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Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa SouthwickЧитать онлайн книгу.

Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick


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hombros y por los músculos de la espalda. Tocarle la cálida piel le provocó escalofríos, y tuvo que hacer un esfuerzo por concentrarse y asegurarse de protegerle cada centímetro de piel de los peligrosos rayos del sol.

      —Ahora te toca a ti —dijo él quitándole el tubo de crema. Hizo un movimiento en círculo con el dedo para indicarle que se diera la vuelta.

      Emily obedeció, pero no mirarle era casi tan peligroso como clavar la vista en sus sensuales ojos azules. Entonces sintió sus manos fuertes y grandes untándole la crema por el cuello, los hombros y la espalda. Cal le levantó los tirantes del bikini para asegurarse de que lo cubría todo, y aquel contacto íntimo provocó que ella volviera a estremecerse.

      —¿Tienes frío? —preguntó él.

      —Sí. Ya sabes lo que me pasa con el aire acondicionado.

      —Lo recuerdo —Cal terminó lo más deprisa que pudo y se apartó—. ¿Estás lista?

      —¿Cómo? —preguntó ella mirándolo de reojo.

      —Para ir a nadar. El último es un huevo podrido.

      Cal agarró a Annie y salió. Entonces entró con la niña en la parte poco profunda de la piscina. Annie chapoteó con su manita la superficie del agua y se rió al salpicarse. Cal alzó la vista y vio a Emily cerrar la cancela de la piscina tras ella. Cal se protegía los ojos del sol con unas gafas oscuras.

      Ella se sentó a un lado de la piscina y metió los pies en el agua.

      —Tenemos que apuntar a Annie a clases de natación. Hay programas para niños de su edad. Si va a pasar aquí tiempo contigo, creo que sería una buena idea.

      Cal se la quedó mirando.

      —¿Estás dispuesta a dejar a Annie aquí conmigo?

      —Por supuesto. Eres su padre.

      —Ya lo sé. Pero… —Cal sacudió la cabeza mientras una sonrisa complacida se le asomaba a las comisuras de los labios—. ¡Qué gran responsabilidad!

      —Creí que eso era lo que querías.

      —Así es. Me parece una gran idea. Estaré encantado de cuidar de ella mientras tú estés trabajando. Y no porque no confíe en que la dejes en un lugar seguro.

      —Ya sé lo que quieres decir. Y como los dos trabajamos, nos vendrá bien —aseguró Emily con escasa convicción.

      Cal acomodó mejor a Annie en su fuerte antebrazo.

      —Y tienes razón en lo de las clases de natación. He visto muchos niños accidentados en la piscina en la sala de urgencias —abrazó a su hija hasta que la niña se retorció para volver a dar palmadas en el agua—. No quiero tener que decir nunca: «Si al menos hubiéramos…», porque no hicimos lo que teníamos que hacer.

      —Tienes razón.

      Emily se sentía muy aliviada de no estar sola en aquel asunto de la paternidad. En parte porque, si miraba hacia atrás en su propia vida, sus «si al menos» se apilaban como un accidente múltiple en la autopista.

      Si hubiera tomado mejores decisiones cuando era adolescente. Si le hubiera contado a Cal lo del embarazo en lugar de entrever sus sentimientos a partir de las palabras que había dicho. Todo lo que Cal había demostrado desde que supo de la existencia de su hija le había demostrado a Emily que sí se comprometía cuando su corazón estaba implicado. Si al menos se implicara con ella, pensó Emily con tristeza.

      Lo vio reírse con Annie y sintió algo tirante en el pecho. Había admitido que se había equivocado al juzgarla y eso hacía que le cayera todavía mejor. Era un buen padre y una buena persona. Ella lo había amado, pero eso no podía volver a suceder. Si ella no le hubiera ocultado la verdad en el pasado, tal vez pudiera ser. Pero lo había hecho.

      Y Cal nunca se lo perdonaría.

      CAL echó un vistazo en el dormitorio de Emily para ver si Annie y ella se habían dormido por fin.

      —Afirmativo —susurró en voz baja mientras cerraba casi por completo la puerta. La dejó entreabierta para poder oírlas si necesitaban algo.

      Aquella mañana había llevado a Emily al centro quirúrgico ambulatorio del Centro Médico Misericordia para que le quitaran el bulto del pecho. El ultrasonido no había arrojado resultados definitivos, y la doctora decidió que extirparlo era la mejor opción. Cal estuvo de acuerdo.

      Así que él aguardó con Annie en la sala de espera mientras Emily pasaba por aquel trance. El estrés en el cuerpo y en la mente había minado la energía de Emily, aunque ella opuso mucha resistencia cuando Cal le sugirió que descansara. Ni siquiera había funcionado hacer de médico con ella. Sólo logró convencerla cuando le dijo que Annie también estaba agotada.

      Su hija había pasado un día duro con su padre. Se había quedado con él hasta que llegó el momento en el que sólo valía mamá. Entonces Emily tuvo que tener mucho cuidado por los puntos. Annie percibía que algo no iba a bien, y por eso reaccionaba gritando para demostrar que no pensaba dormirse sola en la cuna. Así que Emily se quedó con ella en la cama y ahora las dos parecían profundamente dormidas.

      Cal miró a su alrededor por el salón, preguntándose qué iba a hacer mientras montaba guardia. No pensaba marcharse hasta estar seguro de que Emily no tendría problemas manejándose con la niña mientras se recuperaba de la operación. Se le pasó por la cabeza que tal vez sólo se trataba de una excusa para quedarse, pero desechó al instante aquel pensamiento. Si su hija lo necesitaba, estaría allí para ella.

      Entonces llamaron a la puerta con la fuerza de un disparo y Cal corrió para ver de quién se trataba. Abrió y vio a Patty en la acera con su hijo Henry en brazos.

      —Hola, doctor Westen.

      —Hola —Cal se hizo a un lado y salió fuera cerrando casi la puerta tras él. En la acera había un chaval arreglando una mesa para niños.

      Patty se dio cuenta de lo que estaba mirando y dijo:

      —Es Jonas Blackford, el padre de Henry. Ya le he contado que le echaste un vistazo a Henry cuando estaba enfermo.

      Cal miró al niño, que se retorcía en brazos de su madre. En aquel momento era la imagen misma de la salud.

      —¿Cómo se encuentra?

      —Perfectamente —respondió la joven acariciando el cabello rubio de su hijo—. Pero no he venido por eso. ¿Cómo está Emily? Nos dijo a Lucy y a mí que hoy le extirpaban el bulto del pecho. Queríamos estar allí, pero con el trabajo y los niños… en fin, ¿puedo verla?

      —Ahora mismo está durmiendo —contestó Cal. Eso no acabó con el gesto de preocupación de la adolescente—. Pero se encuentra bien.

      —¿De verdad? ¿Es cáncer?

      —El cirujano cree que no.

      —¿Hay alguna manera de estar seguro? —preguntó Patty vacilante—. Su madre murió de cáncer de mama.

      Aquello le sorprendió. Emily no había compartido con él que en su familia había antecedentes de cáncer de pecho. ¿Más secretos?

      —Van a hacerle una biopsia al tejido extraído —explicó Cal—. Conozco a gente en el laboratorio, van a agilizar la prueba y me llamarán con el resultado.

      —¿Me dirás algo en cuanto lo sepas? —preguntó Patty—. Lucy y yo estamos preocupadas.

      —Claro —respondió él.

      —Ven a conocer a Jonas —dijo ella medio girándose.

      —De acuerdo.

      Patty se acercó al joven que estaba inclinado sobre la mesita. Al verlos se incorporó y sonrió.

      —Cariño, quiero que conozcas al doctor Westen —dijo Patty—. ¿Recuerdas que te


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