las manos y una pregunta en los ojos.

      Dándole a elegir.

      Pero su pulso no se había calmado. ¿Cómo iba a tomar una decisión con el pulso acelerado? Audrey cruzó los brazos sobre el pecho.

      –¿Qué hay en la bandeja?

      –Palitos de jengibre helado, especialmente preparados para nosotros. ¿Quieres probarlos, Audrey?

      Muy bien, no iba a dejarla ir tan fácilmente. Nerviosa, se pasó las manos por la falda mientras se acercaba a la mesa donde había dejado la bandeja.

      –Deja de pensar –murmuró él.

      –No estoy pensando.

      –Sí estás pensando. Estás separando la parte aceptable de la inaceptable y colocándolas en cajitas diferentes. Pero siento curiosidad por saber lo que has puesto en cada una. ¿Te parece bien estar aquí, en la suite?

      –Es lo más sensato, no podíamos seguir en el restaurante.

      –Entonces, ¿es el vestido?

      –El vestido es precioso. Me hace sentir guapa.

      Esperaba que Oliver dijera: «Eres guapa», pero no lo hizo. Y, aunque en parte se alegraba de que no intentase halagarla, por otro lado fue una decepción.

      –¿Qué cambiarías de ti misma si pudieras?

      Audrey lo pensó un momento. La forma de sus ojos no era nada del otro mundo, pero maquillados quedaban bien. Y el color era bonito. Sus labios eran normales, inofensivos, ni demasiado finos ni demasiado gruesos, y tenía la nariz recta. Todo estaba bien, pero le faltaba… lustre.

      –Mi barbilla es un poco cuadrada.

      Oliver negó con la cabeza.

      –Es fuerte, definida. Te da carácter.

      Ella se rio.

      –Sí, claro. Todas las mujeres quieren tener una cara «con carácter».

      –Se puede tener carácter y ser bella a la vez. Pero, bueno, ¿qué más cambiarías si pudieras?

      Audrey suspiró.

      –No se trata de un defecto en particular. No puedo hacerme un lifting o pegarme las orejas y sentirme como nueva. Es que no tengo… no hay ninguna facción especial que me haga bella o interesante.

      –Yo podría nombrar tres.

      –Ja, ja.

      –Hablo en serio. ¿Te digo cuáles son?

      –Por favor.

      –Tus pómulos –dijo Oliver–. No los destacas nunca, pero no te hace falta. Cuando sonríes, los músculos de tu cara se contraen y el ángulo los intensifica.

      Audrey enarcó una ceja.

      –Me alegra saberlo.

      –Tienes un rostro inteligente, siempre pareces estar alerta, atenta. Eso destaca mucho.

      –¿Tengo un rostro inteligente?

      –Cualquiera puede tener una cara bonita…

      –¿Y qué puede haber mejor que una cara bonita?

      –Tu cuerpo –respondió Oliver, sin dudar.

      Eso no lo esperaba y su intensa mirada era un poco desconcertante.

      –Por favor, no me digas que soy atlética.

      –¿No?

      –Eso significa ancha de hombros y sin pecho.

      –Solo si estás buscando una ofensa. Para mí, atlético significa… –Oliver se echó hacia delante– maleable, flexible, fuerte. Es un cuerpo que no se quiebra bajo presión.

      Audrey tuvo que hacer un esfuerzo para llevar oxígeno a sus pulmones; su indisciplinada imaginación creaba imágenes de la presión a la que se refería.

      –Atlético significa fortaleza y aguante…

      –¿Todo tiene que ver con el sexo para ti?

      «Le dijo la sartén al cazo».

      –¿Quién dice que estoy hablando de sexo? –protestó Oliver–. Hablo de una vida larga y sana. De dar largos paseos o tirarse en el sofá para ver una buena película. Un hombre se fija en los detalles de una mujer, pero su biología se siente naturalmente atraída por una compañera que viva tanto tiempo como él.

      La imagen que pintaba era idílica y Audrey tuvo la sensación de que eso era lo que veía cuando la miraba.

      Potencial, no defectos.

      Oliver había pensado en su figura durante más de unos segundos. Se había fijado de verdad.

      –Definitivamente, es un cuerpo que hace a un hombre pensar en… noches sudorosas –añadió él.

      Audrey se agarró a la broma para salir a flote.

      –Ya me lo imaginaba.

      –¿Qué quieres que diga? Soy un hombre como los demás.

      No era cierto. No se parecía a los demás y le gustaría saberlo todo de él.

      –Me gustaría que te vieras como te veo yo, Audrey.

      –No pierdo el sueño por ello, no te preocupes.

      –Lo sé, pero me gustaría que te sintieras más segura de ti misma.

      –¿La confianza te atrae?

      –Completamente.

      –¿Es por eso por lo que te gustan las mujeres guapas?

      –La estética no es lo que más me atrae.

      No, era cierto. Y estaba empezando a entender lo frívola que era su acusación.

      –Pero, tristemente, la confianza no siempre tiene que ver con la belleza. He conocido a mujeres bellas e inseguras.

      –Tal vez esperas demasiado. Quizá tengan la sensación de no estar a la altura de tus expectativas.

      Oliver la miró, en silencio.

      –Si una mujer tiene todo lo que yo quiero, debe de haber otra en el mundo que también lo tenga.

      ¿Ella tenía todo lo que quería? Su corazón se volvió loco.

      –Y, sin embargo, me falta la confianza que buscas. Al final, soy una mujer incompleta, ¿no?

      –He dicho que no te das cuenta, no que no la tengas. Si creyeses en ti misma iluminarías las calles a tu paso.

      Si fuese tan fácil…

      –Un par de conversaciones como esta y podría conseguirlo.

      Oliver sonrió.

      –Vivo para servirte.

      –¿Ah, sí? Entonces, ¿qué tal si me das un palito de jengibre?

      Oliver terminó antes de comer, tal vez porque ella estaba intentando ganar tiempo. Por un lado necesitaba más caricias, tan estimulantes como el maratón gastronómico,


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