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Cómo volar un caballo. Кевин ЭштонЧитать онлайн книгу.

Cómo volar un caballo - Кевин Эштон


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significados y conductas normales. Esta función interfiere con una conducta puramente ética.

      Ahí estaba la respuesta de Duncker: los Estados pueden remplazar la ética con edictos.

      A fines de febrero de 1940, Karl Duncker escribió algo adicional.

      Querida madre: Has sido buena conmigo. No me condenes.

      Condujo hasta la cercana Fullerton y, en su auto, se dio un disparo en la cabeza. Tenía treinta y siete años de edad.10

      En Ámsterdam, los nazis capturaron a Otto Selz, lo llevaron a Auschwitz y lo mataron.

      En Berkeley, la University of California otorgó una cátedra de psicología a un tal David Krech. Éste era el nuevo nombre de Isadore Krechevsky, el primer coautor estadunidense de Duncker. Krech tendría una ascendente carrera de treinta años, especializada en los mecanismos de la memoria y la estimulación.11

      David Krech fue una de las muchas personas en las que Duncker influyó. Éste llevó consigo a Estados Unidos las mejores y más radicales ideas alemanas sobre el pensamiento, e inició una revolución a la que no sobrevivió. Él era un mensaje en una botella lanzada al mar desde un Berlín en agonía. La botella se rompió, pero no sin antes transmitir su aviso.

      2 LA CUESTIÓN DEL HALLAZGO

      La monografía de Duncker On Problem-Solving, que él publicó en 1935, mientras huía de Alemania, dio origen a una transformación en la ciencia del cerebro y la mente conocida como “revolución cognitiva”, la cual sentó las bases de nuestra comprensión de cómo los seres humanos creamos. Por muchas razones, entre ellas sus referencias a Selz, On Problem-Solving se prohibió en la nación de Hitler. La guerra llegó. Berlín ardió en llamas. Los ejemplares de esa obra se volvieron escasos.

      Cinco años después del suicidio de Duncker, una exalumna, Lynne Lees, rescató esa monografía traduciéndola al inglés, y presentando al mundo su valiente apuesta: “Estudiar el pensamiento productivo”.

      Duncker había rechazado los estudios de los grandes pensadores. Los comparaba con un rayo: un drástico despliegue de algo que “sería mejor investigar en pequeñas chispas en el laboratorio”. Utilizaba “problemas prácticos y matemáticos porque este material es más adecuado para la experimentación”, pero aclaró que estudiaba el pensamiento, no adivinanzas ni matemáticas. Lo importante no era en qué se pensara; los “aspectos esenciales de la resolución de problemas son independientes de la materia del pensar”.

      Durante milenios, la gente había sido agrupada en categorías: civilizada y salvaje, caucásica y negra, hombre y mujer, gentil y judía, rica y pobre, capitalista y comunista, genial y tonta, talentosa y no talentosa. La categoría determinaba la capacidad. En la década de 1940, esas divisiones fueron reforzadas por “científicos” que invocaban el potencial innato a fin de organizar a la raza humana como a un zoológico, y encerrar a los “diferentes” en jaulas, a veces literalmente. Entonces, un gentil casado con una judía, un hijo de comunistas que había emigrado para vivir entre capitalistas, un hombre que colaboraba con los judíos y las mujeres, y que había atestiguado los horrores del fraude de comparar a la humanidad, demostró que la esencia del pensamiento humano no se ve afectada por el nivel, el tema o el pensador; que la mente de todos funciona de la misma manera.

      Ése fue un hallazgo radical y controvertido, y cambió el camino de la psicología. El método de Duncker era simple: planteaba problemas a la gente y le pedía que pensara en voz alta mientras trataba de resolverlos. Percibía de este modo la estructura del pensamiento.

      Pensar es buscar la forma de cumplir una meta que no puede cumplirse con una acción obvia. Queremos hacer algo, pero no sabemos cómo, así que antes de actuar debemos pensar. Pero ¿cómo pensamos? O, como lo dijo Duncker, hemos de indagar la respuesta a “la pregunta específica: ¿de qué manera puede encontrarse una solución significativa?”.

      Todos seguimos el mismo proceso para pensar, así como seguimos el mismo proceso para caminar. Da igual que el problema sea grande o pequeño, que la solución sea nueva o lógica, que el pensador sea un premio Nobel o un niño. El “pensamiento creativo” no existe, como no existe tampoco el “caminar creativo”. La creación es un resultado, un lugar al que el pensamiento puede llevarnos. Pero para saber cómo crear, antes debemos saber cómo pensar.

      Duncker se sirvió de una amplia serie de experimentos. Entre ellos estaban el problema abcabc, en el que se pide a estudiantes de preparatoria resolver por qué los números en la forma 123,123 y 234,234 son siempre divisibles entre 13; el problema de la vara, en el que se da a bebés de incluso ocho meses de edad una vara con la que alcanzar un juguete remoto; el problema del corcho, en el que un trozo de madera debe insertarse en el marco de una puerta pese a no ser del mismo ancho que ésta, y el problema de la caja, en el que hay que fijar velas en una pared seleccionando entre objetos como tachuelas y diversas cajas. Duncker varió muchas veces sus experimentos hasta comprender cómo piensa la gente, qué le ayuda a hacerlo y qué se interpone en el camino.

      Una de sus conclusiones fue: “Si se introduce una situación en cierta estructura perceptual, el pensamiento alcanza una estructura contraria sólo ante la resistencia de la estructura anterior”.12

      O sea, las ideas viejas obstruyen a las nuevas.

      Tal fue el caso del trabajo de Duncker. Pocos psicólogos leyeron o entendieron On Problem-Solving en su totalidad y no porque fuera complicado, sino porque viejas ideas los hacían resistirse a él. Hoy esa monografía se conoce, sobre todo, por el problema de la caja, también llamado, incorrectamente, problema de la vela. Este problema atrajo más atención que los demás. Psicólogos y autores que trabajan sobre la creación lo han examinado más de cincuenta años.13 He aquí su encarnación moderna.

      Imagínate en un cuarto con una puerta de madera. En él hay una vela, una cajetilla de cerillos y una caja de tachuelas. Usando únicamente estas cosas, ¿cómo fijarías la vela a la puerta de tal modo que puedas encender aquélla, hacerla que arda normalmente y disponer de luz para leer?

      A la gente se le suelen ocurrir tres soluciones. Una es derretir parte de la vela y usar la cera derretida para pegar la vela en la puerta. Otra es clavar la vela en la puerta con una tachuela. Ambas son aceptables, aunque no del todo. La tercera, propuesta sólo por una minoría, es vaciar la caja de tachuelas, clavarla en la pared y usarla para sostener la vela.

      Esta última solución tiene una peculiaridad: uno de los objetos, la caja, se usa para algo diferente a su propósito original. En algún momento, la persona que resuelve el problema deja de verla como algo que contiene tachuelas, para verla como algo para sostener la vela.

      Este cambio, conocido como introspección, es considerado importante para algunos de quienes reflexionan sobre la creatividad. Sospechan que hay algo notable en ver la caja de otra manera y que ese cambio es un salto como el que experimentamos al ver aquella foto de un jarrón que podrían ser dos caras, o de una anciana que podría ser una joven, o de un pato que podría ser un conejo. Una vez que damos este “salto”, resolvemos el problema.

      Siguiendo a Duncker, los psicólogos han generado muchos enigmas parecidos, como el problema de Charlie:

      Dan llega a casa una noche después del trabajo, como de costumbre. Abre la puerta y entra a la sala. Ve a Charlie en el piso, muerto. Hay agua en el suelo y vidrios rotos. Tom también está ahí. Dan mira rápidamente la escena y sabe al instante qué sucedió. ¿Cómo murió Charlie?14

      Y el problema de la cuerda y el prisionero:

      Un prisionero intenta escapar de una torre. Encuentra en su celda una cuerda la mitad de larga para llegar sano y salvo al suelo. La corta a la mitad, amarra ambas partes y escapa. ¿Cómo lo logró?15

      Y el problema de los nueve puntos:

      Imagina tres hileras de tres puntos, uniformemente espaciados para componer un cuadrado. Une los puntos usando sólo cuatro líneas rectas sin despegar el lápiz del papel.

      Todos estos problemas se resuelven


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