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Nosotras presas políticas - Группа авторов


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se fuera en libertad, para no producir muchos gastos a quien se ocupara de ella. La ropa estaba en su bolsa toda dobladita e impecable.

      Sufría de presión arterial alta y cada embate de los carceleros a ella le costaba caro a su salud. Pero, si bien su rostro y algún que otro comentario que hacía manifestaban sus temores o nerviosismos, nunca dejó de estar junto a todas nosotras en la resistencia al plan de desgaste y denigración que las autoridades del penal llevaron adelante.

      Supo y quiso bancarlo. Fue sancionada al igual que cualquiera de nosotras, siempre prefirió la peor de las condiciones pero a nuestro lado. No le dieron la libertad acá como ella añoraba. Debió salir expulsada hacia otro país, en Europa. Todavía recuerdo de qué manera la despedimos cuando se fue. De todas las ventanas se escucharon “Chau, Cachita”, “¡Fuerza, Cachi!” A su hijo ya lo habían matado al poquito tiempo de la detención de ella. Sin embargo el ensañamiento de las fuerzas militares también cargó contra ella y la retuvo por más de 6 años en prisión, y varios de expulsión de su país. Cuando volvió a la Argentina una sola cosa tenía en mente y quería cumplir: visitar la tumba de su hijo y de su esposo.”

      “LA MAGGI” NORA MAGGI

      La llegada de nuevas compañeras hacía que buscáramos las mil y una formas para integrarnos. Así fuimos armando actividades que resultaron experiencias muy ricas.

      “Brunilda, esposa de un militante, criada en una chacra de Entre Ríos, con una educación muy rígida, detenida y torturada junto a su marido. Al momento de conocerla estaba ganada por el resentimiento, que a partir del afecto conquistado en el aprendizaje se transformó en cariño, respeto y reconocimiento hacia el resto. Fundamentalmente, un gran cariño y deseo de permanecer junto a nosotras a pesar de no acordar con nuestros proyectos de resistencia. El proceso de alfabetización comenzó, no con palabras, sino con el dibujo de su casa materna. Fue un proceso maravilloso de conocimiento mutuo y de afecto. Teníamos historias personales tan diferentes que ella aprendió a leer y a escribir, pero yo aprendí cómo se vive tan distinto en el mismo país. Escribimos y nombramos cada detalle de su casa y cada palabra era una historia de su vida y la mía. Comenzó a escribirle a su hijo, a su familia. No fue por mucho tiempo el aprendizaje, pero nos llevó muchas horas de cada día. La compañera era de muy buena madera y durante la política de aniquilamiento hizo por mí cosas hermosas. Por ejemplo, después de cada requisa, ella, que no participaba de la resistencia, quedaba sola en la celda por quince días (cada vez que al resto nos sancionaban en las celdas de castigo), y a la vuelta tenía perfectamente acomodados los papeles de cigarrillos y las biromes de punta fina (que usábamos para escribir nuestros materiales de estudio). Era algo extraordinario sentir que ella había pensado en cuidar las cosas que eran importantes para mí, para nosotras, que cuando salió en libertad lo hizo queriéndonos, a pesar de no haber acordado nunca con ninguna medida de resistencia.”

      “LA CAPPE” ADRIANA CAPPELLETTI

      La represión se desplegaba sin límites; a Inés Urdampilleta la fueron a buscar a su casa. Ella era la mamá de Silvia Urdampilleta, a quien secuestraron en el año 1975 en una maldita cita en Chacarita, cerca del cementerio. Nunca más se supo de ella. Silvia sigue desaparecida.

      Inés había nacido un 7 de junio, tenía 32 años cuando dio a luz a Silvia un 24 de marzo de 1947, así que calculamos que en el momento de su detención tendría 60. La detuvieron en febrero del 76.

      “La Vieja Inés fue una compañera que compartió con nosotros dos años de duro encierro durante el 76 y el 77. Había nacido en Las Flores, en Buenos Aires. Maestra de alma, toda su vida la dedicó a la docencia y a acompañar a su hija cuando militaba, y luego a buscarla cuando fue desaparecida. Inés había nacido en una escuela donde su madre era directora y sus hermanos también fueron maestros. Con orgullo contaba esta especie de dinastía que la dotaba de una identidad indiscutible: maestra. Nació el día del Periodista, lo que recuerda a su amado Mariano Moreno, situación que sumaba motivos de orgullo a su estirpe. La Vieja era de una personalidad singular. Con apariencia de delicada dama era, sin embargo, muy enérgica, de muchas agallas, convencida y convincente, tenía argumentos sólidos y un estilo muy claro para trasmitir lo que pensaba y para convencer al otro. Así era común verla muy docente, muy pedagógica, paradita en la reja disputando oratoria con algún jefe de turno que no podía seguir el hilo de sus respetuosos pero contundentes reclamos. Era soltera y se había enamorado de un inspector que, en sus recorridas, había recalado en su escuela. La sedujo de por vida cuando una tarde, en medio de una muy seria reunión, le deslizo al oído: “Esa trompita va a ser mía.” Después del enorme susto que le provocó semejante audacia Inés quedó tocada para siempre por ese amor, que se presentaba imposible. A pesar de los prejuicios de la época, de las dificultades por mantener las formas y los sobresaltos que producían en ella semejante desafío, los amantes se veían a escondidas. Años después ella contaba con una amplia sonrisa cómo burlaban las miradas indiscretas entrando separados a distintas habitaciones de un hotel, que estaba preparado para que luego se reunieran en una misma habitación a través de pequeñas puertitas escondidas. Le gustaba rememorar estos recuerdos y entonces se encendía con esa deliciosa mirada maliciosa y divertida y explotaba en la tarde su risa única y maravillosa. Inés era muy hermosa, tenía un cuerpo privilegiado aún a los setenta y pico de años y sus ojos, a pesar de tantas lágrimas, nunca perdieron la vivacidad y la juventud que les daba su enorme fuerza interior. Tuvieron a Silvia en esos cuartos clandestinos, en esas escapadas que le quebraban el aliento. El amante volvió a su provincia y las promesas de matrimonio no se pudieron cumplir. Entonces Inés, “la señorita”, debió afrontar su maternidad sola en una época dura de maledicencias. Sostuvo su embarazo hasta el momento del parto y allí partió a Salta para tenerla en completa soledad. “La hija”, como ella le decía, se crió un poco solita, mientras la mamá atendía su trabajo en la escuela, un poco oculta, un poco enfrentando de a poco esa “irregularidad” que soldó particularmente la vida de ambas. Inés fue muy valiente siempre, enfrentándose a las normas sociales, peleando con las autoridades, defendiendo siempre a sus alumnos, innovando constantemente su pedagogía con mucho instinto. Le encantaba contar cómo muy tempranamente introdujo en su escuela la elección democrática del abanderado, del mejor compañero. Cómo educaba haciendo que sus alumnos participaran, se jugaran, se comprometieran con las cosas. Siempre enseñó en colegios pobres, dedicando muchas más horas que las que fijaba el reglamento. Estaba orgullosa de haber creado una escuela en Cura Brochero. Algunos de sus alumnos la visitaron hasta el día en que murió; tal era la huella que había dejado. Conoció al Partido a través de su hija pero descubrió rápidamente que lo que movía a esos militantes era lo mismo por lo que ella venía luchando hacía rato, y se enamoró del Partido, fue una militante que no eludió tareas ni riesgos, y por su dedicación fue nombrada “La madre del Partido”, título que la llenaba de orgullo. Soportó tres detenciones de Silvia, las consecuentes peregrinaciones para encontrarla, para tratar de frenar la tortura, y luego las visitas a las distintas cárceles, las peleas en las requisas, las peleas en los juzgados, la alegría de los encuentros en libertad, hasta la última y definitiva tarde de abril de 1975 en que a los rastros de Silvia se los llevó el viento. Buscándola encontró la cárcel en días anteriores al golpe del 76. En la cárcel fue como debía ser una maestra militante. Formó la escuelita donde algunas compañeras aprendieron a escribir o completaron su primaria. La recuerdo entre los bancos de cemento del pabellón ir y venir corrigiendo, dictando, y luego en la celda con los cuadernos. La imagen que me viene de esto es de completa libertad, como si hubiera estado dando clase en sus amados barrios de Córdoba.

      Cuando salió tuvo épocas duras. Su vida sin Silvia perdía sentido. En sus últimos años se fue a vivir a una especie de geriátrico muy particular, muy libre, en el valle de Calamuchita. Un lugar organizado por unas antiguas monjas a quienes les gustaba seguir desarrollando tareas culturales y hacia la comunidad. El lugar era paradisíaco con un enorme parque, un río que lo atravesaba y atrás los cerros. Tenía un viejo espacio, similar a un granero, que ellos acondicionaron para que hiciera las veces de taller. En frente existía un barrio muy pobre, prácticamente una villa. Entonces Inés, con otros compañeros de “pensión”, comenzaron a dar apoyo escolar. Las actividades tomaron cuerpo rápidamente y al poco tiempo estaban haciendo talleres de escritura, teatro, títeres, plástica y otras


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