Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa SouthwickЧитать онлайн книгу.
al lado del salón. Emily estaba metiendo cosas en la nevera.
—¿Qué hago con ella? —gritó Cal por encima de los gritos de la niña.
—Déjala en el suelo —contestó Emily mirándolo.
No tuvo que decírselo dos veces. Cal la dejó sentada, y Annie siguió llorando como si le estuvieran clavando alfileres.
—Iré a buscar el resto de las bolsas —dijo saliendo de allí sin esperar respuesta.
Cuando recogió las que faltaban y cerró el maletero, volvió al apartamento. Annie estaba saliendo por la puerta a gatas. Cal dejó las bolsas en medio del salón y corrió a recogerla. La niña chilló, una prueba más de que lo odiaba. Siguió protestando y retorciéndose cuando se la llevó a Emily.
—Es una corredora —dijo Cal.
—Bien. La has recogido —dijo mirando hacia atrás—. Si no cierras la puerta, siempre trata de escaparse.
Cal dejó a Annie en el suelo, y cuando su madre hubo terminado de colocar la compra, agarró a la niña y desapareció por el pasillo. Él las siguió.
Observó cómo Emily le cambiaba con pericia el pañal a la niña y luego regresaba a la cocina. Annie agarró uno de sus peluches y cerró los ojos. La respiración se le volvió más acompasada.
—Se ha dormido —anunció Cal.
—Ya lo sé —Emily estaba lavando unas manzanas en el fregadero.
—¿Cómo lo sabes?
—Es por la tarde y el calor la agota —ella sonrió con ternura—. Pero se acerca la hora de la cena, así que sólo va a echarse una siesta corta. Si la dejo dormir demasiado, luego no habrá forma de acostarla a una hora decente por la noche.
—Claro —contestó Cal.
—¿Hay algo que te preocupa? —preguntó Emily observándolo fijamente.
—¿Aparte del hecho de que cada vez que toco a mi hija grita como si yo fuera un asesino?
—Sí, aparte de eso.
—No sé mucho de ella, y soy su padre.
—Míralo de esta manera, Cal —Emily colocó las manzanas lavadas en un cuenco grande—, antes de que Annie naciera yo tampoco sabía nada de ella. He aprendido a conocerla pasando tiempo a su lado. Hago lo que puedo para asegurarme de que tiene sus necesidades cubiertas, y ella confía en que así lo haré. Lo único que hace falta es dedicarle tiempo. Si tienes ganas.
—¿Por qué no iba a tenerlas? —inquirió Cal.
—No eres un hombre que dé oportunidad alguna para que se desarrollen las relaciones.
—Nunca antes había tenido un hijo —respondió él sin molestarse en negar sus palabras.
—Hace falta tiempo para desarrollar la confianza. Y tengo la sensación de que a ti no te resulta fácil, aunque no sé por qué —Emily alzó las manos—. No tienes que contármelo.
En eso tenía razón. Nadie tenía por qué saber que su ex le había dado una lección de por qué no había que confiar en las mujeres. Emily había reforzado aquella idea ocultándole la existencia de su hija.
—Sí, no tienes por qué saberlo —reconoció Cal—. Y tienes razón en que necesito pasar tiempo con ella para construir la confianza. ¿Cómo vamos a trabajar eso?
—Todavía no estoy segura, pero lo haremos.
Cal miró a su alrededor para observar el entorno de su hija. Reconoció los muebles de cerezo que Emily tenía en su otra casa.
—¿Necesitas dinero? —le preguntó.
—No —la indignación quedaba clara en su respuesta.
—No pretendo ofenderte, pero te debo nueve meses de embarazo, el parto y los once meses de vida de Annie.
—No me debes nada —los ojos de Emily brillaron con furia durante un instante—. El dinero no es la razón por la que te hablé de ella. Sólo quería que supieras de su existencia por si algo me ocurre.
—Iré contigo a ver al médico —se ofreció Cal—. Puedo ayudarte con Annie. No es por nada, pero tiene una capacidad pulmonar importante. Va a ser difícil que escuches lo que el médico te diga.
—¿Está seguro? —Emily se mordió el labio inferior.
—Totalmente.
Cal no podía apartar la vista de aquel labio apretado suavemente entre los dientes. Le hacía pensar en el resto de su cuerpo, en las partes que ocultaba la ropa. Quería verla desnuda, y eso suponía un gran problema.
—De acuerdo entonces —accedió ella—. Puedes venir conmigo.
—Bien. Será un gran avance para establecer esa confianza.
Con su hija, no con Emily. Ella lo había dejado una vez y no le daría oportunidad de repetirlo. Tras haber bailado la danza del engaño con su ex mujer, sabía que las segundas oportunidades eran un tobogán hacia el lado oscuro. Lori siempre tenía un motivo para aquellos intentos de suicidio que no llegaban a materializarse. Así lo mantenía a su lado, al menos hasta que Cal volvía a hartarse y amenazaba con irse. Y entonces, sin previo aviso, ella lo había dejado a él.
Y Emily había hecho lo mismo. Pero ahora había regresado. Eso significaba un nuevo reto. Sin duda ella buscaba algo más que ponerlo en contacto con su hija.
Lo único que Cal tenía que hacer era averiguar de qué se trataba y vencerla en su propio juego.
Capítulo 3
EMILY llevaba a Annie en brazos mientras cruzaba el patio del centro médico. Cal iba a su lado cargando con la bolsa de pañales. Una parte de ella no podía evitar pensar en él como en un caballero andante. Pero su lado inteligente le decía que eso no era así.
Le había ofrecido dinero, por el amor de Dios. Como si creyera que quería algo más que no fuera la seguridad de su hija en caso de que el bulto en el pecho resultara ser cáncer. Utilizar la carta del dinero era como sacar la tarjeta roja y decir que no confiaba en ella. Como si necesitara más pruebas, le había hecho a Annie un frotis en la boca para obtener una muestra de ADN. Parecía como si a Cal le doliera hacerla llorar, pero la niña, igual que su madre, no daba señales de perdonar ni de olvidar, y aquel día no quería saber nada de él.
La cita era a las nueve en punto, y llegaban diez minutos antes. El patio sombreado estaba fresco a aquella hora del día, teniendo en cuenta que estaban en julio. En el centro había una gran jardinera con rocas y plantas de colores.
Emily se detuvo y señaló la última puerta a la derecha.
—Ésta es la consulta de Rebecca Hamilton. No sé si van a recibirme a mi hora.
—Soy médico. Ya lo sé —dijo Cal con ironía.
—Tú trabajas en urgencias, pero ella es una ginecóloga muy ocupada. Sus citas siempre se cambian por culpa de los partos. Los niños llegan cuando quieren.
—¿A qué hora nació Annie? —preguntó Cal—. Las gafas de sol oscuras le ocultaban los ojos y la expresión, lo que tal vez fuera mejor.
—A la siete de la mañana —dijo pasándole la mano a su hija por el cuello—. Una hora respetable. Escucha, voy a darte unos consejos para cuando entre en la consulta. Todo indica que a Annie no le va gustar que la deje contigo. Tu misión, si es que la aceptas, es que esté lo más contenta posible.
Emily estrechó a su hija con más fuerza.
—Si intenta bajarse, bájala. Deja que haga lo que quiera siempre y cuando no moleste a los demás o se haga daño. Intenta distraerla con un juguete. He traído sus favoritos, una taza con tetina y galletas. No te preocupes por el estropicio de la sala de espera.
—¿Estropicio?