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Donde vive el corazón. Brenda NovakЧитать онлайн книгу.

Donde vive el corazón - Brenda Novak


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      ¿Por qué no?

      Porque era un niño al entrar en la cárcel, y ahora solo llevaba fuera cinco meses.

      Supongo que no he encontrado a la chica de mi vida.

      ¿Y tus padres? ¿Siguieron juntos?

      Nunca estuvieron juntos.

      ¿Y quién te crio?

      Mi madre, más o menos. No sé si podría llamársele «criar». Mi hermano y yo nos criamos solos.

      ¿Y tu padre? ¿No estaba con vosotros?

      Ni siquiera me acuerdo de él.

      Entiendo. Lo siento.

      No te preocupes. No estamos hablando de mí.

      Tú eres el que has dicho que debía pensar en otra cosa.

      ¿Soy la distracción?

      Me dijiste que se te daba bien escuchar.

      Eso es verdad. ¿Qué tal lo estoy haciendo por ahora?

      Todavía no he llamado a Axel. Yo diría que es un éxito. ¿En qué trabajas?

      Trabajo en New Horizons. Me encargo del mantenimiento, del jardín, de las reparaciones…

      Se lo explicó para que no pensara que tenía un trabajo importante, ni la educación que había recibido su hermano que, recientemente, había conseguido el puesto de director del ala de niñas de la escuela. Aunque no tuviera intención de contarle los detalles más sórdidos de su vida, tampoco quería que pensara que era alguien que podía resultar interesante para ella.

      New Horizons es el correccional que hay a las afueras del pueblo, ¿no? ¿Para niños problemáticos?

      ¿Debería decirle que él había sido uno de esos niños? ¿Que había terminado en un sitio mucho peor que esa escuela?

      No. No era una conversación sobre él, sino sobre ella. Él quería ayudarla a superar aquel momento difícil de su vida. Él podía ser cualquiera.

      La mayoría son buenos chicos que pasan por un mal momento.

      Casualmente, miró hacia arriba mientras esperaba la respuesta de Harper, y se quedó helado. Atticus se acercaba a él por la acera.

      –Vaya –murmuró. A menudo se preguntaba si era tan difícil para Atticus encontrarse con él como para él encontrarse con Atticus. Si así fuera, el hermano de Jada nunca le había dado ninguna indicación.

      Tobias se metió el teléfono en el bolsillo y se apartó de la furgoneta.

      –Hola, tío. Tienes buen aspecto –le dijo, mientras se saludaban, como de costumbre, con una palmada, un choque de puños y un medio abrazo.

      –Tengo que agradar a las tías.

      –¿Le has echado el ojo a alguien últimamente?

      –No. Es difícil decidirse –bromeó Atticus.

      –Será mejor que las mujeres de Silver Springs tengan cuidado –dijo Tobias, riéndose.

      Sin embargo, aquel tema hacía que se sintiera aún más incómodo. No sabía si le había robado a Atticus su vida sexual, además de haberle robado la capacidad de andar. Y le espantaba pensar que pudiera ser así…

      Ojalá pudiera deshacer lo que había hecho aquella noche.

      Pero no podía. Tenía que vivir con ello. Y ese era el peor de sus castigos, peor incluso que la cárcel.

      –¿Acabas de salir de la tienda?

      –Sí. Maya me ha escrito un mensaje para que viniera a probar su nueva galleta.

      –¿Y cuál es el veredicto?

      –Que está buenísima.

      –Debe de estarlo, si tu madre le deja que la venda en la tienda.

      –Sí. Se vende tan bien, que mi madre está pensando en ofrecerla durante las fiestas, y Maya se ganará cincuenta céntimos por unidad vendida para su fondo de la universidad.

      –Eso es genial por parte de Susan.

      –Sí, no es tan mala –dijo Atticus, con ironía.

      Atticus sabía cuáles eran los sentimientos de Susan hacia Tobias. La mayoría del pueblo lo sabía. Susan casi no se hablaba con su hija desde que se había casado con Maddox. Culpaba a Maddox casi tanto como a Tobias por lo que le había ocurrido a Atticus, ya que había sido Maddox quien había llevado a Jada y a Atticus a la fiesta aquella noche fatídica.

      –No es mala en absoluto –dijo Tobias–. Ya lo sé.

      –Claro, claro –dijo Atticus en broma–. Bueno, de todos modos, fue idea de Maya lo de poner galletas de helado en la carta el verano pasado y, desde entonces, la tienda va mucho mejor. Creo que mi madre piensa que está en deuda con Maya.

      –Me alegro de que el negocio vaya mejor –dijo Tobias.

      Y era cierto. Como nada podía servir de compensación a los Brooks por lo que habían perdido, él deseaba que a Jada y a su familia les ocurrieran todo tipo de cosas buenas.

      Tobias miró hacia la tienda para ver si había alguien cerca de la entrada.

      –Susan no estará en este momento, ¿no? –le preguntó a Atticus, bajando la vista.

      A Atticus le pareció graciosa la pregunta.

      –No, no hay peligro –dijo.

      Tobias se enjugó la frente como si tuviera gotas de sudor.

      –Me alegro de saberlo, tío. Gracias.

      –De nada –dijo Atticus, y comenzó a alejarse en la silla de ruedas. Sin embargo, se volvió hacia Tobias–. Eh, voy a ir a Blue Suede Shoe. Deberías venir después. Vamos a tomar algo y a jugar una partida de dardos.

      –Muy bien. Nos vemos después –dijo Tobias, y se encaminó hacia la tienda.

      Al acercarse, se acordó de Harper y de la conversación que había dejado a medias, pero no sacó el teléfono. Quería entrar y salir de Sugar Mama antes de que Susan volviera.

      –Tengo entendido que se vende una nueva galleta que está estupenda.

      Parecía que Maya estaba atendiendo la tienda ella sola. Lo hacía durante cortos períodos de tiempo si Susan o la dependienta, Pamela Kent, tenían que salir a hacer algún recado. Pero él sabía que Maya no iba a estar sola mucho tiempo, porque solo tenía trece años, así que no iba a quedarse más que unos minutos.

      –¡Tío Tobias! –exclamó la niña. Salió de detrás del mostrador y le dio un abrazo.

      –Atticus me ha dicho que tus galletas se venden muchísimo, preciosa.

      –Bueno, no es para tanto. Pero va bien. Además, papá se llevó tres docenas para la reunión de la escuela de ayer –dijo Maya, con una sonrisa de picardía.

      Tobias había sido testigo de lo rápida y fácilmente que se había creado la relación filial entre Maya y Maddox, y se preguntó lo que pensaría Susan de que su yerno, a quien no aprobaba, hubiera resultado ser tan buen padre.

      –Se irá corriendo la voz. Y, muy pronto, será lo que más se venda de toda la tienda.

      –No quiero eso –dijo ella, controlando su entusiasmo–. Puede que la abuela se sintiera mal.

      Entonces, volvió a entrar al mostrador.

      –Mira, prueba una –le dijo mientras abría la tapa de la bandeja de muestras.

      Él tomó un trocito de galleta de pepitas de chocolate que tenía pedacitos de barra de caramelo por encima, algunos de


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