E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan MalleryЧитать онлайн книгу.
de su respiración. La sangre parecía haberse detenido en sus venas, el deseo crecía. Hasta el último centímetro de ella estaba tan excitado que incluso el roce del brazo de Rafe sobre su vientre resultaba erótico.
Rafe posó las manos en sus hombros y la estrechó contra él. Cubrió sus labios. Heidi le besó profundamente, devolviendo caricia por caricia. Sus cuerpos se tensaron. Heidi sintió su erección y se restregó contra él.
Rafe interpuso las manos entre ellos, buscando el cinturón del vaquero de Heidi. Esta sentía sus dedos temblar mientras le desabrochaba el botón y le bajaba la cremallera. Cuando terminó, Rafe le hizo volverse y colocarse de espaldas a él. Mientras su trasero descansaba sobre su excitación, tomó su seno con la mano izquierda y deslizó la derecha en el interior de los vaqueros.
Buscó el camino entre sus piernas hasta llegar al corazón húmedo de su feminidad. Heidi se sentía como si llevara días preparada para aquel momento, de modo que bastó una caricia para hacerla jadear de placer. Rafe continuó acariciándola, moviendo los dedos hacia delante y hacia atrás.
Cada caricia alcanzaba la perfección, cada roce de su piel la acercaba al orgasmo. En medio de la niebla del deseo, Heidi estaba segura de que Rafe consideraría aquel episodio como parte de la diversión de la velada, que todo volvería a la normalidad más tarde. Pero llevaba demasiado tiempo sin ser acariciada, o quizá fuera la reacción a la cercanía de Rafe. En cualquier caso, cerca de cuarenta segundos después, Heidi ya se sentía a punto de la liberación final.
Movió las caderas un par de veces e intentó apartarse. Pero Rafe continuó acariciándola de una forma maravillosa mientras posaba la otra mano en su seno y jugueteaba con sus pezones. Cuando inclinó la cabeza para besarle el cuello, Heidi perdió la poca capacidad de control que le quedaba. Sus músculos se tensaron y se destensaron en el instante en el que fluyó el orgasmo.
Lo alcanzó con un grito quedo y un estremecimiento mientras intentaba aferrarse a Rafe. Este continuó acariciándola, dándole placer hasta que se derrumbó entre sus brazos.
Allí siguió Heidi, de espaldas a Rafe, sintiendo cómo la humillación se fundía con la satisfacción. ¿Cómo era posible que hubiera alcanzado el orgasmo tan rápido? Sin apenas esfuerzo por parte de Rafe. Ni siquiera estaba segura de que Rafe esperara que fueran así las cosas. ¿Y si él solo pretendía comenzar a excitarla?
Si era así como se sentían los chicos de diecisiete años cuando estaban con una mujer, acababa de aumentar su compasión por ellos.
Antes de que hubiera podido decidir qué iba a hacer a continuación, Rafe la hizo girarse y la besó con fuerza.
–Ha sido lo más excitante que he visto en mi vida –musitó con voz ronca.
Agarró la camisa y el sujetador, se los tendió y después la tomó de la mano y la guio hacia las escaleras.
Heidi estrechó la ropa contra sus senos desnudos y le siguió a su dormitorio. En menos tiempo del que parecía posible, Rafe se quitó las botas, los calcetines y la camisa. Tardó un par de segundos en sacar su neceser, vació su contenido encima de la cómoda y estuvo buscando hasta encontrar una caja de preservativos. Dejó los preservativos en la mesilla de noche y volvió a la cama.
Tras colocar la camisa y el sujetador de Heidi en una silla, le enmarcó el rostro con las manos y la besó.
Más adelante, ya analizaría Heidi por qué su primer instinto había sido ir a donde no debía. Se recordaría entonces que Rafe tenía un cuerpo precioso y que el placer físico era algo digno de apreciar. Pero de momento tenía más que suficiente con acariciar su piel desnuda y con sentir lo mucho que la deseaba.
Deslizó las manos por su espalda y su pecho, acarició con las yemas de los dedos la dureza de sus músculos. Le desabrochó los vaqueros y se los bajó al mismo tiempo que los calzoncillos. Cuando Rafe se desprendió de la ropa, le acarició la erección, haciéndose cargo de su tamaño. Presionó los labios contra su pecho y acarició con el pulgar el final de su erección, disfrutando al oírle tomar aire.
Rafe la ayudó a quitarse los pantalones y las bragas y la condujo a la cama. Cuando se tumbó, se unió a ella, se colocó de rodillas entre sus muslos y comenzó a besarla.
Heidi creía que para ella ya había terminado el placer durante aquella velada, pero rápidamente comenzaron de nuevo los temblores. Mientras la acariciaba con la lengua, Rafe deslizó dos dedos en su interior y comenzó a moverlos rítmicamente, imitando el acto del amor.
Heidi clavó los talones en el colchón y empujó. Rafe cerró los labios alrededor del clítoris y succionó delicadamente sin dejar de mover los dedos una y otra vez. Continuó acariciándola hasta que tuvo un completo control de su cuerpo y pudo decidir el momento en el que iba a alcanzar el orgasmo.
Entonces comenzó a mover la mano más rápidamente, sin dejar de succionar, y siguió haciéndolo mientras todos los músculos se tensaban en el segundo que precedió a la liberación final a la que se entregó Heidi por completo.
En el instante en el que comenzaba a ceder la última oleada de contracciones, Rafe alargó la mano para agarrar un preservativo y abrió el envoltorio. Una vez colocada la protección, se inclinó hacia delante para hundirse en el interior de Heidi.
Heidi recibió su embestida con su cuerpo, para que la llenara por completo. Rafe continuó hundiéndose con fuerza, haciéndola estremecerse con aquella fricción. Heidi le rodeó la cintura con las piernas y él comenzó a moverse con firmeza.
Heidi abrió los ojos y le descubrió mirándola con los ojos brillando de pasión. Comprendió que estaba acercándose al orgasmo. Si el sexo era algo íntimo, de aquella forma lo era mucho más. Podía experimentar el propio placer de Rafe e iba encontrándose sin respiración a medida que se acercaba al orgasmo.
Lo hundió profundamente en ella y en el momento en el que comenzó a estremecerse, tensó los músculos a su alrededor. Rafe alcanzó el clímax aferrado a sus caderas y sin dejar de mirarla a los ojos.
Era ya de noche cuando Heidi se despertó. En los pocos segundos que tardó en encontrar el reloj, se dio cuenta de que no estaba durmiendo en su dormitorio y de que había un hombre durmiendo a su lado. En el momento en el que el reloj marcó las tres y diecisiete minutos, emergieron todos los recuerdos de la noche anterior. Sonrió disfrutando del calor de Rafe a su lado.
Después de haber encontrado el camino hasta la cama, ya no la habían dejado. Glen y May habían regresado cerca de las once, pero no habían subido al piso de arriba. Afortunadamente, los dormitorios del piso de abajo estaban al otro lado de la casa, de modo que era imposible que los hubieran oído cuando habían hecho el amor por segunda vez.
Heidi se levantó con mucho cuidado de la cama. La luz de la luna le permitió distinguir su ropa en el suelo. Aunque le habría encantado pasar toda la noche allí, no quería arriesgarse a que la pillaran.
Tomó las bragas y se las puso. Sus músculos protestaron doloridos, y volvió a sonreír. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había estado con un hombre, pero por Rafe, había merecido la pena la espera. Aquel hombre era muy bueno en la cama. En realidad, había demostrado ser tan bueno como en todo lo demás.
Se vistió rápidamente, agarró las botas y se dirigió de puntillas a la puerta. Con todo el sigilo del que fue capaz, giró el pomo. Pero cuando retrocedió para abrir, tropezó con la cómoda. La cómoda se movió ligeramente, haciendo repiquetear los contenidos del neceser de Rafe. Heidi inmediatamente colocó la mano encima para impedir que se cayeran. En el proceso tropezó con una pila de papeles y algunos terminaron en el suelo.
Se agachó para recogerlos y se quedó paralizada. En la primera hoja aparecía el plano de una urbanización. Una serie de casas pequeñas alineadas en calles estrechas. Teniendo en cuenta que la empresa de Rafe era también una constructora, no le habría dado ninguna importancia si no hubiera leído el título que encabezaba la hoja: Castle Ranch.
Capítulo 12
–¿Estás