Donde vive el corazón. Brenda NovakЧитать онлайн книгу.
al corriente de su divorcio. Estaría completamente sola.
Sin embargo, ahora que sus hijas y la familia de su hermana se habían marchado, no estaba segura de sentirse mejor a solas, y ese era el motivo por el que había ido a la cafetería, para empezar.
¿Tienes cosas que hacer esta noche? Si no, ¿podrías venir a la tienda? Quiero que pruebes mis nuevas galletas. Creo que con estas he dado en el clavo.
Tobias sonrió al leer el mensaje de Maya. Acababa de llegar a casa después de pasar la tarde patinando con algunos estudiantes en New Horizons. No había patinado sobre hielo demasiadas veces cuando era pequeño, puesto que había nacido en la soleada ciudad de Los Ángeles y, además, en la pobreza, así que no había tenido demasiadas oportunidades de ir a pistas de hielo. Sin embargo, patinar con patines se le había dado muy bien desde el principio, y la habilidad se había transferido fácilmente. Se le daba tan bien, que lamentaba no haber tenido la oportunidad de jugar al hockey o a algún deporte organizado cuando era niño. La cárcel le había arrebatado una parte muy grande de su vida.
Sin embargo, no podía compadecerse de sí mismo. Por su culpa, Atticus tampoco podía hacer ningún deporte que requiriera el uso de las piernas. Y ese era el motivo por el que no iba a acercarse a la tienda. Nunca sabía cuándo iba a encontrarse con Susan, la abuela de Maya y madre de Jada, que era la dueña de Sugar Mama. Susan lo odiaba. Una noche, en agosto, había ido a su casa y lo había atacado físicamente. Él sabía que se merecía eso y más; no la culpaba por sentir tanta ira y tanto dolor. Pero eso no significaba que fuera a arriesgarse a que ella volviera a atacarlo.
Mientras estaba mirando la pantalla del móvil tratando de decidir si merecía la pena correr ese peligro por Maya, Uriah tocó la ventanilla del coche.
Tobias se sobresaltó. No lo había oído acercarse.
–Eh, ¿qué tal? –le preguntó después de bajar la ventanilla.
–¿Te gustaría venir a cenar? Hazel Saunders me ha traído una cazuela de tacos deliciosa, y la tengo calentándose en el horno.
Tobias no era de los que se perdían una buena comida casera. Su madre nunca se molestaba en cocinar para ellos cuando eran pequeños y, después, había pasado trece años comiendo la porquería de comida de la cárcel. Así pues, disfrutaba mucho de la comida. Además, tenía hambre. Sin embargo, por el rabillo del ojo vio un movimiento y se dio cuenta de que Carl estaba observándolos desde las sombras, y vaciló.
Uriah solo quería ser agradable e incluirlo en su plan. Tobias no quería que actuara por obligación cuando, además, tenía la oportunidad de disfrutar del hecho de comer con su hijo después de haber pasado tantos años separados. Lo más importante era que pudieran recuperar su relación.
–Me encantaría, pero tengo otros planes –le dijo–. Maya ha inventado otra galleta. Quiere que vaya a la tienda y la pruebe.
Uriah asintió comprensivo, como si supiera que Tobias estaba intentando no molestar.
–¿Seguro que no quieres comer un poco antes de irte? Hay mucho…
–No, ya comeré algo en el pueblo. ¿Necesitas que te compre algo, ya que voy a ir al centro?
La plantación de frutales en la que vivían estaba solo a diez minutos de un supermercado. No era demasiado difícil ir a la compra. Sin embargo, a menudo se hacían aquel tipo de favores el uno al otro.
–Estaría bien que trajeras un par de litros de leche, si te acuerdas.
–Por supuesto que sí –dijo Tobias, y fingió que no veía que Carl lo estaba fulminando con la mirada desde el porche.
Cuando llegó a Sugar Mama, miró bien por todo el callejón de la parte trasera para asegurarse de que el coche de Susan no estaba allí. Después, aparcó al final de la calle, para que nadie viera su furgoneta enfrente de la tienda. Estaba saliendo cuando le llegó un mensaje al teléfono móvil.
Supuso que era de Maya para preguntarle si iba a ir o no, ya que no le había respondido a su primer mensaje. Sin embargo, al mirar la pantalla, vio que era de un número desconocido.
No debería llamarlo, ¿verdad?
¿Llamar a quién? Como no había introducción, ni prefacio para aquella frase, pensó que alguien se había equivocado de número. Sin embargo, recordó que le había dado su teléfono a Harper Devlin aquella mañana.
Pero… no podía ser ella, ¿verdad?
¿A quién no deberías llamar?
Tecleó aquella pregunta cuando, en realidad, debería haberle preguntado quién era.
A Axel.
Él se quedó asombrado. Sí, era Harper. Se había puesto en contacto con él. En vez de ir a la tienda, se apoyó en la furgoneta y empezó a responder.
Ya sabes que, al enviarme un mensaje, me has dado tu número.
Sí, pero no sabes dónde vivo. Además, dijiste que no eras un peligro.
Defíneme «un peligro».
Algo que representa una amenaza para mi bienestar.
Entonces, no, no soy un peligro.
Hubo una larga pausa. Después, ella escribió:
¿Y según qué definición eres un peligro?
Él no respondió. Si quería ser su amigo, no podía decirle que había estado en la cárcel. Ella no necesitaba saber eso.
No, no deberías llamar a Axel. En absoluto.
¿En absoluto? Vaya, qué categórica es tu respuesta, ¿no? Explícame por qué. Creo que es lo que necesito oír.
Has tenido que preguntármelo, ¿no? Eso significa que estás intentando resistirte y, si estás intentando no hacerlo, es porque sabes que no debes llamar.
Es que lo echo tanto de menos…
Ve a estar con tus hijas y deja de pensar en él. O volverá, o no. Que él lo decida.
Estoy segura de que no va a volver. El divorcio será firme dentro de dos días. Y no parece que le importe lo más mínimo.
Pues, entonces, él se lo pierde, Harper. Tú sigue avanzando paso a paso. Al final, te recuperarás y estarás bien sin él.
No me parece posible. De todos modos, ahora no puedo estar con mis hijas. Están en Los Ángeles con mi hermana y su marido.
¿Hasta cuándo?
Hasta el fin de semana.
Entonces, ¿estás sola?
Sí, toda esta semana.
Puedes pasarlo mal con tanto tiempo a solas. ¿Por qué no te has ido con ellos?
Creía que quería estar sola. Que necesitaba algo de tiempo para pensar. Y mi hermana, también.
¿Pero no te está ayudando?
Hoy es el primer día y ya me estoy volviendo loca. Estoy a punto de llamarlo y suplicarle que vuelva conmigo.
Dime que no estás bebiendo.
¿Y qué tiene que ver eso?
Si estás bebiendo, caerás en la tentación.
No, no estoy bebiendo nada. Aunque se me ha pasado por la cabeza. Sería un alivio darme a la botella y dejar de sentirme así.
Pues piensa esto: lo único peor que llamarlo sería llamarlo borracha. Cuando se te pasara la borrachera, tendrías que pensar en lo que has hecho estando borracha.
Tienes razón. Y… ¿cómo puedo controlarme?