Cultura política y subalternidad en América Latina. Luis Ervin Prado ArellanoЧитать онлайн книгу.
tradiciones intelectuales de América Latina. Para Roberto Breña, por ejemplo, los movimientos y creaciones intelectuales más importantes del mundo hispánico empezaron en España y solo después se trasladaron a América Latina.31 La crítica profunda al eurocentrismo que tantos autores vinculados a los Subaltern Studies y los estudios pos-coloniales han hecho, me parece que no ha influido la historia intelectual de la misma manera en que ha cambiado la historia política y social.32
Junto al eurocentrismo, la otra falla de la historia intelectual es su elitismo.33 Los intelectuales que han merecido ser estudiados casi siempre son de la clase alta. 34 Los historiadores han tratado de justificar esto con la excusa de las fuentes. Solamente los educados y los alfabetizados dejaban algo escrito que permitía conocer sus pensamientos. Sin embargo, los historiadores ofrecieron las mismas excusas en los años sesenta en lo relativo a la historia social. Era imposible, decían, estudiar las vidas de esclavos o mujeres o trabajadores porque ellos no dejaron fuentes escritas.35 Claro, los historiadores simplemente no habían buscado estos recursos en los archivos —y en realidad habían muchísimos— o debían aprender nuevas maneras de leer otras fuentes para buscar en ellas la vida popular. Por supuesto, siempre queremos más y hay vacíos y la tarea es muy difícil, pero es posible hacerla. Hay que ampliar nuestro sentido de los recursos para pensar y escribir la historia intelectual. De cualquier modo, esta excusa de las fuentes encubría un estereotipo más profundo: las clases populares no tenían, y no tienen, supuestamente, pensamientos que merezcan su estudio.
Otro gran obstáculo de la historia intelectual tradicional es su obsesión con el origen de una idea o un pensamiento, como si el origen nos relatara todo. Éste no es el énfasis en la historia de la tecnología, por ejemplo.36 Si bien es importante que los alemanes Karl Benz o Gottlieb Daimler hubieran inventado el automóvil, es igualmente importante la difusión de esta tecnología por Henry Ford en Estados Unidos, porque fue la difusión la que afectó la sociedad más profundamente, no la creación inicial.37 Los historiadores en otros campos también han empezado a criticar la concepción que busca al primero en descubrir o iniciar un concepto o proceso histórico, y cómo estas búsquedas de “los primeros” han deformado —usualmente debido al eurocentrismo— la historiografía.38 Necesitamos, creo, una historia intelectual que se enfoque en las prácticas cotidianas y en cómo las ideas fueron transformadas por estas prácticas así como en las ideas en tanto que invención abstracta y en los debates doctrinales entre letrados.
Tal vez estoy planteando un argumento demasiado polémico. Los mejores historiadores de las ideas ya están transformando la historia intelectual, aunque creo que todavía se necesitan cambios profundos.39
Voy a aprovechar este ensayo para repensar dos historias intelectuales de mi primer libro, Republicanos indóciles, que Isidro Vanegas tradujo tan cuidadosa y cultamente.40 Tengo que repensarlo, porque aunque quería darle voz a los subalternos indígenas y afro-colombianos, cuando escribí este libro, hace quince años, todavía no podía aceptar o entender, completamente, las consecuencias de lo que descubrí en los archivos: no solo la contribución intelectual de esos grupos a la nación y a la política —lo cual era mi propósito— sino también que ellos hicieron una contribución a la historia intelectual. Por ejemplo, los indígenas del Cauca empezaron a desarrollar una nueva comprensión de la ciudadanía decimonónica buscando resolver un problema del concepto de ciudadanía que aún hoy enfrentan las sociedades democráticas: el choque entre las identidades particulares —muchas veces de minorías— y la identidad supuestamente universal de la ciudadanía. Los afro-colombianos del Cauca, al mismo tiempo, estuvieron redefiniendo el significado de la igualdad y su relación con el republicanismo de formas tan creativas y avanzadas como en cualquier otro lugar del mundo atlántico.
Empecemos con los indígenas del sur del Cauca.41 En el siglo diecinueve tanto a los liberales como a los conservadores les preocupaba que los indígenas no fueran aptos para ser ciudadanos. Para muchos conservadores el problema era esencialmente racial mientras que muchos liberales pensaban que cualquier problema racial podía ser resuelto mediante la “civilización”, la educación y el “blanqueamiento” de las clases bajas. El problema más grave, sin embargo, era la posición legal de los indígenas, afuera de la igualdad jurídica que era tan central a la visión de republicanismo de los liberales. Los liberales advertían que mientras los indígenas fueran gobernados por una legislación especial “no se volverían ciudadanos libres y miembros activos de una república democrática”.42 Otro liberal sostenía que el estatus especial indígena era “similar al de los menores, disipadores, dementes y sordomudos”.43 Los liberales propusieron la división de los resguardos para que los indígenas pudieran deshacerse de los rezagos de su identidad colonial que los mantenía como gente separada del resto de la sociedad. Tras eso, pensaban, podrían unirse a la sociedad republicana.
Los indígenas caucanos estaban maniatados. O aceptaban la ciudadanía liberal y abandonaban sus comunidades, sus tierras y su identidad indígena, o serían tildados de casta retardataria colonial y así excluidos de la vida política de la república. Las comunidades indígenas rechazaron la oferta maniquea de los liberales y a cambio instauraron la reclamación de una ciudadanía —y un republicanismo— que no excluía su identidad indígena sino que más bien buscaba crear un nueva formulación de la ciudadanía. En peticiones y cartas enviadas por comunidades indígenas, los líderes indígenas insistían en que eran granadinos —o colombianos— y que formaban parte de la nación, con todos los derechos adquiridos por tal estatus. El inicio usual de las peticiones incluía alguna variación de “usar el derecho de petición que la constitución concede a cada granadino”.44 Los indígenas de Jambaló, por ejemplo, hicieron notar que tenían las mismas responsabilidades que “otros ciudadanos no indígenas”, pero aseguraron que querían mantener sus tierras comunes.45 En vez de simplemente insistir en que eran ciudadanos, estrategia muy común entre los subalternos, los indígenas también argumentaron que esta ciudadanía era compatible con su visión particular de una identidad como indígenas.
Así, los indígenas de Túquerres exigieron al Estado que respetara “nuestras tradiciones [de] vivir en comunidad”, al tiempo que aseguraban que eran “ciudadanos granadinos”.46 Significativamente, indígenas de muchas parcialidades de Obando argumentaron que la nueva república había otorgado a los indígenas “la prerrogativa de representarnos y defender nuestros derechos”.47 Los derechos más importantes, por supuesto, eran la posesión de sus tierras comunes y el auto-gobierno. Otros indígenas aseguraban que eran los “republicanos, quienes proclaman la igualdad”, los que tenían el deber de proteger los resguardos.48 Los indígenas sopesaron la idea de ciudadanía de las élites colombianas e insistieron no sólo en que el indigenismo era compatible con la ciudadanía y la nación republicana, sino en que la ciudadanía, una ciudadanía indígena, les había otorgado nuevos derechos y una posición distinta frente al Estado, con los cuales podían defender sus comunidades. Los indígenas crearon