Avances en psicología del deporte. Alejo García-Naveira VaamondeЧитать онлайн книгу.
Yamamoto et al. (2003) y Eliakim, Meckel, Nemet y Eliakim (2007) evaluaron el impacto de una música estimulante durante un entrenamiento en bicicleta estática y, aunque no hallaron diferencias en el rendimiento deportivo entre los deportistas con o sin música, esta generó diferencias en la tasa cardíaca y la concentración de noradrenalina en sangre. Birnbaum, Boone y Huschle (2009) también afirman que la música más rápida adecua el nivel de arousal para el ejercicio. Y Bernardi, Porta y Sleight (2006) encontraron cambios cardiovasculares, cerebrovasculares y respiratorios inducidos por distintos tipos de música y relacionados con el nivel de arousal que también apoyan estos resultados.
La mayoría de los estudios sobre este tema se centran en ejercicios aeróbicos, en los que la frecuencia cardíaca juega un papel muy importante. Pero también se ha analizado la influencia de la música en los niveles de cortisol en ejercicios anaeróbicos y, aunque no se han hallado diferencias significativas, sí se ha observado una reducción de los niveles de cortisol entre 5 y 30 minutos después del ejercicio en aquellos deportistas que habían escuchado música relajante, a diferencia de los que habían sido expuestos a música rápida o a ningún tipo de música (Ghaderi y Azarbayjani, 2010). Además, la música relajante ha mostrado una disminución en la fuerza de los deportistas respecto a otras músicas más estimulantes o ausencia de la misma (Pearce, 1981).
Siguiendo el hilo de las investigaciones expuestas, aunque la música más rápida es en principio la que genera mejores resultados, siempre hay que analizar su efecto en cada actividad, dependiendo de las características de la misma. Por ejemplo, en actividades como yoga o pilates, las preferencias musicales giran en torno a una música más moderada y no tan vigorosa como puede ser en aeróbic (North y Hargreaves, 1996); y para actividades que requieren tensión muscular, la música relajante puede hacer decrecer la fuerza (Sears, 1957). Así pues, la selección musical dependerá de las condiciones específicas y requerimientos de cada actividad.
La velocidad de la música, como ya se ha comentado, es una de las variables más destacables, pero también se han investigado otras, como por ejemplo, el volumen de la misma. Edworthy y Waring (2006) estudiaron los efectos del tempo musical (lento o rápido) y la intensidad de la música (baja o alta) en corredores. La música rápida, junto con la variable «volumen alto», es la que produjo un mayor aumento de la velocidad del ejercicio, es decir, los atletas corrían más rápido en esas condiciones.
A la vista de estos resultados, cabe preguntarse si los efectos de la música son igual de beneficiosos para deportistas entrenados que para los que no lo están. Un estudio ha detectado mayores concentraciones de cortisol durante la escucha de música rápida y, tras analizar un grupo de corredores entrenados y otros que no lo estaban, concluye que escuchar música rápida durante el entrenamiento beneficia a los corredores no entrenados, pero puede ser contraproducente para los que ya están en buena forma física. Esto es debido a que el aumento de cortisol genera una activación del cuerpo y los músculos que beneficia a los no deportistas, pero puede suponer una sobreactivación para los deportistas que ya tienen por sí mismos una regulación óptima para el ejercicio (Kimberly et al., 1995).
Por otro lado, cabe mencionar otros aspectos emocionales en los que la música puede influir. Teniendo en cuenta que escuchar música tras un acontecimiento estresante reduce su impacto negativo (Labbé, Schmidt, Babin y Pharr, 2007), e incluso se han hallado mejoras en el sistema inmune, las respuestas neuroendocrinas y los estados emocionales (Hirokawa y Ohira, 2003), algunos investigadores se han preguntado acerca de la recuperación tras un entrenamiento deportivo, y han encontrado una menor frecuencia cardíaca y menor concentración proteica en la orina cuando se expone a los deportistas a una pieza musical relajante (Jing y Xudong, 2008). Price y Moss (1998) obtienen resultados similares al comparar la concentración de norepinefrina y los niveles de lactato en sangre, con lo que estos resultados sugieren que la recuperación física es más rápida cuando se acompaña de música relajante.
La música motivacional ha demostrado ser efectiva para recuperarse de un ejercicio intenso; sin embargo, en ocasiones no se puede disponer de ella o no se puede utilizar porque se trabaja de forma grupal, sin tener en cuenta las diferencias individuales, o porque existen barreras culturales. Por ello, un estudio trató de aislar el efecto del ritmo del resto de factores analizando únicamente el tipo de ritmo, y no la música en su conjunto (aspectos melódicos, armónicos…), y halló resultados positivos, es decir, que el ritmo por sí mismo puede ser utilizado con éxito para provocar cambios a nivel fisiológico (Eliakim, Bodner, Meckel, Nemet y Eliakim, 2012).
En resumen, los efectos de la música a nivel fisiológico son evidentes, y también los beneficios de la misma en relación a la práctica deportiva. Hasta ahora solo se han descrito componentes fisiológicos, como la frecuencia cardíaca, respiración, respuesta galvánica de la piel, etc., pero también conviene subrayar el proceso que a nivel neurológico tiene lugar durante la escucha musical. Algunas de las regiones cerebrales implicadas son el estrato ventral, el cerebro medio, el córtex ventromedial y orbitofrontal y la amígdala, las cuales también entran en juego en la motivación, emoción y arousal (Blood y Zatorre, 2001).
Tras una exhaustiva revisión bibliográfica, Karageorghis y Priest (2012) concluyen que la música tiene un efecto mensurable y consistente en el estado psicológico y el comportamiento de los deportistas, pues influye en la percepción de esfuerzo (punto que se abordará a continuación), posee ventajas ergogénicas independientemente de la intensidad del ejercicio, aunque esto es más visible en ejercicios moderados o intensos, y existe correlación entre la tasa cardíaca en el deporte y el tiempo musical preferido.
Música y deporte desde un punto de vista psicológico
Influencia de la música en las cogniciones y sensaciones referentes al deporte
A continuación, dejaremos a un lado los cambios fisiológicos tangibles, ya comentados, y nos centraremos en analizar la influencia de la música en las cogniciones y percepciones relativas al deporte, incorporándola como un elemento sensorial más dentro de la experiencia deportiva.
En primer lugar, conviene apuntar que la percepción e interpretación de la música depende de variables absolutamente subjetivas, por lo que cabe esperar que los efectos de la escucha cambien dependiendo del receptor de la misma.
En toda música podemos diferenciar cuatro factores: respuesta rítmica (el ritmo de cada composición), musicalidad (aspectos melódicos y armónicos), impacto cultural (si la canción o composición musical tiene un significado a nivel cultural o social) y asociaciones (vinculaciones de la música con algún recuerdo, persona o situación), que generan que cada persona interprete la música de un modo muy personal (Karageorghis, Terry y Lane, 1999).
Preferencias musicales personales
Estudios realizados con músicas seleccionadas personalmente muestran beneficios ergogénicos, esto es, que causan o aumentan la potencia muscular, y psicológicos durante la realización de ejercicios de alta intensidad (Priest y Karageorghis, 2008). A pesar de que aumentan los niveles somáticos de ansiedad (respiración, frecuencia cardíaca, preparación del cuerpo para el ejercicio), no existe ansiedad cognitiva percibida. Por tanto, estos cambios somáticos son indicadores de que el cuerpo se prepara para el ejercicio y no padece ansiedad, por lo que se pueden interpretar positivamente.
Así pues, la música cuidadosamente seleccionada para cada persona puede producir un gran impacto en la motivación para el ejercicio. Lanzillo, Burke, Joyner y Hardy (2001) encontraron que la música escogida personalmente aumenta la sensación de autoconfianza y promueve un estado óptimo de activación.
Por otro lado, Crust (2004) y Crust y Clough (2006) comprobaron los efectos de la música motivacional, en este caso música de ritmo rápido que aludía a éxitos deportivos, en el rendimiento de un entrenamiento de levantamiento de pesas en un grupo de 58 atletas. Los deportistas debían sostener una pesa en alto en tres condiciones: a) con la música motivacional seleccionada; b) oyendo simplemente un ritmo, sin elementos armónicos ni melódicos, aunque con el mismo tiempo musical y condiciones que la música motivacional, y c) sin música. El grupo que obtuvo mejores resultados, pues aguantó más tiempo, fue el primero,