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Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza. Ким ЛоренсЧитать онлайн книгу.

Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza - Ким Лоренс


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bajar al restaurante.

      Eso lo sorprendió.

      –¿Ahora?

      Audrey dobló su servilleta y la dejó al lado del plato.

      –Sí, creo que sí.

      –¿Te sientes más segura rodeada de gente?

      –Lo que ha pasado antes ha sido… –Audrey no terminó la frase. «Asombroso, sin precedentes, inolvidable»– interesante, pero no creo que debamos retomarlo.

      Era demasiado peligroso.

      –Pues tú parecías tan interesada como yo. ¿Puedes dejarlo estar?

      –Yo… sí. No es el mejor momento.

      –Los dos somos libres, estamos solos en una suite con una de las mejores vistas del mundo, tenemos toda la noche por delante y es Navidad. ¿Por qué no es buen momento?

      Sus ojos decían demasiado. Por ejemplo, que sabía que mentía.

      –Acabo de descubrir que mi marido me engañaba.

      –Entonces, esto ha sido una venganza.

      –¿Crees que yo te utilizaría de ese modo?

      –¿Estás utilizando a alguien si ese alguien quiere ser utilizado? Yo estaría encantado de dejarme explotar –Oliver dejó caer los brazos–. Haz conmigo lo que quieras.

      Audrey soltó una carcajada. Qué hombre imposible. Y era imposible saber si hablaba en broma o en serio.

      –Eso no sería muy maduro.

      –A veces el cuerpo sabe más que el cerebro. Al menos, sabe mejor lo que necesita.

      –¿Crees que yo necesito un buen revolcón?

      –¿Quién ha dicho que hablase de ti?

      Por favor…

      –Seguro que te has acostado al menos con dos mujeres esta semana.

      –No es verdad.

      –Entonces, la semana pasada.

      –No.

      Que no se hubiera acostado con nadie en tanto tiempo era algo fascinante, pero no iba a dejarse llevar por la intriga.

      –Bueno, eso explica que estés tan… interesado.

      –Lo que ha pasado hoy no tiene nada que ver con eso. Yo sé controlarme.

      –Qué engreído. ¿Crees que yo carezco de autodisciplina?

      Era otra de sus virtudes.

      –No, al contrario. Si decides decirme adiós, sé que no volveré a verte.

      Había un brillo de dolor en sus ojos.

      –Entonces, ¿quieres desconcertarme para estar a salvo?

      –Intento hacerlo.

      Pues estaba funcionando.

      –¿Y crees que confesar eso te ayudará?

      –Estoy haciendo algo que va contra lo que me dice el instinto.

      –Ser sincero.

      –Tú siempre eres sincera conmigo. Yo no miento, pero no es lo mismo que ser sincero. Hay muchas cosas que no te cuento.

      –Por ejemplo, lo de Blake.

      –O no haberte dicho nunca cuánto te deseo.

      Audrey contuvo el aliento.

      –Y el deseo no va a desaparecer solo porque tú no quieras pensar en ello.

      –Entonces, me imagino que no querrás volver al restaurante.

      –No, no quiero. Estoy demasiado cerca.

      –¿Cerca de qué?

      –De todo lo que he deseado durante años.

      «Deseado». A ella. Seguía siendo demasiado inconcebible.

      –¿Quiera yo o no?

      –Si pensara que tú no quieres no habría dicho nada. Pero sí quieres, solo tienes que creer que te lo mereces.

      Audrey se abrazó a sí misma. ¿Merecérselo? ¿Sabía lo que estaba pidiéndole? Después de tantos años escondiéndose…

      Claro que quería acostarse con él, pero… ¿se atrevería? ¿Podría hacerlo y no verse invadida por viejas dudas? ¿Podría hacerlo sin querer más?

      –La Audrey de tu imaginación debe de ser espectacular –susurró–. Pero en serio, ¿y si no saliera bien?

      Oliver dio un paso adelante y le pasó los dedos por la mejilla.

      –Cariño, eso es imposible.

      Bendito Oliver Harmer y su don para hacerla sentirse cómoda.

      –Pero eres tú quien debe dar ese paso –siguió él–. Arriésgate… y toma mi mano.

      Audrey miró esos largos y seguros dedos. Que ya no temblaban.

      Si aceptaba su mano cambiaría su vida, haría algo que nunca antes se había atrevido a hacer.

      Un encuentro sexual de una sola noche.

      Se acostaría con Oliver, pero probablemente no se repetiría; después de todo, solo se veían una vez al año y muchas cosas podían cambiar en doce meses.

      Sexo como venganza, había sugerido. Y tenía derecho a vengarse. No se había lanzado sobre Oliver cada año por lealtad a un hombre que la había traicionado desde el primer día, que estaba deseando que llegara el veinte de diciembre para ser el hombre que era en realidad.

      ¿No merecía vengarse?

      ¿Y no se sentiría como nueva después? Como un ave fénix renaciendo de sus cenizas.

      Audrey respiró profundamente. Y al ver que los dedos de Oliver temblaban ligeramente se le encogió el corazón.

      Aquello no era sucio o feo. No era un revolcón barato y no había un montón de chicas dispuestas a empujarla contra la pared del servicio por atreverse a apuntar alto.

      Era Oliver.

      Y la deseaba.

      Audrey clavó la mirada en los ojos pardos y enredó los dedos con los suyos.

      Cocodrilo curado a la lavanda con ensalada de melón al eneldo, servida con una emulsión de lima

      –¿OTRA vez?

      Tumbada en la cama, desnuda y sudorosa, Audrey lo miraba lascivamente.

      La risa se le atragantó.

      –Voy a tardar un ratito en volver a hacerlo, cariño.

      –¿Ah, sí? ¿No eres de los que lo hacen tres veces seguidas?

      –¿Nunca has oído hablar del período de recuperación? Además, un hombre que tiene que hacerlo tres veces seguidas es que no lo ha hecho bien la primera vez.

      Pero lo habían hecho muy bien. La primera y la segunda vez.

      La primera había sido ardiente y sudorosa. Ni siquiera habían llegado al suntuoso sofá. Él bromeaba, pero había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para mantener un ritmo que no la asustase.

      O lo avergonzase a él.

      La segunda vez se habían convertido en nómadas, usando todas las superficies planas, explorando y aprendiendo la geografía del cuerpo del otro, tirando jarrones y copas a su paso. Oliver estaba decidido a hacerlo mejor, a aguantar más, demostrando que el adolescente revolcón en el sofá no era todo lo que podía ofrecer. Y Audrey estaba a la altura como la diosa que era.

      Hasta que por fin cayeron sobre la enorme


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