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Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa SouthwickЧитать онлайн книгу.

Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick


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es tuya? ¿Quieres hacerte de todas formas las pruebas de ADN?

      —Sí —Cal se pasó los dedos por el cabello—. Para asegurarnos.

      —No tienes mucha fe en el género humano, ¿verdad?

      Antes de que él pudiera responder, volvió a sonar el timbre.

      —Disculpa —Emily se asomó a la mirilla y reconoció a la joven—. Tengo que abrir.

      Abrió la puerta, y en cuanto Annie vio quién era sonrió y estiró los brazos.

      —Hola, cariño —la joven de diecisiete años pelirroja de ojos verdes sonrió y agarró a la niña—. ¿Cómo está la pequeña?

      —Lucy, te presento al doctor Cal Westen. Cal, ella es Lucy Gates. Una de mis chicas —dijo Emily. Y a juzgar por la expresión escéptica de Cal supo que tenía que explicarse más—. Este edificio es una donación. Estoy al frente de un programa de ayuda y apoyo a madres adolescentes que no tienen ningún sitio donde ir. Aquí se ayudan unas a otras a criar a sus hijos mientras estudian. Si las madres no se cuidan a sí mismas, no pueden cuidar a sus hijos.

      Cal se metió una mano en el bolsillo de los vaqueros.

      —No pareces tener edad para ser madre.

      —Pero lo soy —le espetó Lucy observándolo con seriedad—. Mi hijo se llama Oscar. Pero ya veo que tú no entiendes nada. Igual que mis viejos.

      Aquello no estaba marchando precisamente bien, pensó Emily.

      —Lucy, el sólo está…

      —Juzgando —la interrumpió la joven—. Como todos los demás.

      A Emily aquella chica le recordaba a sí misma años atrás, cuando su madre le dio un ultimátum: o entregaba al bebé o se iba. Así que se fue. En un principio. Pero tras pasar unas semanas en la calle, supo que quería demasiado a su hijo como para someterle a aquella clase de vida y volvió a casa, donde fue obligada a tomar aquella terrible decisión. Ahora intentaba ayudar a las jóvenes que se enfrentaban al mismo dilema, y les ofrecía otra opción.

      Pero había llegado el momento de cambiar el tono del encuentro.

      —¿Dónde está Oscar? —le preguntó a Lucy.

      —Con Patty, mi compañera de piso —contestó la joven devolviéndole a Annie a su madre—. Vi a este tipo llamando a tu puerta y quería asegurarme de que todo iba bien. Ya sabes, estamos para ayudarnos.

      Cuando volvieron a quedarse a solas, la expresión de Cal era todavía más hostil.

      —No has sido muy amable con Lucy —le reprochó ella.

      —Nunca había tenido una hija que me tratara como si tuviera piojos y que prefiera a una extraña.

      —Lucy no es una extraña para Annie. Además, ese argumento es muy infantil.

      —Pero sincero —aseguró él.

      —No como yo.

      —Tú lo has dicho.

      Una conciencia culpable como la de Emily no necesitaba acusación.

      —Mira, Cal, las cosas son así. Puedes pagarla con todo el mundo o apechugar con la situación y conocer a tu hija. ¿Qué vas a hacer?

      —Es mi hija. Y ya va siendo hora de que me conozca —Cal se puso en jarras—. ¿Vas a ayudarme? ¿Vas a estar por aquí mientras Annie y yo nos conocemos?

      Cal tenía razón. No podía soltarle a la niña sin más porque eso sería demasiado traumático para ambos. Emily se dio cuenta de que tendría que haber pensado en ello, pero no lo había hecho.

      Vaya, iba a resultar muy divertido relacionarse con el tipo para quien romper corazones era un deporte olímpico.

      Sentado en el deportivo al que había bautizado como «Princesa», Cal vio el pequeño utilitario de Emily doblar la esquina y entrar en la zona de aparcamiento del edificio. Él, que estaba al otro lado de la calle, salió del coche.

      Mientras se acercaba a Emily, la vio abrir la puerta de atrás, sacar a Annie de la silla y dirigirse al maletero para sacar una bolsa de la compra. Cuanto más se acercaba, más bolsas veía.

      —Hola.

      Ella se dio la vuelta y apretó a la niña contra su pecho.

      —Cielos, me has asustado.

      —Creí que me habías visto. Estaba ahí aparcado —dijo señalando su coche con el pulgar.

      —¿Por qué? —preguntó Emily frunciendo el ceño—. ¿Me estás acosando?

      Cal se colocó las gafas en la parte superior de la cabeza.

      —¿Siempre te pones en lo peor?

      —Normalmente no —dijo ella con escasa convicción—, pero es que ésta no es una situación normal.

      —Seguramente sucede más veces de las que piensas —aseguró él.

      —En mi mundo no —insistió Emily soltando un poco a Annie, que lo miraba con desconfianza.

      —¿Tu mundo sigue incluyendo el trabajo social en los hospitales?

      —Sí. Además de en el programa de madres solteras, trabajo de freelance en la mayoría de los hospitales del valle. Al no tener un horario fijo de nueve a cinco puedo pasar más tiempo con Annie.

      En ocasiones, algún paciente de urgencias necesitaba la ayuda de los servicios sociales para que le orientaran sobre programas gratuitos y otras ayudas. Cal la había conocido cuando trataba a un niño enfermo de leucemia que no tenía seguro social. Avisaron a Emily para que aconsejara a los padres sobre algún tratamiento que pudiera financiarse. Cal estaba deseando pasarle el caso a otra persona cuando Emily Summers entró en la sala. Bastó una mirada a su rostro, especialmente a su boca, para desear lanzarse encima de ella. Y lo hizo, hasta que ella le dejó sin ninguna razón aparente. El hecho de que fueran a ser padres nunca se le había pasado por la cabeza.

      —¿Y dónde te toca trabajar hoy? —preguntó con naturalidad—. ¿Y dónde se queda Annie cuando no puedes estar con ella?

      —¿Cuánto tiempo llevas aquí?

      —Esta vez no mucho.

      —¿Esta vez? —preguntó Emily entornando los ojos con desconfianza.

      —He venido antes y he hablado con Patty, la compañera de piso de Lucy. Iba de camino a clase y me dijo cuándo volverías a casa.

      Emily tenía un par de bolsas de la compra en un brazo y a Annie en la otra, y se cambió el peso.

      Cal estaba contento de ver que parecía una niña sana. El día anterior, después de verla, se dio cuenta de que tendría que haber hecho un millón de preguntas. ¿Cómo fue el parto? ¿Hubo complicaciones? ¿Quién era su pediatra? Podía conseguirle al mejor del valle.

      Pero ninguna de aquellas preguntas había salido de su boca porque estaba demasiado impactado ante el hecho de que Emily le hubiera dicho la verdad. Esta vez su intención era conseguir un frotis bucal para hacer la prueba de ADN.

      Cal observó como Emily luchaba por sujetar las bolsas de la compra y a la niña al mismo tiempo y finalmente decidió que podría hacer algo al respecto.

      —Deja que te ayude —dijo quitándole las bolsas.

      —Agarra a Annie —Emily le puso a la niña en brazos—. Yo llevaré un par de bolsas y abriré la puerta.

      La niña comenzó a llorar al instante y estiró los bracitos hacia su madre. Emily ya corría hacia la puerta de entrada con la llave en la mano.

      —Annie está llorando —gritó Cal—. Haz algo.

      —Es bueno para los pulmones —respondió ella por encima de su hombro—. Tú eres médico. Sabrás lo que hay que hacer.


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