E-Pack HQN Sherryl Woods 1. Sherryl WoodsЧитать онлайн книгу.
egocéntrico.
–¿Y eso lo sabes por haberlo visto dos minutos sentado aquí?
–Lo he sabido en cuanto no he visto el más mínimo interés en sus ojos cuando has mencionado lo de proteger la bahía.
Eso Connie no podía negarlo. Aun así, se sentía obligada a decir:
–Creo que tienes cierta predisposición cuando se trata de la bahía. No todo el mundo tiene tanta pasión por lo que hace como tú.
–Tú sí –le dijo mirándola fijamente–. ¿Puedes decirme sinceramente que estarías interesada en un hombre al que no le importa lo que le rodea?
–Probablemente no, pero no eres tú el que tiene que decidirlo –respondió.
–Te he hecho un favor –dijo él tercamente.
Ella suspiró; sabía que no iba a ganar esa discusión. Aunque, para ser sincera, no estaba tan descontenta con lo que él había hecho, no si eso les daba a los dos la oportunidad de pasar más tiempo juntos.
–Digamos que acepto que creyeras que estabas haciéndome un favor. He conducido hasta aquí para almorzar. ¿Significa eso que ahora vas a invitarme?
La expresión de él se iluminó y su resonante carcajada despertó sonrisas en las otras mesas cercanas.
–Creo que es lo mínimo que puedo hacer.
–¿Y qué me dices de esos planes que, supuestamente, tenemos para el próximo fin de semana? –preguntó ella, de pronto sintiéndose atrevida y osada, como hacía mucho tiempo que no se sentía.
–¿Cena en Brady’s el sábado por la noche? –sugirió él.
A pesar del zumbido de emoción que la recorrió ante la sugerencia, Connie vaciló.
–¿En Brady’s? ¿Estás seguro de eso?
–¿En territorio O’Brien? –preguntó demostrando que entendía exactamente qué le preocupaba.
–Sí.
–Bueno, no puedo pedirte que vuelvas a Annapolis, ¿verdad? Tendremos que encontrar un lugar ahí abajo que mi familia no haya descubierto. Chesapeake Shores no es el único lugar con restaurantes. Déjamelo a mí.
–De acuerdo –dijo ella con las manos temblando de pronto, tanto que tuvo que soltar la carta y dejarla sobre la mesa. Y para asegurarse de que no estaba malinterpretando lo que estaba pasando, se obligó a mirarlo a los ojos.
–¿Es esto una cita, Thomas? ¿O una reunión de trabajo? Quiero tenerlo claro.
Él no respondió inmediatamente. Es más, parecía como si estuviera intentando decidirse.
–La respuesta inteligente sería llamarlo «reunión de trabajo », ¿verdad? –respondió con arrepentimiento en la voz.
–Probablemente sería lo más sensato –contestó ella sin ni siquiera intentar ocultar su decepción y antes de recordarse que tenía más de cuarenta años y que ya no era una tímida adolescente. Thomas O’Brien era el primer hombre en años que había capturado su atención. Lo miró directamente a los ojos y añadió–: Pero me gustaría mucho que fuera una cita.
La expresión de Thomas se iluminó inmediatamente.
–¡Pues que sea una cita! Pero…
–No tienes que decirlo, Thomas. La familia no tiene por qué saber nada de esto.
–No es que crea que pase nada porque fuéramos a tener una cita –se apresuró él a decir.
Connie se rio.
–Créeme, lo entiendo. Una vez se los suelta, los entrometidos O’Brien son difíciles de contener.
–Exacto –agarró su carta–. De pronto me muero de hambre. Creo que tomaré la bandeja de marisco. ¿Y tú?
Connie estaba segura de que no sería capaz de dar bocado.
–Yo una ensalada pequeña.
–Tonterías. Necesitas proteínas antes de conducir hasta casa. Al menos tómate los pasteles de cangrejo. Aquí los hacen excelentes.
Ella cedió porque no tenía sentido luchar contra él y porque sabía que lamentaría haber tomado la ensalada cuando a medio camino de casa comenzara a rugirle el estómago. Aun así, no podía dejarle salirse con la suya del todo porque eso sentaría un precedente con un hombre tan terco como parecía serlo Thomas.
–Un sándwich de cangrejo, entonces.
–¡Excelente!
Miró sus centelleantes ojos azules, azules, y pensó que no podía recordar haberse sentido tan cautivada por nadie así, ni siquiera por el padre de Jenny. Por mucho que había creído amar a Sam, a ese hombre le había faltado fuerza, madurez, pasión y compasión, todas ellas cualidades que Thomas personificaba.
Sí, estaba enamorada. Pero ojalá esa situación no tuviera el potencial de romperle el corazón.
Capítulo 3
Desde que había descubierto que Almuerzo junto a la bahía era, en efecto, la nueva empresa de Will, Jess había estado sintiéndose más inquieta de lo habitual y había estado evitando también las llamadas de Laila, no muy segura de querer saber nada sobre su maravillosa cita con Will. Pero sabía que no podía evadir a su amiga para siempre. Es más, era muy infantil que lo hubiera hecho.
Entró en la cocina del hotel, donde Gail estaba preparando comida para las cestas de picnic que varios de los huéspedes habían solicitado.
–Voy a marcharme una hora o así. Llámame al móvil si me necesitas.
–¿Quién está atendiendo en recepción?
–Ronnie.
Gail la miró sorprendida.
–Vaya, debes de estar ansiosa por largarte de aquí. Creía que no te fiabas de Ronnie en el mostrador.
Ronnie Forrest era un veinteañero, pero tenía la madurez de un preadolescente. Su padre, un amigo de Mick, había perdido la esperanza de ver a Ronnie desarrollando un trabajo responsable y manteniéndolo. Jess se había mostrado dispuesta a darle una oportunidad, pero hasta el momento la única tarea que podía desarrollar sin echarlo todo a perder era llevar las maletas de los huéspedes. Con bastante frecuencia se le podía encontrar en el vestíbulo principal viendo la televisión en lugar de desempeñar algunas de las otras tareas que se le habían asignado, pero por muy frustrante que resultara su hábito de fingir estar enfermo, en cierto sentido, Jess podía identificarse con él. Más de una vez se había preguntado si el chico no padecería también el síndrome de déficit de atención que a ella le había marcado la vida.
Jess sonrió a Gail.
–Y esa es la razón por la que tú vas a supervisar lo que hace mientras yo esté fuera. Eres mucho más dura que yo. A lo mejor tú puedes lograr que se tome su trabajo en serio.
Gail no podía negar que era una chica dura. Sin embargo, con una ceja enarcada preguntó:
–¿Y cómo se supone que voy a echarle un ojo desde la cocina?
–Transfiere las llamadas a tu línea, si quieres, y tráelo aquí y haz que pele cebollas –sugirió Jess–. Tal vez así empezará a ver que mis amenazas de despedirlo si no espabila no son en vano.
Gail la miró sorprendida.
–¿Ya le has dicho que su trabajo pende de un hilo?
Jess asintió.
–La semana pasada. No tenía elección después de que tres personas se quejaran de que nadie había respondido cuando llamaron para hacer reservas y lo encontraron viendo reposiciones de Ley y Orden.
–¿Qué va a decir tu