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Kara y Yara en la tormenta de la historia. Alek PopovЧитать онлайн книгу.

Kara y Yara en la tormenta de la historia - Alek Popov


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Enterrador del Capitalismo… —empezó una de las chicas con aspecto serio.

      Estas palabras lo acariciaron como un bálsamo. Hacía tiempo que no oía su nombre clandestino en todo su esplendor.

      —¿Nos podría explicar, camarada Enterrador del Capitalismo, qué factores sociales han impuesto el uso de este saludo tan original a las mujeres en la ciudad obrero-combativa de Pernik?

      —¿Eeeh? —dijo abriendo los ojos como platos el Enterrador.

      —¿Nos podría revelar el sentido revolucionario de la metáfora «bocacha»? Seguro que tiene algo que ver con la lucha del proletariado de Pernik… —añadió la otra.

      El Enterrador intentó comprender lo dicho, pero su cerebro hizo clac y se apagó. Notó una dolorosa sensación de desamparo, como si de pronto se hubiera quedado ciego. Lo único que logró soltar fue un «¿Pero qué…?», y masticó las últimas palabras como un pepino amargo.

      —¡Te han enterrado, Enterrador! —Lenin sonrió de oreja a oreja—. ¡Chicas listas! Solo espero que no nos enterréis también a nosotros…

      3. KOMBRIG MEDVED

      A finales del verano de 1941, mientras el carro de fuego de la Wehrmacht arrasaba desbocado la gran estepa rusa, en las cálidas aguas de la bahía de Varna asomó el periscopio de un submarino soviético. La costa estaba oscura, y la noche, sin luna. El submarino negro afloró silenciosamente en la superficie. Se abrió una compuerta y una docena de siluetas agachadas cruzaron la cubierta en fila india. Poco después, del cuerpo del submarino se separó un bote de goma que se dirigió a la costa. Los hombres remaban en completo silencio, hundiendo los remos con cuidado para no hacer más ruido del necesario. El submarino se sumergió tal y como había aparecido —desapercibido—, dejando tan solo una franja de espuma de mar.

      Él no tenía ningún inconveniente.

      La primera y más importante tarea era la de protegerlo. Debido a su fuerte acento ruso, resultó más complicado de lo previsto, puesto que no era capaz siquiera de comprar tabaco sin delatarse. En aquellos tiempos en Bulgaria se oía poco ruso y enseguida llamaba la atención. No podía, o bien no quería, renunciar a este acento porque, al fin y al cabo, era una cuestión de prestigio. Durante todo el otoño y el invierno lo estuvieron escondiendo en diferentes buhardillas y sótanos de Sofía, bajo distintos nombres, hasta que en la primavera de 1942 terminaron convenciéndolo de que asumiera el mando de una unidad de partisanos en proceso de formación que operaba en el extremo oeste de los montes Balcanes: el destacamento Patarinska. El problema radicaba en que Medved venía de la URSS habituado a manejar escalas completamente diferentes, preparado para liderar al menos una brigada o una división, algo que aún no existía en Bulgaria. No era menos problemático que los destacamentos de la Primera Zona Operativa Militar ya tuvieran sus propios comandantes, gente local que no podía ser sustituida así como así, sin provocar un importante malestar y discrepancias. Por otro lado, estaba más que claro que un líder de la magnitud de Medved no aceptaría ningún cargo de segundo orden como comisario político o instructor. Ni siquiera intentaron ofrecérselo: ¡tal era el respeto que le tenían en aquellos días! Medved había venido para estar al mando y debía estarlo. Y, además, no de cualquier cosa. Entonces los camaradas de la comandancia central emplearon una pequeña artimaña…


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