E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan MalleryЧитать онлайн книгу.
Últimamente deseaba hacer mucho más que acariciarla, un deseo que condicionaba completamente su horario. Hacía todo lo posible para estar fuera de casa antes de que Heidi se metiera en la ducha por la mañana. Lo último que le apetecía era pasar quince minutos torturándose e imaginándola desnuda. No bastaba con abandonar la casa para olvidar aquella imagen, pero le resultaba más fácil librar con ella estando fuera.
–Eres mucho mejor vaquero de lo que imaginaba –admitió Heidi.
–Me gusta el trabajo. Me gusta mirar atrás y ver lo que he conseguido a lo largo del día. Y suelen ser muchas más cosas que en mi vida normal.
–Ten cuidado. Esta clase de vida puede llegar a ser muy seductora.
Rafe la miró y la descubrió mirándole. Tenía unos ojos preciosos, pensó sin apartar la mirada de sus iris verdes. Y una sonrisa maravillosa. Llevaba el pelo suelto y siempre ondulado como consecuencia de las trenzas.
Deseó acariciar aquella melena de aspecto sedoso, quería abrazar a Heidi, besarla. Pero besarla les llevaría a otras cosas y eso sería un error. Heidi podía haber dejado de ser su enemiga, pero continuaba interponiéndose entre el rancho y él. Acostarse con ella complicaría todavía más una situación que ya era de por sí difícil. Pero era toda una tentación.
–El carbón –musitó, aunque todavía no le apetecía alejarse de allí.
–¿Qué?
–Debería comprobar el carbón.
–¡Ah, sí! Yo iré a buscar las hamburguesas.
Durante un segundo, ninguno de ellos se movió. Rafe sabía que estaba a punto de dejar de preocuparse por las consecuencias. Pero justo en el momento en el que iba a dejar la copa para abrazarla, Heidi se levantó y se dirigió a la cocina.
Probablemente fuera lo mejor, se dijo Rafe, ignorando el deseo que crecía en su interior y la vocecilla que le susurraba que sería un estúpido si dejara que Heidi se fuera.
Heidi lo había pasado mal durante la cena. La comida era magnífica, las hamburguesas y las ensaladas estaban perfectas, y le había gustado el vino. Rafe, como de costumbre, se había mostrado encantador. Era un hombre divertido e inteligente con el que se podía hablar de muchas cosas. La había sorprendido con su inesperado punto de vista sobre la familia real británica y con su apoyo a las energías renovables.
Pero lo que realmente no terminaba de comprender era por qué una mujer podía haber dejado a Rafe. Era la clase de hombre con el que ella se quedaría sin pensárselo dos veces. Y eso representaba un segundo problema.
Había pasado ya la fase del estado de anticipación y estaba firmemente asentada en la de «hagámoslo ahora». Cada vez que Rafe la miraba, sentía un tirón en el vientre. Cuando en algún momento la rozaba, le entraban ganas de gemir. Si la abrazara o la besara durante más de treinta segundos, probablemente tendría un orgasmo.
Una vez terminada la cena y lavados los platos, tenían toda la velada por delante. May y Glen pensaban ir al cine, lo que significaba que todavía tardarían al menos tres horas en regresar. La noche era joven, el sol se estaba poniendo y Heidi tenía miedo de decir o hacer algo que pudiera resultar humillante. Su única opción era huir.
Bebió el vino que le quedaba, probablemente un error, teniendo en cuenta que ya estaba un poco mareada después de la primera copa, y se levantó.
–Eh... tengo que terminar de revisar unos documentos.
Rafe la imitó.
–¿Estás segura? Había pensado que podíamos ir a dar un paseo.
–¿De noche?
–Yo te protegeré.
Heidi quería decirle que sí. Quería pasar tiempo con él, quería hablar con él, quería hacer muchas otras cosas con él. Pero el miedo era mayor. Con la sangre bombeando sus hormonas y animándola a cometer una locura, probablemente terminaría haciendo o diciendo algo de lo que se arrepentiría. La huida era la senda más segura.
–A lo mejor en otro momento –musitó, y retrocedió, ansiosa por llegar a la puerta.
Una vez allí podría subir corriendo las escaleras y encerrarse en su habitación antes de que se hubiera desatado el desastre.
–¿Estás bien?
–Sí, estoy bien. Mejor que bien.
Le dirigió la que esperaba fuera una sonrisa radiante y se volvió. Desgraciadamente había girado más rápido de lo que pretendía y en su precipitación terminó tropezando directamente con el armario. El golpe fue tal que retrocedió y comenzó a tambalearse. Rafe la agarró antes de que pudiera caerse y la hizo volverse hacia él.
Sus ojos eran tan negros como la noche. Su rostro era todo ángulos marcados y duros planos. Fijó la mirada en sus labios y Heidi recordó lo maravilloso que había sido besarle.
Y, casi inmediatamente, pudo abandonar los recuerdos porque Rafe la estrechó contra él y posó los labios en los suyos.
Sabía a vino. La rodeaba con sus fuertes brazos, haciéndola sentirse segura y delicada. Mujer frente a hombre. Su cuerpo anidaba en el suyo, sus senos se estrechaban contra su pecho, sus muslos descansaban sobre los de él. Alzó los brazos para rodearle con ellos el cuello y enterró los dedos en su pelo.
El beso fue tal y como lo recordaba. Tierno y demandante al mismo tiempo. Generoso y ansioso. Entreabrió los labios y esperó durante una décima de segundo a que sus lenguas se rozaran. El deseo se tornó líquido. El hambre la invadía como una incontenible marea.
Inclinó la cabeza para poder profundizar el beso. Rafe deslizó las manos por su espalda hasta alcanzar su cintura. Allí se detuvo, como si estuviera esperando a que Heidi decidiera lo que tenía que pasar a continuación.
Había tres opciones, pensó Heidi precipitadamente. Podía retroceder, darle las buenas noches y salir corriendo. Sería la opción más sensata, por supuesto. O...
Ya estaba. Aquella deliciosa palabra. El camino de las posibilidades. «O». O podía ceder al deseo, averiguar si Rafe era tan bueno como parecía, saber si podía satisfacerle, si encajaban tan bien como imaginaba. Porque eran muchas las cosas que Heidi imaginaba.
La verdad era que no tenía opción. Lo había comprendido en el instante en el que le había devuelto el beso. Entonces, ¿por qué fingir otra cosa?
Posó las manos en sus hombros y presionó ligeramente, invitándole a seguir.
Rafe respondió inmediatamente alzando las manos. Mientras iba acercando las manos a sus senos, cambió de postura para poder besarle la barbilla y el cuello. Trazó un camino de besos hasta su oreja y allí le mordisqueó el lóbulo antes de lamer la sensible piel de detrás de la oreja.
Al mismo tiempo cubrió sus senos con las manos y utilizó los pulgares para acariciar los tensos pezones.
La combinación de sensaciones fue sobrecogedora. El placer fluía a raudales en el interior de Heidi. Las piernas le temblaban y la sensible piel de entre sus piernas parecía henchirse. Anhelaba tocar cada centímetro del cuerpo de Rafe.
Él continuó besándole el cuello y el escote. Cuando llegó al borde de la camiseta, dejó caer las manos hasta el dobladillo, retrocedió ligeramente y se la quitó de un tirón. El sujetador siguió a la camiseta.
Heidi estaba cada vez más sorprendida por aquella progresión, pero antes de que hubiera podido decidir si se sentía cómoda o no, Rafe se inclinó y cerró la boca sobre su pezón. Succionó ligeramente y acarició con la lengua el rígido botón, irradiando dardos de deseo directamente hasta el centro de su ser. Al mismo tiempo acariciaba el otro seno, imitando con la mano los movimientos de la lengua.
Heidi notaba que se debilitaba por segundos. Echó la cabeza hacia atrás. La melena acariciaba su espalda desnuda. Se aferró a él para recuperar el equilibrio, y porque Rafe parecía ser lo único estable en aquel mundo que giraba a toda velocidad.