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E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan MalleryЧитать онлайн книгу.

E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery


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otras tres cabras hasta la zona en la que están construyendo el casino. Hizo lo mismo el año pasado y, por lo visto, ha recordado el camino.

      –¿Cómo las vas a hacer volver? –preguntó Rafe mientras la seguía hacia el cobertizo de las cabras.

      Heidi entró y salió con varias cuerdas.

      –Las agarraré y volveremos andando. No tengo una camioneta suficientemente grande como para transportarlas. Lo que me gustaría saber es cómo han conseguido abrir la puerta.

      Rafe entró con ella en el cobertizo.

      –Considéralo como una marcha más larga de lo habitual.

      –Me preocupa Perséfone. Está embarazada. No sé si le vendrá bien caminar tanto.

      –¿Las cabras no se pasan el día caminando?

      –Sí, pero en los pastos tienen siempre comida. Cuando Atenea se lanza, eso puede ser mucho peor que cualquier marcha forzada. Llamaré al veterinario en cuanto volvamos.

      Rafe se hizo cargo de las cuerdas.

      –Estoy seguro de que estará bien.

      –Eso espero. Es solo su segundo embarazo.

      –¿Y Atenea por qué no está preñada?

      –Las cabras alpinas crían en otoño. Esa es una de las razones por las que he comprado cabras alpinas y nubias, para que no coincidan las épocas de cría. De esa forma puedo tener siempre leche fresca. Para la producción de queso no tiene tanta importancia, siempre tengo queso en distintos estados de curación. Pero la leche fresca es muy importante para varias familias de la zona.

      –Con el paseo de hoy, la leche estará bien ventilada.

      Heidi sonrió.

      –No sé si la cosa funciona exactamente así. Me temo que Atenea necesita tener algo con lo que entretenerse.

      –Es una lástima que no puedas enseñarle a leer.

      –Me preocuparía que aprendiera. Sería capaz de dominar el mundo.

      –Deberías poner a las cabras con las llamas. Si realmente protegen al ganado, las llamas impedirán que se escapen. O por lo menos te avisarán cuando Atenea intente marcharse.

      –Podría intentarlo. Hasta ahora no he querido ponerlas juntas por si terminan haciéndose muy amigas.

      Porque, de una u otra forma, aquella situación era temporal y Heidi no quería que sus cabras echaran después de menos a las llamas.

      Dante diría que se estaba tomando su responsabilidad con las cabras demasiado en serio. Y unas semanas atrás, Rafe habría estado de acuerdo. Pero había aprendido que Heidi era una persona muy sensible con todos aquellos que consideraba de alguna forma abandonados. Con aquellos que no pertenecían a ningún lugar.

      Caminaron hacia la carretera principal. A unos cinco kilómetros del rancho, se adentraba un camino entre los árboles. El tejido de ramas que cruzaba por encima de su cabeza era suficientemente tupido como para bloquear la luz directa del sol. La temperatura bajó considerablemente y las hojas y las agujas de los pinos crujían bajo sus pies.

      Cuando Rafe estaba comenzando a pensar que se habían perdido, se adentraron en un claro y llegaron a lo que parecía otro mundo.

      El sonido de toda la maquinaria de construcción parecía repetirse entre los árboles y rebotar contra la montaña. Desde donde estaba y en dirección al este, calculó que habrían despejado un terreno de unas cuarenta hectáreas. El edificio principal era enorme. De momento solo habían puesto los cimientos y las vigas, pero podía imaginar perfectamente cómo sería. Se elevaría varios pisos y tendría unas vistas magníficas a las montañas.

      Cuando había oído hablar por primera vez del casino, Dante y él habían estado reuniendo información y analizándola en el ordenador. Aun así, la interpretación que habían hecho de los datos no le había preparado para reconocer la enorme dimensión de aquel proyecto.

      –Es impresionante, ¿verdad? –Heidi señaló hacia el extremo más alejado–. Ese es uno de los aparcamientos. Al otro lado habrá una estructura de varios pisos. El edificio principal es para el casino y el hotel. No sé de cuántas habitaciones estamos hablando exactamente. Por lo menos unas doscientas. A lo mejor más.

      Heidi continuó hablando, explicando el diseño del casino y cómo el arquitecto había decidido conservar los árboles más viejos para bordear un camino. Habría también un spa y varios restaurantes.

      Al cabo de unos minutos, una mujer rubia de pelo corto y sonrisa amable se reunió con ellos.

      –¡Tú y tus cabras! –dijo con una risa–. Seguro que ha sido cosa de Atenea.

      –Sí, lo sé –Heidi le dio un abrazo–. Si tuviera el carnésería capaz de conducir una motocicleta. Nevada, te presento a Rafe Stryker. Rafe, Nevada Janack.

      Rafe le estrechó la mano y miró después hacia los camiones en los que figuraba ese mismo nombre.

      –¿Tienes alguna relación con ellos?

      –Estoy casada con la familia. Tucker anda por aquí. Vamos, te lo presentaré.

      Rafe la siguió encantado. Quería saber muchas más cosas sobre aquel proyecto. Dante y él no habían vuelto a hablar del tema desde que Rafe había oído hablar por primera vez del casino. Tras haber visto la dimensión del proyecto, comenzaba a recordar todas las posibilidades que le ofrecía.

      Rafe sostenía el teléfono contra la oreja con la mano izquierda y tomaba notas con la derecha.

      –Necesito ver todo lo que has averiguado sobre el proyecto, no solo los planos que me enviaste.

      Esperó mientras Dante tecleaba en su ordenador.

      –Ya lo tengo –dijo su amigo.

      –El tipo que está a cargo de todo, Tucker Janack, dice que tendrá unas trescientas habitaciones. Habrá casino, spa, campos de golf. También construirán un pequeño centro comercial, pero la empresa que se hace cargo de ese proyecto es otra.

      –¿Demasiado pequeño para Janack? –preguntó Dante.

      –Probablemente. Dependiendo de la época del año y de los eventos que se organicen, podrían tener hasta quinientos empleados. Por supuesto, es imposible que Fool’s Gold pueda suministrar tanta fuerza de trabajo. Y eso significa que tendrá que venir gente de fuera. Mucha gente.

      –Y necesitarán algún lugar en el que vivir.

      –Exactamente –Rafe tecleó en el ordenador–. ¿Lo tienes?

      –Sí, aquí mismo.

      Rafe fijó la mirada en el plano de Castle Ranch. Dibujado a escala, mostraba la casa, el establo y la cerca. La carretera principal iba hacia el sur y había varias carreteras secundarias que marcaban los límites naturales de la propiedad.

      Con casas de un tamaño estándar, de unos sesenta metros cuadrados, con tres habitaciones y garaje, incluso manteniendo una zona de pastos alrededor del rancho para su madre y los animales, habría espacio más que suficiente como para construir unas cien. Y aun así quedaría terreno libre para futuros proyectos.

      –¿Estás haciendo cálculos? –preguntó Rafe.

      –Sí, y los resultados me encantan. Teniendo en cuenta lo barato que es el terreno, puedo considerarme un hombre muy feliz. Estamos hablando de auténticos beneficios.

      –Dímelo a mí. No tendríamos que hacer nada particularmente sofisticado. Añadiremos todo tipo de mejoras y haremos algún trabajo de jardinería.

      –Sabiendo que va a venir gente a trabajar al casino, estarán desesperados por comprar.

      Rafe continuó escribiendo frenético.

      –Podemos organizar nuestro propio sistema de financiación. Ofreceremos unos meses sin pagar a


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