Las leyes de la naturaleza humana. Robert GreeneЧитать онлайн книгу.
o política. Es imposible que las emociones colectivas no te atrapen. Tu corazón late más fuerte. Lágrimas de felicidad o tristeza acuden más pronto a tus ojos. Estar en un grupo no estimula el razonamiento independiente, sino un intenso deseo de pertenencia. Esto sucede por igual en un entorno de trabajo, en particular si el líder explota las emociones de la gente para incitar deseos competitivos y agresivos o crea una dinámica de “ellos contra nosotros”. El efecto grupal no requiere necesariamente la presencia de otros. Puede ocurrir de manera viral, como cuando cierta opinión —por lo general, de una variedad muy pronunciada, como la indignación— se propaga por las redes sociales y nos contagia del deseo de compartirla.
Hay un aspecto positivo y tonificante en la estimulación de las emociones grupales: la forma en que se nos puede animar a hacer algo por el bien colectivo. Pero si percibes que se apela a emociones diabólicas, como odio, furibundo patriotismo, agresividad o visiones del mundo muy radicales, vacúnate contra ellas y no te dejes llevar por esa poderosa influencia. Lo mejor es evitar la situación grupal si es posible, a fin de mantener tus facultades de raciocinio, o participar en esos momentos con gran escepticismo.
Cuídate de los demagogos que capitalizan el efecto grupal y estimulan estallidos de irracionalidad. Recurren por sistema a ciertas estratagemas. En una situación grupal, empiezan por caldear a la multitud con ideas y valores compartidos por todos, lo que da origen a una agradable sensación de consenso. Se apoyan en palabras vagas pero llenas de emotividad, como justicia, verdad o patriotismo. Hablan de metas nobles pero abstractas antes que de resolver problemas específicos con acciones concretas.
En la política o los medios, los demagogos buscan provocar una continua sensación de pánico, urgencia e indignación. Deben mantener niveles emocionales muy altos. Tu defensa es sencilla: considera tus facultades racionales, tu capacidad para pensar por ti mismo, la cual es tu bien más preciado. No permitas que nadie desconozca tu independencia de criterio. Cuando sientas que estás en presencia de un demagogo, sé doblemente precavido y analítico.
Una última palabra acerca de lo irracional en la naturaleza humana: no supongas que las más extremas clases de irracionalidad han sido vencidas por el progreso y la instrucción. A lo largo de la historia hemos atestiguado persistentes ciclos de ascensión y caída de lo irracional. La gran edad de oro de Pericles, con sus filósofos y los indicios del espíritu científico, fue seguida por una época de superstición, sectas e intolerancia. Este mismo fenómeno ocurrió después del Renacimiento italiano. Que esto se repita una y otra vez forma parte de la naturaleza humana.
Lo irracional simplemente cambia de apariencia. Aunque ya no realizamos cacerías de brujas, hace no mucho tiempo, en el siglo XX, presenciamos los juicios ejemplarizantes de Stalin, las audiencias de McCarthy en el senado estadunidense y las persecuciones masivas durante la Revolución Cultural china. Varios cultos se generan sin cesar, entre ellos a la personalidad y el fetichismo de las celebridades. Hoy la tecnología inspira fervor religioso. La gente tiene una desesperada necesidad de creer en algo y lo hallará en cualquier parte. Las encuestas revelan que un número creciente de personas cree en fantasmas, espíritus y ángeles en pleno siglo XXI.
Mientras haya seres humanos, lo irracional encontrará su voz y su forma de difundirse. La racionalidad es algo que los individuos adquieren, no un producto de los movimientos de masas o el progreso tecnológico. Sentirse superior es signo seguro de la operación de lo irracional.
Paso tres: estrategias para que el lado racional aflore
Pese a nuestras acusadas tendencias irracionales, dos factores deberían darnos esperanzas a todos. El primero y más relevante es la existencia a lo largo de la historia y en todas las culturas de personas de alta racionalidad, los individuos que han hecho posible el progreso. Son ideales a los que todos debemos aspirar. Incluyen a Pericles, el rey Ashoka de la antigua India, Marco Aurelio en la antigua Roma, Marguerite de Valois en la Francia medieval, Leonardo da Vinci, Charles Darwin, Abraham Lincoln, el escritor Antón Chéjov, la antropóloga Margaret Mead y el hombre de negocios Warren Buffett, por mencionar unos cuantos. Todos ellos comparten ciertas cualidades: una realista evaluación de sí mismos y sus debilidades, devoción por la verdad y la realidad, una actitud tolerante hacia los demás y capacidad para cumplir las metas que se proponen.
El segundo factor es que en algún momento de nuestra vida casi todos hemos experimentado instantes de gran racionalidad. Esto suele surgir de lo que llamaremos la mentalidad del creador. Tenemos que llevar a cabo un proyecto, quizá con una fecha límite. Las únicas emociones que podemos permitirnos en estas circunstancias son entusiasmo y energía. Otras nos impedirían concentrarnos. Como debemos obtener resultados, nos volvemos muy prácticos. Nos abstraemos en el trabajo, con la mente tranquila y sin la intromisión del ego. Nos incomoda que alguien pretenda interrumpirnos o contagiarnos de sus emociones. Esos momentos —tan fugaces como unas semanas u horas— revelan el lado racional a la espera de manifestarse, sólo requiere algo de conciencia y práctica.
Las estrategias siguientes están diseñadas para que saques a relucir a tu Pericles o Atenea interior:
Conócete bien a ti mismo. El lado emocional prospera en la ignorancia. Tan pronto como tomas conciencia del modo en que opera y te domina, pierde su poder sobre ti y puede ser controlado. Así, tu primer paso hacia lo racional siempre es interno. Debes sorprender en acción a ese lado emocional. Con este fin, piensa cómo operas bajo estrés. ¿Qué debilidades particulares salen a la luz en esos momentos: el deseo de agradar, hostigar o controlar, hondos niveles de desconfianza? Examina tus decisiones, en especial las que han sido ineficaces: ¿adviertes en ellas un patrón, una inseguridad subyacente que las impele? Inspecciona tus fortalezas, lo que te vuelve diferente a los demás. Esto te ayudará a decidirte por metas que armonicen con tus intereses a largo plazo y se ajusten a tus habilidades. Si conoces y valoras lo que te distingue como diferente, también serás capaz de resistir la influencia del sesgo y efecto grupales.
Examina tus emociones hasta la raíz. Estás molesto. Permite que esta sensación se calme un poco y piensa en ella. ¿Fue detonada por algo aparentemente trivial o insignificante? Éste es signo seguro de que algo o alguien está detrás. Quizá su fuente sea una emoción más desagradable, como la envidia o la paranoia. Mírala a los ojos. Escudriña cualquier disparador para saber de dónde procede. Con este fin, podría ser prudente que lleves un diario en el que registres tus autoevaluaciones con una objetividad implacable. Tu mayor peligro aquí es tu ego y la forma en que te hace mantener ilusiones inconscientes acerca de ti. Éstas podrían ser reconfortantes de momento, pero a la larga te pondrán a la defensiva y te impedirán aprender o progresar. Busca una posición neutral desde la que puedas observar tus acciones, con algo de desapego y hasta humor. Pronto todo esto se volverá automático y cuando el lado emocional asome la cabeza, te darás cuenta de ello, serás capaz de dar un paso atrás y buscarás esa posición neutral.
Incrementa tu tiempo de reacción. Esta habilidad se deriva de la práctica y la repetición. Cuando un hecho o interacción requiere una respuesta, aprende a dar marcha atrás. Esto podría implicar que te traslades a un sitio donde estés solo y no te sientas presionado a reaccionar, o que escribas ese iracundo correo electrónico pero no lo envíes sin antes consultarlo con la almohada. No hagas llamadas telefónicas ni te comuniques mientras experimentas una emoción súbita, rencor en particular. Si ves que te apresuras a comprometerte con la gente, a contratar o ser contratado por alguien, da un paso atrás y espera un día. Apacigua tus emociones. Entre más tiempo te tomes, mejor, porque la perspectiva viene con el tiempo. Considera esto como un entrenamiento de resistencia; cuanto más te resistas a reaccionar, más espacio mental tendrás para la verdadera reflexión y tu mente se fortalecerá.
Acepta a la gente como un hecho objetivo. Aunque las interacciones con los demás son la principal fuente de confusión emocional, no tiene por qué ser así. El problema es que los juzgamos a toda hora, deseamos que sean lo que no son. Queremos que cambien. Deseamos que piensen y actúen de cierta manera, muy a menudo como nosotros. Y como esto no es posible, al ser cada persona distinta, nos sentimos desilusionados y molestos. Ve a los demás como fenómenos físicos, tan neutrales como los cometas o las plantas. Simplemente existen. Se presentan en todas las variedades, y eso vuelve la