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Una emigrante bajo la Torre Eiffel. Sectiva Lozano AguileraЧитать онлайн книгу.

Una emigrante bajo la Torre Eiffel - Sectiva Lozano Aguilera


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lo siento, ¿te importa que siga estudiando?

      —No, para nada, tú sigue así, yo soy feliz escuchándote y viendo cómo avanzas.

      Los dos meses que faltan se me pasan en un santiamén, y de pronto me encuentro en la cola del hotel Carihuela Palace de Torremolinos al lado de unos monumentos de chicas, largas como la Diagonal de Barcelona y bellas como diosas. Vamos, que yo a su lado parezco el punto de la i. Me veo más pequeña de lo que soy. ¡Dios mío!, ¿dónde me he metido?. Y si además hablan idiomas, estoy muerta.

      La chica que va delante de mí me mira con desprecio y parece decir:

      —¿Dónde vas tú, piojo? —En ese momento me acuerdo de Romualdo que nunca tuvo miedo a nada y le contesto con la mirada:

      —Pues a lo mismo que tú, mona. —¡Dios mío, qué miedo, se parece a Ava Gardner! Esto no me gusta nada.

      Después de hablar con la entrevistadora, «Ava Gardner» sale con cara de vinagre y me atrevo a preguntarle:

      —¡Oye!, ¿qué te han preguntado? —Y me contesta en andaluz cerrao:

      —¿Que zi ze inglé o francé… ¿Qué ze abrá creio la tía eza?, aquí estamos en Andalucía y hablamos to andaluuuu… Y, además, yo creo que la tía eza es una zádica, me ha dicho que zi me pica la ingle. —La chica que va delante de mí le dice:

      —No, te ha preguntado «You speak English?».

      —¡Po ezo, que si me pica la ingle!

      La chica del inglés se llama Pepi y sale con su hoja en la mano, la han cogido. La chica que tengo detrás dice:

      —Las hay con enchufe.

      Es mi turno:

      —¿Cómo te llamas?

      —Sectiva Lozano.

      —¿Hablas algún idioma?

      —Estoy estudiando francés y hablo catalán.

      —Tres bien, coment alez vous?

      —Tres bien, mercie! Et vous, meme?

      —¡Perfecto, está usted contratada! —Y salgo con mi hoja en la mano.

      Si la entrevistadora hubiera indagado más lejos en la conversación, no sé qué hubiera sido de mí, pero salgo de allí con la firme promesa de aprender bien el francés en el mes que me queda antes de entrar al hotel.

      El cafetero Antonio no se puede creer que me hayan cogido, con lo poco que hablo francés aún, y me dice:

      —¿No será que a ti te ha gustado más Torremolinos que a las suecas?

      —¿Y quiénes son las suecas?

      —Las suecas son esas rubias despampanantes que se pasean por la playa con la teta fuera y además son facilitas.

      Antonio me dice:

      —Secti, eres más atrevida de lo que yo pensaba. ¿Pero tú conoces Torremolinos?

      —Pues verás, conozco el Pez Espada y un buen bistec que me comí con Víctor allí. Lo importante es que me han dado cita para dentro de seis semanas en las que tengo que aprender francés y despedirme de la cafetería Solymar. Aparte, he de inscribirme en el hotel Carihuela Palace, o sea, pasar de «su cafetería a su hotel» porque resulta que don Juan es el mismo dueño, lo que él no sabe es que yo ya trabajo en su casa. —Seis semanas para aprender la lengua de Napoleón y ya veremos Bonaparte quién gana esta batalla.

      De la entrevista salí eufórica arbolando mi hoja en mano y le dije a Ava Gardner:

      —¡Portento, me han cogido!

      —Como dice esta: «Las hay con suerte o con enchufe».

      —¿Pero qué enchufe ni que niño muerto? El saludo francés que llevo currándomelo una semana.

      No me creo todo lo que dice el cafetero de las suecas, eso de que son despampanantes, de acuerdo, pero que se acuestan con cualquiera no me lo creo. Y a pesar de que Torremolinos esté lleno de todas esas diosas, yo voy a trabajar y pienso hacerme mi hueco allí. Aunque tenga el pelo más negro que un grajo, pienso triunfar entre todos esos bellezones (por lo menos con mi trabajo).

      A partir de hoy y durante dos horas, tres veces a la semana me desgañito en el cuarto de mi profe de francés (je suis, tu es, il est…) ¡Caray con los verbos! Y yo que hasta ahora solo conocía: «Y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros»… Pero al parecer no es el mismo, y entre bandeja y bandeja de camareros yo repito en mi rincón: «el agua se dice l´eau, la luz, lumiere…».

      Antonio me mira con sospecha:

      —¡Secti! ¿Desde cuándo hablas sola?

      —Desde hoy y durante varias semanas, pero no se lo digas a nadie que estoy estudiando francés. —Y él dice:

      —¡Anda, la paya! ¿Y crees que merecerá la pena?, ¿piensas que llegarás a aprenderlo a tiempo?

      —¡Pues claro que sí! Para tener un mejor puesto de trabajo, alcornoque, o por lo menos mejor pagado, y no como tú, ¡desgraciado! Todo el día tirando del mango de la cafetera.

      Una contrariedad viene a perturbar mis propósitos de clase. El encargado me dice:

      —¡Sectiva! La semana que viene es la Feria de Málaga y está usted de noche.

      —¡Pero si ya estoy de noche! ¡A mí la semana que viene me toca de día!

      —¡Si yo digo que está usted de noche, es que está de noche! —Juanito, el enlace sindical me dice:

      —No pierdas tu tiempo en discusiones inútiles, ¿no ves que la Conchi es su amiguita? La misma que le adorna su cama, así que llevas las de perder.

      —¿Será hijo de puta? Pues por ahí no paso, aunque tenga que llevarlo al sindicato, pero su amiguita hará el turno que le corresponde, pero este imbécil no me quitará mis clases de francés. —Y cogiendo a Juanito por la solapa, le digo:

      —¡Pero, bueno, tú eres el enlace sindical? ¿De qué te sirve si no defiendes al obrero? ¿O es una pura pantomima lo que tú representas?

      —¡Mira, Secti! Aquí los enlaces sindicales no pintan nada, no es como en Cataluña. Aquí donde manda patrón, no manda marinero, así que haz tu turno de noche y tengamos la semana en paz.

      —¡Ni hablar! ¡Este se va a enterar de lo que vale un peine! —Claro, que yo hablo así de fuerte porque ya tengo otro empleo en reserva, pero eso él no lo sabe.

      El lunes me presento en mi turno de mañana y no me deja ni ponerme el uniforme, pero yo no me rindo y le digo: «De aquí me voy al sindicato». Y así lo hice.

      Convocan al encargado y este dice que no me admite, que en realidad era lo que yo iba buscando. Me tiene que pagar el sueldo y la indemnización de despido, lo que me permite estudiar a pleno rendimiento antes de entrar al hotel, pero antes de irme tengo otra conversación con Juanito, el enlace sindical.

      —¡O sea, Juanito! ¿Qué tú aquí ni pinchas ni cortas ni defiendes a nadie?

      —¡Mira, Secti!, donde hay dos tetas, no mandan dos carretas.

      —Este todo lo arregla con refranes, pero de defender al obrero no tiene ni puta idea.

      —Entonces ¿quién nos va a llenar nuestras bandejas si tú te vas? —dice Juanito.

      —Pues su querida, Conchi, ya es hora que la ponga a trabajar.

      Si el encargado supiera que me voy a Torremolinos a trabajar con el mismo dueño me hundiría, pero esa es una ventaja que no tiene el ser humano, la de ser adivino. El lunes empiezo en el hotel y estoy muy nerviosa. Paso el domingo entero achicándome el uniforme que me llega a los pies. Todos son de metro ochenta. El lunes, uniformada y con mi cofia en la cabeza, me coloco entre el batallón de camareras, botones y limpiazapatos, y todos en


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