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E-Pack HQN Sherryl Woods 1. Sherryl WoodsЧитать онлайн книгу.

E-Pack HQN Sherryl Woods 1 - Sherryl Woods


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aquí los remos del kayak y la toalla.

      –No creo que importe.

      –Por suerte se me ocurrió meter el móvil en una funda protectora resistente al agua.

      Él podía oírla chapoteando en el agua y nadar hacia él. Le hablaba para guiarla y la seguía con la mirada. Cuando ella llegó a la barca, Will la alzó y la envolvió en una toalla que había llevado.

      –Toma, ponte mi camisa –le dijo cuando ya estaba seca, aunque temblando.

      Al oír que, a pesar de todo, le castañeteaban los dientes, la rodeó con los brazos. Ella se quedó quieta por el inesperado contacto, pero se acurrucó al momento.

      –Resultas muy cálido –le murmuró contra el pecho.

      ¿Cálido? Él se sentía como si estuviera ardiendo y su cuerpo estaba empezando a reaccionar ante esa casi desnuda mujer, una mujer a la que llevaba amando una eternidad, y que tenía contra su cuerpo. Tragó con dificultad. Era un infierno… bueno, no, mejor dicho, era como estar en el paraíso.

      –Um, Jess, no es buena idea –dijo apartándola–. Siéntate. En unos minutos estarás de vuelta en el hotel.

      Ella no protestó y fue una suerte porque él no creía que pudiera haberlo resistido si la hubiera tenido cerca un rato más.

      Giró la pequeña barca para entrar en la bahía y recorrió la orilla hasta ver el muelle del hotel. Se detuvo, amarró la barca, y le tendió una mano a Jess para ayudarla a bajar.

      Ella lo miró con unos ojos que resplandecían bajo la luz de la luna.

      –Gracias, Will. ¿Quieres pasar a tomar un café o algo? ¿Una copa de vino?

      Él vaciló.

      –Deberías darte una ducha y tomar algo caliente.

      –Pero en eso no tardaré nada –le dijo sin dejar de mirarlo–. Te debo una por haber venido a buscarme y podríamos tomar esa cena que no llegamos a tener la otra noche. Creo que hay más pollo asado de Gail.

      Él sonrió.

      –No tienes que chantajearme ni con bebida ni con comida, y lo sabes.

      –Lo sé. La verdad es que esperaba que pudiéramos hablar.

      –¿Oh? ¿Sobre qué?

      Ella miró a otro lado.

      –Ya sabes, sobre esto y aquello.

      –Vas a tener que darme alguna pista más. Si esta va a ser otra de esas conversaciones en las que explicas que no estamos saliendo, paso.

      La carcajada de Jess sonó forzada.

      –Oh, creo que he aprendido la lección. Echo de menos charlar contigo sobre cosas.

      –¿Cosas? ¿Cuándo hemos hablado sobre cosas?

      –Hace mucho tiempo, antes de que se complicara todo.

      –¿Te refieres a antes de que me enamorara de ti y tú no te enamoraras de mí?

      –Vale, sí.

      –De acuerdo, una pregunta más. ¿Por qué me has llamado esta noche? Entiendo que no hayas llamado a tus hermanos, pero ¿por qué a mí?

      –Eres la primera persona en la que he pensado.

      –¿Y alguna idea de por qué?

      –Porque confío en ti y quería compensar lo que pasó la última vez que te vi. Me sentí como si hubiéramos perdido algo y quiero recuperarlo.

      Intrigado por su repentina nostalgia del pasado, decidió correr el riesgo. ¿Quién sabía lo que se le estaría pasando a Jess por esa cabeza tan poco predecible que tenía?

      –Anda, vamos, antes de que pilles una neumonía.

      Cuando entraron en el hotel por la cocina, Jess señaló la nevera.

      –Sírvete. Prepárame un sándwich o algo así, si no te importa. Me muero de hambre. Y puedes asaltar la bodega. Vuelvo en unos minutos.

      Will encontró una barra de pan recién horneado, cortó unas rebanadas, las cubrió con mostaza y mayonesa y añadió unas lonchas de queso cheddar, jamón y tomate. Encontró un buen alijo de patatas fritas caseras, una de las especialidades del hotel, y las echó en un cuenco. Acababa de servir dos copas de vino cuando Jess regresó.

      Tenía las mejillas sonrojadas, el cabello húmedo y revuelto, pero estaba fantástica con un par de vaqueros desteñidos y un jersey que suplicaba que alguien lo tocara. Estaba descalza, tenía las uñas pintadas de un atrevido rojo, algo que se contradecía con su sencilla y discreta imagen. Pensó que esa era una de las cosas que más le atraían de ella: que era una persona llena de contradicciones e imprevisible. Ningún hombre podría aburrirse nunca con ella.

      Claro, que lo que él veía como un rasgo encantador, otros a lo largo de los años le habían hecho creer a Jess que era un defecto causado por su déficit de atención. Por ello se había convertido en una persona insegura e irritable que veía que tenía defectos que no podía superar.

      –Estás mil veces mejor ahora.

      –Y ese sándwich tiene una pinta fantástica. Gracias. ¿Quieres que nos los llevemos al salón? Podríamos encender la chimenea, si quieres. Hoy no hay nadie, así que tenemos todo el lugar para los dos solos. Me encantan los domingos por la noche por eso. Lo tengo todo para mí. ¿Recuerdas cuando éramos niños lo mucho que nos gustaban los domingos porque los turistas se marchaban a la hora de la cena y el pueblo volvía a ser todo para nosotros? No había filas de gente esperando a comprar un helado y nuestros bancos favoritos en Sally’s no estaban ocupados por extraños.

      Will sonrió.

      –Lo recuerdo –apartó la mirada–. ¿Por qué no llevas tú los sándwiches y yo llevo el vino, las copas y las patatas? ¿Quieres que lleve postre también? Hay una tarta en la nevera que tiene un aspecto impresionante.

      –Tráete la tarta entera –dijo ella sonriendo–. Te he dicho que estoy hambrienta, ¿verdad?

      Él se rio.

      –Llevaré unos platos y tenedores.

      –Olvida los platos. Si es la tarta de doble capa de dulce de chocolate que hace Gail, nos la terminaremos. O yo me la terminaré.

      –Con lo delgada que eres, ¿dónde metes toda la comida?

      –Es porque soy muy nerviosa y activa –dijo entrando en el salón con los sillones frente a la chimenea–. ¡Qué bien que hay leña! –dijo al acercarse a la chimenea después de haber dejado los platos en la mesa.

      –Siéntate, ya me ocupo yo –le dijo Will.

      Ella lo miró con escepticismo.

      –¿Sabes encender el fuego? Creía que eras de los intelectuales que no saben hacer esa clase de cosas.

      –Pero también fui Boy Scout, al igual que todos los niños del pueblo –sonrió–. Claro, que suspendí algunas de las pruebas, así que mi colección de chapas de méritos es bastante limitada. Pero creo que puedes dejarme encender el fuego sin que pase nada.

      Lo hizo y vio que Jess se había sentado en el suelo y que estaba indicándole que se sentara a su lado. Se sentó y la miró.

      –¿Qué está pasando, Jess?

      Ella le lanzó una mirada de lo más inocente.

      –No sé a qué te refieres.

      –A lo mejor estoy viendo más allá, pero esta escena es pura seducción. No nos pega nada. Llevas mucho tiempo manteniéndote lo más alejada de mí posible.

      Ella se ruborizó.

      –Te estás imaginando cosas.

      –¿En serio? Algo ha cambiado esta noche e intento descubrir qué.

      –¿Es


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