Lady Hattie y la Bestia. Sarah MacLeanЧитать онлайн книгу.
la punzada de tristeza que la invadió al entenderlo, fingió no notar el escozor en los ojos ni el indicio de una emoción no deseada en su garganta. Cruzó con más fuerza los brazos sobre el pecho y pasó por delante de él hasta donde se había dejado el chal.
Una vez envuelta en la rica tela de color turquesa, se volvió hacia él, que miró al lugar donde el chal cubría el vestido desgarrado que ella misma le había exigido rasgar.
Hattie respiró hondo. Si podía decir una cosa, también podía decir otra.
—Me parece, señor, que usted preferiría hablar de negocios. —El arqueó una de sus oscuras cejas con curiosidad—. No negaré que sé quién ha tenido algo que ver con la «situación» de esta noche. Los dos somos demasiado inteligentes para jugar al gato y al ratón.
Él asintió con un gruñido.
—Iré a buscar lo que ha perdido. Se lo devolveré. Por un precio —le ofreció.
—Tu virginidad. —La observó durante un largo instante.
—Usted quiere un castigo; yo quiero un futuro. Hace dos horas, estaba preparado para una especie de transacción, así que ¿por qué no ahora? —Hattie hizo un gesto de asentimiento que él no respondió, así que levantó la barbilla negándose a dejar que viera su decepción—. No hay necesidad de fingir que deseaba hacerlo por la bondad de su corazón. No soy una ingenua. Tengo ojos y un espejo.
Sin embargo, lo había sido por un momento. Casi la había engañado para que hiciera ese papel.
—Y usted no es un caballero de brillante armadura, ansioso de cortejarme. —Silencio. Maldito silencio—. ¿Verdad?
—No lo soy. —Whit se apoyó en el poste de la cama y cruzó los brazos.
El hombre podría al menos haber fingido. Pues no. No quería fingir. Prefería la sinceridad.
—¿Y entonces? —La observó durante un largo rato; aquellos ojos infernales que lo veían todo se negaban a quitarle la vista de encima —. ¿Quién eres?
—Hattie —dijo encogiendo levemente los hombros.
—¿Tienes un apellido?
—Todos tenemos apellidos. —No iba a decírselo.
—Mmm. —Hizo una pausa—. Así que me ofreces el nombre de mi enemigo, aunque no el tuyo, a cambio de un polvo.
—Si piensa que me va a acobardar con su lenguaje, no funcionará. —No se escandalizó por sus palabras—. Crecí en los muelles. —Había jugado en los aparejos de los barcos de su padre.
—No eres del arroyo. —La miró entrecerrando los ojos—. ¿O sí? ¿Quién eres? —No se sorprendió de que no le respondiera.
—No importa. El hecho es que me crecieron los dientes escuchando el lenguaje soez de los marineros y los estibadores, así que no me sorprende. —Apretó el chal con fuerza sobre su torso y estudió a aquel hombre, al que había encontrado atado en su carruaje, que pensaba que su hermano era un enemigo y que se llamaba a sí mismo Bestia. De manera irónica.
Debería irse. Terminar la noche antes de que fuera más lejos. Volver en otro momento y reanudar el Año de Hattie con otro hombre.
Pero no deseaba a otro hombre, no después de que este la besara tan bien.
—No le daré un nombre. Pero le devolveré lo que haya perdido. —Iría a su casa, resolvería el papel de Augie en este asunto, recogería lo que fuera que le hubiera quitado a aquel hombre y se lo devolvería.
—Probablemente sea lo mejor.
—¿Por qué? —Alivio, luego incertidumbre.
—Si me das el nombre, serás la responsable cuando lo destruya.
Su corazón palpitó con aquellas palabras. Destruir a Augie era destruir el negocio de su padre. Destruir su negocio.
Debería terminar con aquello. No volver a ver a aquel hombre. Ignoró la decepción que le causó la idea.
—Si no le interesa mi oferta, entonces debería irse. Tengo una cita. —Tal vez aún pudiera salvar la noche.
No era que ella desease a Nelson. No importaba. Era un medio para un fin.
—No. —Un músculo se movió en la perfecta y cuadrada mandíbula masculina.
—Entonces, ¿qué?
—No estás en posición de hacerme una oferta. —La alcanzó una vez más, sus largos y cálidos dedos se deslizaron por su nuca, desestabilizándola lo suficiente para que ella apoyase las manos en su pecho para no caer—. Yo consigo todo… —Atrapó su respiración con sus labios, en un firme y cálido torbellino de placer. Rompió el beso—… lo que es mío —gruñó.
Lo que fuera que su hermano hubiese robado.
—Sí. —Ella se encontró con sus labios de nuevo. Suspiró cuando sus lenguas se enredaron en una larga y lenta danza. Él se retiró—. Lo que es suyo. —Su virginidad—. Sí —susurró, poniéndose de puntillas para otro beso.
—¿Y el nombre? —Casi se rindió a ella.
—No. —Nunca. Hattie sacudió la cabeza. Lo acercaría demasiado a todo lo que le importaba.
—Yo no pierdo, amor. —Arqueó una de sus cejas oscuras.
—¿Necesito recordarte que te eché de un carruaje en marcha? Yo tampoco pierdo. —Ella sonrió, le deslizó las manos por el pelo y tiró de él para atraerlo. Lo besó profundamente. Estaba disfrutando al máximo.
No estaba segura de si él sentía o escuchaba un estruendo en su pecho. Tampoco estaba segura de que fuera una risa, pero quería que lo fuera cuando la levantó en el aire y se volvió hacia la cama una vez más. «Para cumplir con su trato».
La dejó en el colchón y se inclinó sobre ella para apoderarse de sus labios de nuevo; Hattie no pudo contener su suspiro de placer antes de que la soltara y la besara en la mejilla, junto a la oreja.
—¿Necesito recordarte que te he encontrado? —susurró él. Le rozó el lóbulo con los dientes y ella jadeó—. Una aguja en el pajar de Covent Garden.
—Casi una aguja. —Ella brillaba como un faro. Desde el principio.
—Esperando a un hombre que cumpliese tus… ¿cómo los llamaste? ¿Requisitos? —La ignoró.
Sus requisitos habían cambiado. Y él lo sabía.
—Me han dicho que Nelson es extremadamente minucioso.
Ella