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Las leyes de la naturaleza humana. Robert GreeneЧитать онлайн книгу.

Las leyes de la naturaleza humana - Robert Greene


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es tímido hasta la médula y teme incluso la menor crítica. La gente es experta en crear esas ilusiones ópticas, y nosotros nos las tragamos. De igual modo, nos hechizará y halagará y, cegados por el deseo de aceptarla, no llegaremos más a fondo ni veremos sus defectos.

      En relación con esto, cuando analizamos a los demás sólo vemos su reputación, el mito que los rodea, la posición que ocupan, no al individuo. Acabamos por creer que una persona que tiene éxito es generosa, inteligente y buena por naturaleza, y que merece todo lo que ha logrado. No obstante, las personas de éxito adoptan todas las formas. Algunas son hábiles para usar a otros, ascender y ocultar su incompetencia, y otras son muy manipuladoras. Tienen tantos defectos como cualquiera. Asimismo, creemos que alguien que se adscribe a una religión, sistema de opiniones políticas o código moral particular posee el carácter correspondiente. Pero la gente lleva su carácter al puesto que ocupa o la religión que practica. Un individuo puede ser un liberal progresista o un cristiano bondadoso, y en el fondo ser un tirano intolerante.

      El primer paso para estudiar el carácter es, entonces, tomar conciencia de esas ilusiones y fachadas, y aprender a ver más allá de ellas. Debemos escudriñar a todos en busca de signos de su carácter, sea cual fuere la apariencia que adopten o la posición que ocupen. Con esto en mente, podemos trabajar en varios componentes clave de esta habilidad: la percepción de ciertos signos que la gente emite en determinadas situaciones y que revelan claramente su carácter; la comprensión de algunas categorías generales en las que encaja la gente (un carácter fuerte contra uno débil, por ejemplo), y el conocimiento de ciertas clases de carácter que suelen ser las más tóxicas y deberían evitarse si es posible.

      Señales del carácter

      El indicador más significativo del carácter de una persona son sus acciones a lo largo del tiempo. Pese a lo que la gente diga sobre las lecciones que ha aprendido (véase el caso de Howard Hughes) y sobre cómo ha cambiado con los años, verás que repite las mismas acciones y decisiones en el curso de su vida. En estas decisiones revela su carácter. Toma nota de las formas sobresalientes de su conducta: desaparece cuando hay mucho estrés, no termina una parte importante de un trabajo, se pone repentinamente belicosa si se le desafía o, a la inversa, está a la altura de las circunstancias cuando se le da una responsabilidad. Con esto en mente, investiga su pasado. Examina en retrospectiva otros actos que hayas observado y que encajan en ese patrón. Presta atención a lo que hace en el presente. Ve sus acciones no como incidentes aislados, sino como parte de un patrón compulsivo. Si ignoras ese patrón, será tu culpa.

      Ten siempre en mente el principal corolario de esta ley: las personas nunca hacen algo sólo una vez. Podría disculparse, decir que perdió la cabeza, pero puedes estar seguro de que repetirá en otra ocasión la insensatez que cometió, forzada a ello por sus hábitos y su carácter. De hecho, con frecuencia reiterará ciertos actos aun si son contrarios a su interés propio, lo que revelará la índole compulsiva de su debilidad.

      Casio Severo fue un infame abogado-orador que floreció en la época del emperador romano Augusto. Llamó la atención con sus encendidos discursos contra los romanos de alto rango, por su extravagante estilo de vida. Esto le ganó seguidores. Su estilo era grandilocuente pero lleno de humor, y complacía al público. Alentado por la atención que recibía, comenzó a insultar también a otros funcionarios y el tono de sus ataques se elevó. Las autoridades le advirtieron que se detuviera. La novedad se agotó y las muchedumbres se redujeron, pero Severo persistió.

      Al final las autoridades se cansaron; en 7 d. C. ordenaron que los libros de Severo fueran quemados y lo desterraron a la isla de Creta. Para su consternación, Severo continuó ahí su campaña repulsiva y enviaba a Roma copias de sus diatribas más recientes. Se le amonestó una vez más. No sólo ignoró esto, sino que además empezó a interpelar y ofender a funcionarios cretenses, quienes querían que se le condenara a muerte. En 24 d. C. el senado lo desterró al despoblado peñón de Serifos, en el mar Egeo. Ahí pasaría los ocho últimos años de su vida, y es de suponer que nunca dejó de fraguar nuevos discursos ofensivos que nadie oyó.

      Como nos resulta difícil creer que la gente no puede controlar tendencias tan autodestructivas, le damos el beneficio de la duda, como hicieron los romanos. Pero hay que recordar las sabias palabras de la Biblia: “Como un perro que regresa a su vómito, así es el necio que repite su necedad”.

      Verás elocuentes signos del carácter de los demás en cómo manejan sus asuntos diarios. Si no terminan a tiempo tareas simples, se atrasarán en grandes proyectos. Si pequeños inconvenientes los irritan, se desmoronarán bajo los grandes. Si son olvidadizos en cuestiones menudas y no ponen atención a los detalles, serán así en cosas más importantes. Ve cómo tratan a sus empleados en condiciones normales y si hay discrepancias entre la personalidad que fingen y su actitud con sus subalternos.

      Jeb Magruder se presentó en 1969 en San Clemente para sostener una entrevista de trabajo en el gobierno de Nixon. Su entrevistador fue Bob Haldeman, jefe del gabinete. Haldeman era muy serio, estaba totalmente consagrado a la causa de Nixon e impresionó a Magruder con su sinceridad, agudeza e inteligencia. Sin embargo, cuando salieron de la entrevista para abordar un carrito de golf y pasear por San Clemente, Haldeman se puso frenético porque no había carritos disponibles. Despotricó contra los encargados y asumió una actitud ofensiva y violenta. Estaba casi histérico. Magruder debió haber visto este incidente como un signo de que Haldeman no era lo que parecía, que perdía el control y tenía una vena cruel, pero fascinado por el aura de poder de San Clemente e interesado en el puesto, decidió ignorarlo, para su posterior consternación.

      La gente consigue disfrazar sus defectos en la vida diaria, pero en momentos de crisis o estrés esos defectos suelen volverse obvios súbitamente. Bajo estrés, las personas pierden el control. Revelan las inseguridades acerca de su reputación, su temor al fracaso y su falta de resistencia interna. Otras, en cambio, se ponen a la altura de las circunstancias y revelan fortaleza bajo fuego. Aunque es imposible saber esto hasta que se inician las hostilidades, presta mucha atención a esos momentos.

      Asimismo, el modo en que la gente maneja el poder y la responsabilidad te dirá mucho sobre ella. Como dijo Lincoln: “Si quieres probar el carácter de un hombre, dale poder”. En su camino al poder, los individuos tienden a volverse cortesanos, mostrar deferencia y seguir la línea del partido; harán todo lo que sea necesario para llegar a la cima. Una vez ahí, tienen menos restricciones y a menudo revelarán algo que no habías notado antes. Algunos permanecen fieles a los valores que tenían antes de alcanzar un alto puesto; siguen siendo empáticos y respetuosos. Muchos otros se sienten con el derecho de tratar a los demás de otra manera cuando detentan poder.

      Esto fue lo que le sucedió a Lyndon Johnson una vez que alcanzó un alto puesto en el senado estadunidense, como líder de la mayoría. Cansado de haber dedicado años enteros a pasar por el cortesano perfecto, aprovechó su nuevo poder para molestar o humillar a quienes lo habían contrariado en el pasado. Se acercaba a un senador y se dirigía únicamente a su asistente. O abandonaba la sala de debates cuando un senador que no estimaba pronunciaba un discurso importante, y hacía que otros senadores lo siguieran. En general, en el pasado siempre hay signos de este rasgo de carácter si examinas con detenimiento (Johnson había dejado ver esos desagradables indicios al principio de su carrera), pero lo principal es que tomes nota de lo que la gente revela una vez que está en el poder. Con demasiada frecuencia creemos que el poder cambia a la gente, cuando en realidad la muestra tal como es.

      La selección de cónyuge o pareja dice mucho acerca de una persona. Algunas buscan una pareja a la que puedan dominar y controlar, quizás alguien más joven, menos inteligente o exitoso. Otras eligen como pareja a alguien que puedan rescatar de una situación negativa, para desempeñar el papel de salvador y controlarlo de esa manera. Otras más buscan a alguien que llene el papel de papá o mamá; quieren más mimos. Es raro que estas decisiones sean bien pensadas dado que reflejan los primeros años y los esquemas de apego de la gente. A veces son asombrosas, como cuando se selecciona a alguien que parece incompatible, pero siempre hay una lógica detrás de esas decisiones. Por ejemplo, si una persona teme ser abandonada por su pareja, en reflejo de ansiedades de su infancia, seleccionará como tal a alguien notablemente inferior en apariencia o inteligencia, porque supone que se aferrará a ella a toda


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