Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa SouthwickЧитать онлайн книгу.
que no pueden concebir.
Cal la miró y vio unos rasgos de dolor que le cruzaron el rostro.
—¿Qué ocurre, Rhonda?
Ella parpadeó y trató de sonreír, pero no fue capaz de disimular.
—Yo no podía quedarme embarazada, y quería tener hijos —aseguró con dulzura—. Mi marido no estaba a favor de la adopción. Dijo que a él le bastaba con estar los dos juntos. Conseguimos que funcionara. Seguimos juntos y somos muy felices.
—Me alegro por vosotros.
—La cuestión es que dar a un bebé en adopción no debería ser visto como algo negativo. Es una oportunidad para que ese niño tenga una buena vida —Rhonda se pasó un dedo por la nariz—. Pero a tu hija no la han dado en adopción. Emily te ha hablado de su existencia, y más vale tarde que nunca. Y por cierto, voy a darle el beneficio de la duda porque la conozco, y es de las buenas.
—No eres la primera que me dice eso.
—Mira, Cal, ésta es sólo mi opinión, pero no te estás haciendo más joven. A diferencia de las mujeres con las que sales últimamente. Y utilizo el término «mujeres» en su sentido más amplio.
—¿Qué quiere decir eso?
—No te hagas el tonto conmigo. Los dos sabemos que al salir con chicas que apenas alcanzan la edad legal, estás evitando a una mujer madura que busque un compromiso.
—Las mujeres con las que salgo no me exigen tanto. A mí me funciona. Estoy encantado con mi vida social —era Emily quien lo perturbaba.
—Estás escupiendo al viento, si quieres saber mi opinión.
—¿Y con eso qué quieres decir?
—Si continúas poniendo obstáculos donde no los hay, vas a terminar convertido en un viejo solo —Rhonda se acercó a la puerta y la abrió antes de mirarlo por última vez—. Mi marido y yo no pudimos tener hijos, pero lo superamos y llevamos una vida plena y feliz. Si no haces las paces con lo que te esté privando de tu felicidad, no estarás bien.
No estaba bien.
Emily era la única mujer que había lamentado perder hasta que descubrió que ella también le había mentido. Cal había descubierto hacía mucho que estar solo era mucho mejor que estar con alguien que te hacía desgraciado con sus mentiras.
A veces tener razón era un infierno, pensó Emily mientras recorría el sábado las calles que llevaban a casa de Cal. Su instinto le había dicho que él nunca comprendería por qué había entregado a su bebé en adopción, aunque ese bebé fuera a parar a un hogar armonioso que ella había sido capaz de proporcionarle. Por desgracia, Cal no la había decepcionado.
No lo había vuelto a ver desde aquella noche a principios de semana. Un instante le estaba haciendo el amor, y al siguiente no podía soportar tenerla delante. Aquella cita para acudir con su hija a la piscina era lo que menos le apetecía hacer, pero había dado su palabra. Con el tiempo, Annie estaría a gusto con su padre y no necesitaría que Emily estuviera por allí, pero hoy no era el día. Hoy tenía que fingir que no le importaba lo que Cal pensara.
Hacer el amor con él había sido un error, pero eso no evitaba que lo siguiera deseando.
Emily detuvo el coche en la entrada y apagó el motor. Entonces se dio cuenta de que Cal estaba mirando a través de la ventana del salón. «Que Dios me ayude», pensó reuniendo el coraje para bajarse del coche.
—Hola —dijo él saliendo por la puerta.
—Hola, siento llegar tarde —dijo Emily sacando a la niña de la silla de atrás—. Annie ha dormido más siesta de lo habitual.
Sacó a su hija del coche, que apoyó la dormida cabeza sobre su hombro, y alzó la vista hacia Cal esperando ver la fría expresión que le había helado el corazón unos días antes. Se llevó una sorpresa al comprobar que no la estaba mirando así en absoluto.
—¿Qué ocurre? —preguntó con desconfianza—. Estás sonriendo.
—Estoy contento de veros —Cal frunció el ceño y se cruzó de brazos—. Emily, respecto a lo de la otra noche en tu casa, quiero que…
—Fue un momento de debilidad —tampoco ella quería hablar de esa noche—. Lo cierto es que tenía ganas de sexo. Llevaba mucho tiempo sin hacerlo.
—Entonces, ¿hubiera valido cualquier hombre?
—Estabas a mano. Eso es todo.
—Entiendo.
—No te ofendas, sólo estoy siendo directa y sincera —Emily se encogió de hombros.
—Es bueno saberlo.
Emily estuvo tentada de decirle que no habría más momentos de debilidad, pero decidió no hacerlo porque le había asegurado que no mentía.
—En realidad no era de eso de lo que quería hablar —aseguró Cal.
Emily se preguntó de qué podría tratarse.
—Quería comentar el modo en que me porté después de…
A Emily se le sonrojaron las mejillas.
—Olvídalo.
—No puedo —Cal se pasó las manos por el pelo—. Actué como un imbécil.
Ella se estiró y lo miró a los ojos. Parecía muy serio. El hecho de que Cal Westen admitiera algo semejante le hizo tener esperanzas de que llegara a reinar la paz en el mundo.
—Me comporté mal y quiero pedirte disculpas.
No había ni una nube en el cielo, pero Emily esperaba que en cualquier momento surgiera un relámpago. No podía creer lo que estaba oyendo.
—¿Quién eres tú y qué has hecho con Cal?
Cuando Annie levantó la cabeza, él extendió los brazos y la niña se fue con él.
—Rhonda me dio una perspectiva distinta del tema —debió de percibir algo en su expresión, porque se apresuró a añadir—. No le he contado tu historia. Estábamos hablando en general. Pero yo no tenía derecho a juzgarte. No volveré a hacerlo.
Cal le dio un beso a su hija en el cuello, y a Emily le gustó oírla reír. Eso les alegró el ánimo y disipó la tensión que había entre ellos.
Lo siguió hasta el salón y dejó la bolsa de los pañales en la mesita.
—Ya tiene el bañador puesto —le dijo.
—¿Vas a venir a la piscina con nosotros? —quiso saber Cal.
—Sí.
Sólo que ahora deseó tener un bañador de cuerpo entero en lugar del bikini que llevaba bajo la camiseta y los pantalones cortos.
Annie se retorció en brazos de su padre, lo que obviamente significaba que quería bajar. Cal le quitó el vestido, y Emily aprovechó para desvestirse a su vez, esperando no llamar mucho la atención. Pero Cal no pudo evitar mirarla de arriba abajo con algo parecido a la admiración reflejado en los ojos.
Cal se quitó a su vez la camiseta, quedándose en bañador. Sus hombros anchos y bronceados y el amplio pecho desembocaban en un abdomen plano cubierto de un suave y masculino vello que ella se moría por acariciar. Pero si Cal la tocaba a ella, volvería a convertirse en fuego como antes.
—¿Lista para ir a nadar? —le preguntó él a Annie.
—Primero necesita crema de protección —Emily sacó un tubo de la bolsa de pañales y agarró a la niña para ponerle la crema.
—Tienes mucha maña —dijo él maravillado—. Tiene que ser difícil ponerle la crema con ella en brazos.
—Es cuestión de práctica —dijo ella dándole los últimos toques—. ¿Quieres tú también ponerte crema?
Las