E-Pack HQN Sherryl Woods 1. Sherryl WoodsЧитать онлайн книгу.
hago sentirse incómoda.
—Eso es exactamente lo que Jess necesita, alguien que pueda darle caña. Deja de perder el tiempo intentando encontrar una sustituta que nunca llegue a igualársele. Ve a buscar lo auténtico —le dio un abrazo—. Ese es mi consejo —sonrió—. Y por suerte para ti, no te cobro por él.
Se alejó por la calle dejando a Will mirándola y preguntándose por qué no podía haber sido ella la mujer de su vida. La sincera y directa Laila Riley era mucho menos complicada de lo que jamás sería Jess O’Brien.
Suspiró. Ese, por supuesto, era el problema. Al parecer, le gustaban las complicaciones y, por desgracia, esa sería su perdición.
La primera cita a ciegas oficial de Connie fue con un contable de Annapolis, un padre soltero cuyos hijos, al igual que Jenny, estaban ya en la universidad. Por escrito, le había parecido un tipo genial; los e-mails que se habían intercambiado habían revelado otras cosas que tenían en común, incluyendo el amor por el agua. Por todo ello, ya se había imaginado que disfrutarían de un agradable almuerzo con una estimulante conversación, aunque la cosa no fuera a más.
Ya que había accedido a conducir hasta Annapolis, había decidido salir temprano y parar en las oficinas de la fundación de Thomas O’Brien para conocer el estado de sus esfuerzos por recaudar fondos para la protección de la Bahía Chesapeake. Aunque era sábado por la mañana, sabía que se encontraría al tío de Jess trabajando. Su reputación de adicto al trabajo era ampliamente conocida. Cuando llamó a la puerta de su despacho, él levantó la mirada de los papeles que tenía sobre la mesa y le sonrió.
—Vaya, eres exactamente lo que necesitaba esta deprimente mañana —dijo quitándose las gafas de leer y soltando su boli—. ¿Qué te trae por Annapolis?
A Connie se le aceleró el pulso ante el entusiasmo de su voz, a pesar de que se había dicho miles de veces que eso se debía a su gratitud por sus esfuerzos para con la fundación y nada más.
—Tengo una cita —admitió arrugando la nariz—. Una cita a ciegas, mejor dicho.
Él se echó atrás, asombrado.
—¿Y por qué una mujer tan encantadora como tú tendría que tener una cita a ciegas?
—Me he apuntado a un servicio de citas online —dijo tímidamente—. Y Jess y Laila también.
—¿Las tres? —sacudió la cabeza tristemente—. No llego a entender en qué están pensando los hombres de Chesapeake Shores si vosotras tenéis que recurrir a un servicio de citas online —aun así, se mostró ligeramente intrigado—. ¿Y es tu primera cita?
Connie asintió.
—Para ser sincera, estoy un poco nerviosa.
—Hoy en día, eso es perfectamente comprensible. Tal vez deberías reconsiderarlo.
—No puedo echarme atrás y no presentarme. Eso sería muy grosero.
—Entonces iré contigo —dijo decididamente—. No como cita, por supuesto, sino para estar cerca por si hay algún problema.
—¿Lo harías?
—Me siento obligado a hacerlo, de hecho. Alguien necesita mirar por ti, y somos prácticamente familia.
Ella se rio ante la seriedad de su voz.
—¿Sabes cuántos años tengo?
—Me hago una idea. ¿Qué quieres decir con eso?
—Que soy lo suficientemente mayor como para cuidar de mí misma.
—No, si este hombre resulta ser un depredador zalamero —insistió apretando la mandíbula.
—¿Por qué estoy empezando a pensar que pasar por aquí ha sido una mala idea? —dijo ella con actitud divertida a pesar de la actitud extremadamente protectora de él. Thomas le sonrió y esa sonrisa hizo que se le encogieran los dedos de los pies.
—Ya que está claro que no has venido buscando mi protección, ¿por qué has pasado por aquí?
«Para ver esa sonrisa, por un lado», pensó, aunque no se atrevió a decirlo. Sus sentimientos enfrentados por Thomas O’Brien eran una fuente constante de consternación para ella y sabía que jamás la abandonarían. Al mismo tiempo, parecía no saber mantenerse alejada de él. Se sentía atraída hacia su pasión por el trabajo, su atenta personalidad, su pícaro sentido del humor… En resumen, se sentía atraída hacia él.
–No te veo desde los eventos de este verano y quería ver cómo iba la recaudación de fondos y qué puedo hacer para ayudar durante el invierno.
–Tengo algunas ideas al respecto –dijo él de inmediato–. ¿Por qué no nos vamos antes a ese almuerzo tuyo y nos tomamos un café mientras esperamos a que llegue tu cita? Una vez lo haya conocido y haya visto por mí mismo que no pretende hacerte daño, me esfumaré.
Connie podía ver todo tipo de cosas potencialmente desastrosas en cuanto a ese plan, pero no se veía capaz de decirle que se olvidara del tema. Un café con Thomas sonaba mucho mejor, francamente, que almorzar con un extraño.
–Sería genial –dijo.
Fueron caminando hasta el restaurante que la cita de Connie había sugerido, eligieron una mesa con vistas al cercano río Severn y pidieron un café. Connie estaba tan ensimismada en lo que Thomas estaba diciendo que no se percató cuando otro hombre se acercó a la mesa y se quedó allí mirándolos con gesto de irritación.
–¿Eres Connie Collins?
Ella se sobresaltó.
–Sí. ¿Steve Lorton?
El hombre asintió y miró a Thomas con gesto serio.
–¿Interrumpo algo?
–Por supuesto que no –respondió Connie antes de que pudiera hacerlo Thomas, que había adoptado una extraña expresión territorial. Los presentó–. Thomas y yo estábamos charlando sobre los últimos progresos de su fundación para proteger la bahía. He estado trabajando como voluntaria para él.
Steve pareció apaciguado por la explicación, pero cuando Thomas no hizo intención de moverse, se vio obligado a agarrar una silla de una mesa cercana. Se sentó al lado de Connie, como reclamándola. Era la primera vez que se veía en mitad de dos hombres enfrentados por ella, pero descubrió que no le gustó tanto como siempre se había imaginado.
–Thomas ya se marchaba –dijo, aunque, para su pesar, él no parecía tener intención de moverse.
–Estoy seguro de que a Steve no le importará que me quede un rato más –respondió tensando la mandíbula de un modo que Connie reconoció porque ya lo había visto en otros O’Brien con demasiada frecuencia.
Estaba a punto de obligarlo a marcharse cuando él añadió:
–Hay algunas cosas que tenemos que discutir, Connie.
Connie lo miró confundida.
–¿Qué cosas?
–Nuestros planes para el próximo fin de semana.
Ahora sí que estaba confundida de verdad.
–¿Es que tenemos planes?
–Claro que sí –respondió mirando a Steve.
Steve se levantó tan bruscamente que su silla se volcó.
–Mira, no sabía que ya estabas saliendo con alguien –le dijo a Connie con mirada acusatoria–. Deberías habérmelo dicho.
Antes de que ella pudiera defenderse, él se giró y se marchó sin decir ni una palabra más.
Connie se quedó mirándolo y después se giró hacia Thomas.
–¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué lo has espantado?
–No me ha gustado –le dijo sin el más mínimo atisbo