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Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós. Кэрол МортимерЧитать онлайн книгу.

Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós - Кэрол Мортимер


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mi casa –frunció el ceño y lo miró con recelo, asaltada de pronto por las dudas.

      –Era simple curiosidad –comentó él.

      Jane sacudió la cabeza, sin dejarse afectar de forma visible por su cercanía. Pero tenía los nervios destrozados. Aun así, era consciente de que, si se apartaba, Gabriel se daría cuenta de cuánto la turbaba estar cerca de él. Y en lo que a ella concernía, aquel hombre ya tenía suficientes ventajas respecto a ella… aunque ni él mismo lo supiera.

      ¡Y podía guardarse su maldita curiosidad para otra! En cualquier caso, tampoco había por qué preocuparse. Gabriel no sabía dónde vivía, y, consecuentemente, tampoco podía saber dónde estaba el parque en el que ella corría.

      –Por el aspecto de esta nieve… –alzó la mirada hacia el cielo–, me temo que mañana no voy a poder correr en ninguna parte –el ejercicio matutino la ayudaba a despejar su mente y a tonificar los músculos para el resto del día. Encontrarse a Gabriel Vaughan allí, anularía completamente los beneficios del ejercicio.

      –Así que solo te gusta correr cuando hace buen tiempo, ¿eh?

      –Yo no… –comenzó a contestar Jane indignada.

      –Ah, Gabriel, así que aquí es donde te has escondido –se oyó una seductora voz femenina–. ¿Qué es ese olor tan espantoso? –Celia Barnaby, la anfitriona de la noche, una rubia alta y elegante, arrugó la nariz al percibir el olor de los merengues quemados.

      Gabe miró a Jane y le guiñó el ojo con expresión de complicidad antes de cruzar la cocina a grandes zancadas para reunirse con su anfitriona.

      –Me temo que es el postre –contestó con una carcajada. Agarró a Celia del brazo con intención de sacarla de la cocina–. Creo que deberíamos dejar a Jane sola para que pueda ponerle remedio a ese postre.

      –Pero…

      –¿No estabas antes a punto de hablarme de esa semana que vas a pasar esquiando? –preguntó Gabe, ante la obvia reluctancia de Celia a abandonar la zona del desastre–. Pensabas ir a Aspen, ¿no es cierto? –miró a Jane por encima del hombro de la otra mujer con una sonrisa de complicidad.

      –Maldito sea –musitó Jane para sí mientras intentaba reparar el desaguisado. No tenía tiempo que perder. Sus dos ayudantes acababan de volver con los platos vacíos de la ensalada y había que servir ya el plato principal.

      Para cuando Jane terminó de colocar el merengue y la fruta, ligeramente cubiertos de salsa de frambuesas, nadie habría sido capaz de imaginar que en realidad debería haber servido dos merengues en cada uno de los platos.

      Excepto Gabriel Vaughan, por supuesto. Pero él era el culpable de aquella omisión. Si no hubiera estado tan ocupada eludiendo sus preguntas, nada de eso habría ocurrido. Jane era suficientemente profesional y eficiente para que en circunstancias normales le ocurriera algo así. Pero aquellas estaban lejos de ser circunstancias normales.

      De hecho, estuvo al borde de un ataque de nervios durante toda la noche, temiendo que Gabriel Vaughan irrumpiera de nuevo en la cocina.

      Era extremadamente tarde cuanto terminó de recoger el último de los platos de la cena y tenía que admitir que estaba agotada. Y no tanto por el trabajo físico como por la tensión bajo la que lo había realizado. Desgraciadamente, no consiguió escapar antes de que Celia entrara en la cocina tras despedir al último de sus invitados.

      Desgraciadamente porque Celia no le caía bien. Era una mujer divorciada que, evidentemente, se había casado con su marido solo por dinero y tras el divorcio había conseguido hacerse con una parte considerable de sus millones. Jane la consideraba una mujer cínica y condescendiente.

      Sin embargo, sonrió educadamente a la otra mujer. Al fin y al cabo, no tenía por qué gustarle la gente para la que trabajaba.

      Celia la miró arqueando sus cejas perfectamente delineadas.

      –¿Gabriel y tú os conocéis desde hace mucho tiempo? –le preguntó.

      Jane la miró perpleja. Desde luego, aquella mujer no se andaba con rodeos.

      –¿Desde hace mucho tiempo? –repitió aturdida. ¡Gabriel y ella no se conocían en absoluto!

      –Gabriel me ha dicho que sois viejos amigos.

      –¡Pero…! ¿Qué ha dicho qué? –frunció el ceño, con preocupación.

      –No seas tímida, Jane. Yo siempre he pensado que eras una persona que escondía grandes secretos. Y nunca he podido comprender por qué te teñiste de morena, cuando todo el mundo dice que las rubias son más divertidas.

      Jane estaba completamente estupefacta. Por una parte, le extrañaba que Celia Barnaby le hubiera prestado nunca la menor atención. Y el comentario sobre las rubias la había dejado completamente sin habla.

      Habían pasado ya dos años y medio desde que se había cortado y teñido el pelo. Aquella había sido una parte muy importante de su paso a una nueva vida. Gabriel Vaughan no había sido el único que no la había reconocido; tampoco lo había hecho mucha de la gente para la que trabajaba, que ni siquiera sospechaba que en otro tiempo había disfrutado de un nivel de vida similar al suyo. De modo que su cambio de imagen había servido para un doble propósito. Hasta ese momento, Jane había estado convencida de que el disfraz había funcionado. Se tomaba la molestia de teñirse el pelo una vez al mes y nadie parecía haber notado nunca que en realidad era rubia.

      Pero lo que menos comprendía era que Gabriel Vaughan hubiera dicho que eran viejo amigos. Haber coincidido dos veces durante una semana de sus vidas no los convertía en viejos amigos.

      A no ser que Gabriel Vaughan recordara quién era ella tres años atrás y en ese caso estuviera entreteniéndose a su costa…

      –No, no nos conocemos desde hace mucho.

      –Es una pena –Celia hizo una mueca de desilusión ante su respuesta–. Tengo curiosidad por saber cómo era su esposa. Sabías que había estado casado, ¿no?

      Oh, sí, claro que sabía que había estado casado, pensó Jane mientras intentaba reprimir un escalofrío. La muerte de la esposa de Gabriel Vaughan había sido otro de los elementos que había contribuido al desastre en el que tiempo atrás se había convertido su vida.

      –Sí –confirmó Jane bruscamente–. Supongo que tú también viste la fotografía del accidente que publicaron los periódicos –parecía tener problemas para hablar. Hacía tanto tiempo que no hablaba con nadie de todo aquello…

      –Todo el mundo la vio. Menudo escándalo –comentó Celia con evidente placer–. Jennifer Vaughan era tan hermosa que provocaba la envidia de cualquier mujer –añadió–. No, ya sé el aspecto que tenía, Jane. Solo me estaba preguntando cómo era. En aquella época yo no conocía a Gabriel, de modo que no tuve oportunidad de tratar directamente con ella.

      Jane tampoco la había conocido. Pero sí había llegado a temerla; a ella y al efecto de su belleza.

      –Me temo que en eso no puedo ayudarte, Celia –contestó, deseando salir cuanto antes de allí–. Yo también he conocido a Gabriel después de la muerte de su esposa –contestó vagamente.

      Si por ella hubiera sido, no habría tenido ningún inconveniente en explicarle que había hablado por primera vez con él hacía menos de una semana, pero no quería contradecir a Gabe y despertar de esa forma la curiosidad de Celia.

      –Oh, bueno –comentó Celia, comprendiendo que no iba a obtener más información–. La cena de esta noche ha sido maravillosa, Jane. Me mandarás la cuenta, como siempre, ¿verdad?

      –Por supuesto –y como siempre también, Celia retrasaría todo lo posible el momento de pagarla.

      De hecho, se lo había pensado mucho antes de aceptar servir aquella cena. Y tras haber descubierto que Gabriel Vaughan era uno de los invitados, lo mejor que podía haber hecho era hacer caso de su intuición y haber dicho que no.

      Acababa


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