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Las leyes de la naturaleza humana. Robert GreeneЧитать онлайн книгу.

Las leyes de la naturaleza humana - Robert Greene


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adivinanzas. Todo esto forma parte de la comedia humana. Sí, las personas son irracionales, pero tú también. Vuelve tu aceptación de nuestra naturaleza tan radical como puedas. Esto te tranquilizará y te ayudará a observar a la gente de forma más desapasionada, a entenderla en un nivel más profundo. Dejarás de proyectar tus emociones en los demás. Todo esto te dará más equilibrio y serenidad, más espacio mental para pensar.

      Sin duda, es difícil practicar esto con los insufribles sujetos que se cruzan en nuestro camino: los narcisistas desaforados, los agresores pasivos y otros entes explosivos que no cesan de poner a prueba nuestra racionalidad. Pero ve como un modelo para eso al escritor ruso Antón Chéjov, una de las personas más racionales que hayan vivido hasta ahora. Su familia era pobre y numerosa, y su padre alcohólico golpeaba sin piedad a todos sus hijos, incluido él mismo. Chéjov se hizo médico y adoptó la creación literaria como ocupación extra. Aplicó su formación médica al animal humano, con la meta de entender lo que nos vuelve tan irracionales, infelices y peligrosos. En sus cuentos y obras de teatro hallaba sumamente terapéutico entrar en sus personajes y dotar de sentido aun a los peores entre ellos. Así pudo perdonar a todos a su alrededor, incluso a su padre. Su método era imaginar que cada persona, por retorcida que fuese, tenía una razón para haber terminado como estaba, una lógica que le daba sentido. A su modo, esas personas buscaban realizarse, aunque de forma irracional. Cuando daba un paso atrás e imaginaba su historia desde dentro, Chéjov desmitificaba a los brutos y los agresores, los reducía a su estatura humana. Ya no le provocaban odio sino piedad. Piensa como escritor cuando te ocupes de las personas que tratas, aun a las de la peor especie.

      Busca un equilibrio óptimo entre pensamiento y emoción. No podemos divorciar las emociones de nuestros pensamientos, están íntimamente entrelazados. Sin embargo, uno de ambos factores es el dominante; a algunas personas las gobiernan las emociones más que a otras. Lo que debemos buscar es la proporción y el equilibrio adecuados, conducentes a la acción más efectiva. Los antiguos griegos tenían una metáfora apropiada para esto: el jinete y el caballo.

      El caballo es nuestra naturaleza emocional, que nos empuja continuamente a movernos. Este caballo tiene una energía prodigiosa, pero sin un jinete va a la deriva; es salvaje, está expuesto a depredadores y se ve inmerso en incontables problemas. El jinete es nuestro lado pensante. Mediante la enseñanza y la práctica, sostiene las riendas y guía al caballo, con lo que transforma la potente energía de este animal en algo productivo. El uno sin el otro serían inútiles. Sin el jinete, no habría movimiento ni propósito dirigidos; sin el caballo, no habría energía ni poder. En la mayoría de las personas predomina el caballo y el jinete es débil; en algunas, el jinete es demasiado fuerte, tensa mucho las riendas y en ocasiones teme permitir que el animal galope. El caballo y el jinete deben trabajar en común. Es decir, tenemos que considerar nuestras acciones con anticipación, pensar lo más posible en una situación antes de decidirnos. Pero una vez tomada una resolución, debemos soltar las riendas y actuar con osadía y espíritu de aventura. En lugar de ser esclavos de esta energía, la canalizamos. Ésta es la esencia de la racionalidad.

      Como ejemplo de este ideal en operación, intenta mantener un equilibrio perfecto entre escepticismo (el jinete) y curiosidad (el caballo). Así, duda de tu entusiasmo y el ajeno. No aceptes al pie de la letra las explicaciones de los demás ni su uso de “evidencias”. Analiza los resultados de sus acciones, no lo que dicen de sus motivaciones. Pero si llevas esto demasiado lejos, tu mente se cerrará a ideas excéntricas y especulaciones incitantes, a la curiosidad misma. Conserva la elasticidad de espíritu que tenías de niño, cuando todo te interesaba, y preserva al mismo tiempo la obstinada necesidad de verificar y escudriñar toda idea y creencia. Ambas cosas pueden coexistir. Éste es un equilibrio que todos los genios poseen.

      Gusta de lo racional. Es importante que no veas el camino a la racionalidad como algo penoso y ascético. De hecho, éste concede facultades sumamente satisfactorias y placenteras, más intensas que los placeres obsesivos que el mundo tiende a ofrecernos. Tú has sentido esto en tu vida cuando te abstraes en un proyecto mientras el tiempo fluye y experimentas ocasionales estallidos de entusiasmo cuando haces descubrimientos o progresas en tu labor. Hay otros placeres también. Ser capaz de dominar el lado emocional produce claridad y sosiego, estado anímico en el que te afectan menos los conflictos y consideraciones nimios. Tus actos son más eficaces y te generan menos agitación. Tienes la inmensa satisfacción de dominarte de una forma más profunda. Tienes más espacio mental para ser creativo. Sientes más control.

      Saber todo esto te motivará a desarrollar ese poder. Seguirás así el camino de Pericles. Él imaginó que la diosa Atenea encarnaba todas las facultades prácticas de la racionalidad. Adoraba y amaba a esa diosa sobre todos los demás. Aunque nosotros ya no la veneremos como deidad, apreciaremos más a quienes promueven la racionalidad en el mundo e interiorizaremos lo más posible su poder.

      “¡Confía en tus sentimientos!” Pero éstos no son algo último ni original; detrás de ellos hay juicios y evaluaciones que heredamos bajo la forma de […] inclinaciones o aversiones. […] La inspiración que nace de un sentimiento es nieta de un juicio —¡a menudo un juicio falso!—, ¡y en todo caso, no de uno propio! Confiar en los sentimientos propios significa prestar más obediencia a nuestro abuelo y nuestra abuela, y a los abuelos de éstos, que a los dioses que residen en nosotros: nuestra razón y experiencia.

      —FRIEDRICH NIETZSCHE

      2

      TRANSFORMA EL AMOR PROPIO EN EMPATÍA

      LA LEY DEL NARCISISMO

      Todos poseemos por naturaleza la herramienta más notable para relacionarnos con los demás y obtener poder social: la empatía. Cuando ésta se cultiva y se utiliza de la forma apropiada, nos permite entrar en el humor y la mente de otros, con lo que nos brinda el poder de anticipar sus acciones y reducir con cortesía su resistencia. Este instrumento, sin embargo, es mitigado por nuestro ensimismamiento habitual. Todos somos narcisistas, algunos más sumergidos en el espectro que otros. Nuestra misión en la vida es aceptar ese amor propio y aprender a dirigir nuestra sensibilidad al exterior, hacia los demás, no hacia dentro. Al mismo tiempo, debemos reconocer a los narcisistas tóxicos entre nosotros, a fin de no vernos enredados en sus dramas y contaminados por su envidia.

      EL ESPECTRO NARCISISTA

      Desde que nacemos, los seres humanos sentimos una inagotable necesidad de atención. Somos animales sociales hasta la médula. Nuestra supervivencia y felicidad dependen de los lazos que establecemos con los demás. Si no nos prestan atención, no podemos relacionarnos con ellos en ningún nivel. Una parte de esto es puramente física, debemos conseguir que la gente repare en nosotros para sentirnos vivos. Como pueden testimoniar quienes han pasado por largos periodos de aislamiento, sin contacto visual acabamos por dudar de nuestra existencia y caemos en una profunda depresión. Pero esa necesidad es también netamente psicológica: la calidad de la atención que recibimos de los demás hace que nos sintamos reconocidos y apreciados por lo que somos. Nuestra dignidad depende de ello. Como esto es tan importante para el animal humano, la gente hace casi cualquier cosa para recibir atención, incluso cometer un delito o intentar suicidarse. Escudriña casi cualquier acto y verás esta necesidad como una de sus motivaciones primarias.

      Por tratar de satisfacer nuestra ansia de atención, sin embargo, enfrentamos un problema ineludible: la atención existe en cantidades limitadas. En la familia, tenemos que competir por ella con nuestros hermanos; en la escuela, con nuestros compañeros; en el trabajo, con los colegas. Los momentos en los que nos sentimos reconocidos y apreciados son fugaces. La gente puede ser en gran medida indiferente a nuestro destino, ya que debe lidiar con sus propios problemas. Incluso hay quienes son sumamente hostiles e irrespetuosos con nosotros. ¿Cómo manejamos las situaciones en que nos sentimos psicológicamente solos, o incluso abandonados? Redoblamos nuestros esfuerzos por atraer atención, aunque esto puede agotar nuestra energía y suele tener el efecto contrario: quienes se esmeran demasiado dan la impresión de estar desesperados y ahuyentan la atención que desean. No podemos depender de la constante validación de los demás, pese a que la anhelamos.

      Frente a este dilema, la mayoría de nosotros ideamos desde la infancia temprana una solución que funciona muy bien: creamos un yo,


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