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E-Pack HQN Sherryl Woods 1. Sherryl WoodsЧитать онлайн книгу.

E-Pack HQN Sherryl Woods 1 - Sherryl Woods


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viera cómo se había sonrojado–. Y por favor, calla, antes de avergonzarme delante de él.

      Cuando Thomas salió del coche, llevaba unos pantalones cortos y una camiseta, un atuendo mucho más deportivo del que habría llevado cualquier domingo para comer. La camiseta resaltaba sus amplios hombros y sus musculosos brazos. Su bronceado y su corpulencia eran la típica de un hombre que trabajaba al aire libre más que en un gimnasio.

      Aunque miró a Connie con una sonrisa, se centró en su hermano.

      –Jake, dime qué necesitas cargar.

      –Te lo enseño –respondió Connie–. Solo esto. Ya te he dicho que casi habíamos terminado.

      –Entonces así tendremos tiempo para un café –respondió él levantando los grandes contenedores como si no pesaran nada.

      En cuanto la camioneta estuvo cargada, le preguntó a Jake si necesitaba ayuda para descargarla en el lugar del trabajo.

      –No, pero gracias por la ayuda.

      –De nada.

      –Deberías irte –le dijo Connie a su hermano–. Solo te quedan unas pocas horas de luz para empezar. Ya sabes que al señor Carlson le dará un ataque si no ve algún avance hoy después de todo lo que lleva esperando por las lluvias.

      –Es verdad –dijo Jake, que seguía reacio a marcharse.

      Cuando por fin se marchó, Thomas se giró hacia ella.

      –Bueno, ha ido bien, ¿no crees?

      Connie se rio a pesar de su nerviosismo.

      –¿En qué universo? Mi hermano cree que hay algo entre los dos y no se va a quedar a gusto hasta que descubra lo que es.

      –¿Y hay algo entre los dos? ¿O soy yo el único que siente algo?

      Ella quería negarlo, darse más tiempo antes de explorar esos sentimientos que la invadían cada vez que estaba cerca de él. Respiró hondo y dijo:

      –No eres el único, pero tienes que admitir que da un poco de miedo. ¿O solo me da miedo a mí porque hace años que no salgo con nadie?

      –No, sí que da miedo –respondió él con sinceridad–. Porque conozco mejor que tú los peligros de estropear las cosas. La ira de toda la familia recaería sobre mi cabeza.

      –¿No sobre la mía? –preguntó ella con una sonrisa.

      –Soy mayor, soy un hombre, y todo el mundo sabe que soy un riesgo terrible. La culpa sería toda mía, sin duda.

      –¿Si va a ser tan terrible, estás seguro de querer arriesgarte? Mírame. Sin maquillaje, sucia de pies a cabeza y vestida como un chicazo. ¿Merece la pena?

      Como respuesta, Thomas se acercó y la besó. No fue el beso de dos personas locas de amor, no fue el preludio a una sesión de sexo desenfrenado, pero sí fue un beso delicado, tímido, el beso de un hombre intentando demostrar que sus sentimientos eran reales, un hombre esperando más.

      Cuando dio un paso atrás, había una sonrisa en sus labios y en sus ojos.

      –Vamos a tomar ese café, ¿de acuerdo?

      –Al menos tendrás que darme quince minutos para asearme un poco. Me niego a que me vean así en público. Me reuniré contigo en Sally’s o donde quieras.

      –¿No saldrás huyendo?

      –Puede que me estén temblando las rodillas y que esté dudando un poco, pero no soy una cobarde. Allí estaré –le prometió.

      –Bien, pero no tardes mucho, ¿vale? Creo que estás genial tal cual estás.

      –¿Es que estás quedándote ciego?

      Él se rio.

      –No. Te juro que hacía años que no lo veía todo tan claro.

      Una vez se hubo ido, Connie volvió corriendo a casa en lugar de entrar a la oficina a cambiarse. Tardó algo más de los quince minutos que había prometido, pero a juzgar por cómo se le iluminaron los ojos a Thomas cuando entró en Sally’s, el rato de más había merecido la pena.

      –Tienes el café frío, te pediré otra taza.

      Connie dudó que hubiera podido notarlo incluso aunque hubiera estado helado porque de pronto le parecía que dentro del local hacía demasiado calor. Intentó recordar una única cita en sus cuarenta y tantos años que la hubiera puesto tan nerviosa… Tal vez la primera que había tenido con Sam, aunque lo dudaba.

      Thomas estaba mirándola fijamente. Se acercó y le dijo:

      –Sé que cenamos hace unas semanas, pero para mí esto es más como una primera cita. Creo que estoy más nervioso que cuando le pedí a Mindy Jefferson que viniera al baile conmigo en octavo curso.

      Connie respiró aliviada.

      –Gracias a Dios. Creía que era solo yo.

      –Pero será cada vez más fácil.

      –¿Eso crees?

      –Solo tendremos que practicar hasta que lo sea.

      –Me gusta tu forma de pensar, Thomas O’Brien.

      Él le agarró la mano por encima de la mesa.

      –Lo mismo digo, Connie Collins.

      A Connie le resultaron muy reconfortantes la calidez y la rugosa textura de su mano, su fuerza. Una fuerza y un consuelo que había echado en falta durante su vida con Sam, un hombre tan egoísta que se había marchado porque había odiado compartirla con su propia hija.

      –Háblame de tu ex marido. ¿Qué pasó?

      –No merece la pena hablar de él.

      –¿Sigue por aquí?

      –No, se mudó poco después del divorcio. Jenny y él apenas tienen relación. Mi hermano ha sido más padre para ella que Sam.

      –Lo siento.

      –Yo también. Supongo que debería haberle prestado más atención cuando me decía que no quería tener hijos, pero supuse que lo decía solo porque tenía miedo.

      –Supongo que la mayoría de la gente tiene miedo antes de dar ese paso.

      –¿A ti te daría miedo?

      Thomas pareció asombrado por la pregunta.

      –Antes pensaba en tener hijos al ver a mis hermanos con sus familias, pero cuando me divorcié me alegré de que no hubiera niños que tuvieran que sufrirlo también. Vi lo terrible que fue para los hijos de Mick cuando Megan se marchó.

      –Jenny era demasiado pequeña cuando Sam se marchó como para verse afectada, pero sé que a lo largo de estos años ha tenido preguntas y se ha sentido resentida hacia mí por haber permitido que su padre se marchara.

      –¿Alguna vez le has dicho la clase de hombre que era?

      Connie sonrió.

      –Claro que no. Por si existiera la posibilidad de que volviera a su vida, nunca he querido que lo odie.

      –Es una actitud muy generosa por tu parte dadas las circunstancias –le dijo con calidez en la mirada–. Y demuestra la mujer tan increíble que eres.

      Connie se sonrojó.

      –No soy increíble.

      –Ey, soy yo el que tiene que juzgar eso. Tienes que aprender a recibir cumplidos.

      –Normalmente los cumplidos que recibo son de clientes en el vivero sobre la voz tan agradable que tengo por teléfono o lo mucho que los he ayudado.

      –Tengo que decirte que acabas de hacerme un dibujo muy oscuro del nivel de inteligencia de los hombres de Chesapeake Shores.

      Ella se rio.

      –Creo que es mejor


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