Las leyes de la naturaleza humana. Robert GreeneЧитать онлайн книгу.
del placer en el pensar es la fuente de todos nuestros sesgos mentales. Creerte inmune a cualquiera de los sesgos siguientes es un buen ejemplo del principio del placer en acción. Indaga en cambio cómo operan en ti y aprende a identificar esa irracionalidad en los demás.
Sesgo de confirmación
Considero las evidencias y tomo decisiones a través de procesos más o menos racionales
Para convencernos de que llegamos racionalmente a una idea, buscamos evidencias que sustenten nuestra opinión. ¿Qué podría ser más objetivo o científico que eso? Pero debido al principio del placer y su inconsciente influencia en nosotros, nos las arreglamos para dar con las evidencias que confirman lo que queremos creer. Esto se conoce como sesgo de confirmación.
Podemos ver este sesgo en operación en los planes de la gente, en particular los que implican grandes apuestas. Un plan se hace para poder llegar a un objetivo deseado. Si la gente estimara las consecuencias negativas y positivas, quizá temería actuar. Es inevitable entonces que, sin darse cuenta de ello, opte por la información que confirma el resultado deseado, el escenario color de rosa. También vemos en operación este sesgo cuando la gente busca consejo; ésta es la perdición de los consejeros. Al final, lo que la gente desea oír es que un experto confirme la validez de sus ideas y preferencias. Interpretará lo que dices a la luz de lo que quiere escuchar; si tu consejo es contrario a sus deseos, buscará la manera de subestimar tus opiniones, tu supuesta pericia. Entre más poderosa es una persona, más sujeta está al sesgo de confirmación.
Cuando investigues este sesgo en el mundo, analiza las teorías que parecen demasiado buenas para ser verdad. Suelen basarse en estudios y estadísticas, muy fáciles de encontrar una vez que te convences de que tu argumento es correcto. En internet es muy sencillo hallar estudios que apoyen ambos lados de una cuestión. En general, nunca aceptes la validez de una idea sobre la base de que se apoya en “evidencias”. Examina éstas a la luz del día, con todo el escepticismo que puedas. Tu primer impulso debería ser buscar pruebas que desmientan tus más caras creencias y las de los demás. Esto es ciencia de verdad.
Sesgo de convicción
Creo tan firmemente en esta idea que de seguro es cierta
Nos aferramos a una idea porque nos agrada en secreto, aunque es probable que en el fondo dudemos de su veracidad; así, nos empeñamos en convencernos de lo contrario: en creer en ella con vehemencia y contradecir ruidosamente a quien nos refute. “¿Cómo podría no ser cierta esta idea si nos infunde tanta energía para defenderla?”, nos decimos. Este sesgo se revela aún más claramente en nuestra relación con un líder: si expresa una opinión con palabras y gestos encendidos, vívidas metáforas, divertidas anécdotas y una convicción profunda, esto significa sin duda que la ha examinado con detenimiento, pues de lo contrario no la expresaría con tal certidumbre. Quienes, en cambio, verbalizan matices con un tono vacilante revelan debilidad y desconfianza de sí mismos quizá mienten, o al menos eso pensamos. Este sesgo nos vuelve susceptibles a los vendedores y demagogos que exhiben convicción como un medio para persuadir y engañar. Saben que la gente está ansiosa de que la distraigan, así que envuelven sus verdades a medias con efectos dramáticos.
Sesgo de apariencia
Conozco a quienes trato, los veo tal como son
No vemos a la gente como es, sino como nos parece que es, y las apariencias engañan. Primero, en situaciones sociales las personas han aprendido a presentar la fachada apropiada para que se les juzgue de forma positiva. Dan la impresión de estar a favor de las causas más nobles y se presentan siempre como trabajadoras y concienzudas. Confundimos estas máscaras con la realidad. Segundo, tendemos a caer en el efecto de halo: cuando vemos en una persona ciertas cualidades o defectos (torpeza social, inteligencia), los asociamos con otros. Los individuos de buen porte suelen parecernos dignos de confianza, sobre todo si son políticos. Si una persona es exitosa, creemos probable que también sea ética, concienzuda y digna de su buena suerte. Esto encubre el hecho de que muchos sujetos que destacan lo consiguen mediante acciones menos que éticas, que ellos ocultan astutamente.
Sesgo grupal
Mis ideas son mías. No escucho al grupo. No soy conformista
Somos animales sociales por naturaleza. La sensación de aislamiento, de diferencia del grupo, es deprimente y aterradora. Experimentamos un enorme alivio cuando encontramos a otros que piensan como nosotros. De hecho, nos sentimos motivados a adoptar ideas y opiniones ajenas justo porque nos brindan alivio. Pero como no estamos al tanto de esta influencia, imaginamos que llegamos solos a ciertas ideas. Considera a quienes apoyan a un partido u otro, una ideología: entre ellos prevalece una ortodoxia o corrección notable, sin que nadie diga nada ni aplique una presión expresa. Si alguien se sitúa en la derecha o la izquierda, como por arte de magia sus opiniones seguirán esa dirección en docenas de asuntos, aunque pocos admitirían esta influencia en sus patrones mentales.
Sesgo de la culpa
Aprendo de mis errores y mi experiencia
Errores y fracasos suscitan la necesidad de explicar. Queremos aprender la lección y no repetir la experiencia. Pero la verdad es que no nos gusta examinar demasiado lo que hicimos y nuestra introspección es limitada. La reacción inmediata es culpar a otros, las circunstancias o un momentáneo tropiezo de juicio. La razón de este sesgo es que a menudo nos resulta demasiado doloroso aceptar nuestros errores, porque ponen en duda nuestra sensación de superioridad y lastiman nuestro ego. Seguimos el procedimiento, fingimos que reflexionamos en lo que hicimos. Sin embargo, con el paso del tiempo emerge el principio del placer y olvidamos la pequeña parte que nos atribuimos del error. El deseo y la emoción nos ciegan otra vez, repetimos el mismo yerro y pasamos por el mismo proceso de recriminación moderada, seguido por el olvido, hasta el día de nuestra muerte. Si en verdad la gente aprendiera de su experiencia, habría menos errores en el mundo y toda trayectoria profesional iría siempre en ascenso.
Sesgo de superioridad
Soy diferente. Soy más racional que los demás, y más ético también
Pocos dirían esto en una conversación, dado que suena arrogante. Pero en numerosos estudios y encuestas de opinión, cuando a las personas se les pide compararse con los demás suelen expresar esta idea, aunque con algunas variantes. Es el equivalente de una ilusión óptica: no podemos ver nuestras faltas e irracionalidades, sólo las ajenas. Así, por ejemplo, creemos que los miembros de otro partido político no basaron sus opiniones en principios racionales, a diferencia de quienes están en nuestro bando. En el frente ético, pocos de nosotros admitimos que hemos recurrido a un engaño o manipulación en nuestro trabajo o que hemos sido astutos y estratégicos en el desarrollo profesional. Todo lo que tenemos, o al menos eso pensamos, es fruto de nuestro talento natural y arduo trabajo. A los demás les atribuimos en cambio toda suerte de tácticas maquiavélicas. Esto nos permite justificar lo que hacemos, sean cuales fueren los resultados.
Nos sentimos muy presionados a imaginar que somos individuos racionales, decentes y éticos. Estas cualidades son altamente estimadas en la cultura moderna. Dar muestras de lo contrario nos expone a la reprobación. Pero si todo eso fuera cierto —si la gente fuese racional y moralmente superior—, el mundo estaría impregnado de bondad y paz. El hecho es que sabemos la verdad, así que sencillamente algunas personas, quizá todas, se engañan a sí mismas. La racionalidad y las cualidades éticas sólo se alcanzan por medio de la conciencia y el esfuerzo. No son naturales, pasan por un proceso de maduración.
Paso dos: ten cuidado con los factores explosivos
Las emociones de grado inferior afectan continuamente nuestro pensamiento y se originan en nuestros impulsos, como el deseo de tener pensamientos agradables y reconfortantes. La emoción de grado superior, en cambio, llega en cierto momento, adquiere un tono explosivo y se origina por lo general en algo externo: una persona que nos exaspera o circunstancias particulares. En este caso, el nivel de excitación es más alto y atrapa por completo nuestra atención. Cuanto más pensamos en la emoción, más fuerte se vuelve, lo que nos lleva a concentrarnos más en ella, y así sucesivamente. Nuestra mente se embebe en la emoción y todo nos recuerda nuestra cólera o entusiasmo. Nos volvemos reactivos.