Lady Hattie y la Bestia. Sarah MacLeanЧитать онлайн книгу.
quedaron inmóviles.
La puerta se abrió justo lo suficiente para que una cabeza se asomara. Lo suficiente para que las palabras se colaran.
—milady, su carruaje ha regresado.
«Maldición». Nora. ¿Ya habían pasado dos horas?
—Tengo que irme. —Lo empujó.
Bestia se movió al segundo, se alejó de ella dejándole el espacio que le había pedido y no quería.
—¿Vas a algún sitio? —Sacó los relojes del bolsillo y los revisó con tanta rapidez que Hattie se preguntó si sabía que lo había hecho.
—A casa.
—Qué escueta —dijo.
—No esperaba una conversación brillante. —Hizo una pausa—. Aunque la conversación no es algo que practiques a menudo, ¿verdad? —Después de un largo rato de silencio, sonrió, incapaz de detenerse—. He dado en el clavo. —Cruzó la habitación, recogió su capa y se volvió hacia él—. ¿Cómo te encontraré? Para… —Cobrarme. Casi dijo cobrar. Sus mejillas se encendieron.
La comisura de su hermosa boca se movió, apenas se elevó antes de volver a su lugar. Sabía lo que ella había estado pensando, sin duda.
—Yo te encontraré a ti —dijo él.
Era imposible. Nunca la encontraría en Mayfair. Pero ella podría volver al Garden. Lo haría. Se habían hecho promesas, después de todo, y Hattie pretendía que se cumplieran.
Pero no tenía tiempo de explicarle todo aquello. Nora estaba abajo, con el carruaje, y Covent Garden no era un buen lugar para pasar la noche. Augie sabría cómo encontrarlo. Dejó que su sonrisa relajara su semblante.
—¿Se trata de otro reto, quizá?
Vio algo parecido a sorpresa en sus ojos, ahuyentada por otra cosa: admiración. Ella se alejó de él y puso la mano en la manija de la puerta mientras el placer la atravesaba. Placer, emoción y…
—Siento haberte tirado del carruaje —dijo, dándose la vuelta.
—Yo no lo siento. —Su respuesta fue instantánea.
La sonrisa permaneció en sus labios mientras se abría camino por los oscuros pasillos del 72 de Shelton Street, el lugar donde había pensado empezar de nuevo. Para reivindicarse a sí misma y reclamar al mundo lo que le correspondía por derecho.
Tal vez lo había hecho. Aunque no de la manera que ella esperaba. Algo susurraba en su interior. Algo que insinuaba libertad.
Hattie salió del edificio y se encontró a Nora apoyada en el coche, con la gorra sobre la frente y las manos en los bolsillos del pantalón. Sus dientes blancos brillaron cuando Hattie se acercó.
—¿Cómo ha ido? —Hattie se adelantó a su amiga al hablar.
—Encontré un dandi para una carrera y le aligeré los bolsillos. —Nora se encogió de hombros. Hattie sacudió la cabeza con una pequeña risa.
—¿Y lo tuyo? —Fingió estar escandalizada. Cuando Hattie se rio, Nora inclinó la cabeza—. No me dejes con el suspense, ¿cómo fue?
—Muy inesperado. —Hattie eligió su respuesta cuidadosamente mientras Nora abría la puerta del carruaje y desplegaba el escalón.
—Eso es un gran elogio. ¿Cumplió con tus requisitos?
Hattie se detuvo al poner un pie en el escalón. «Cualidades». Se dio unas palmaditas en los bolsillos de la falda.
—Oh, no…
—¿Qué? —Nora se inclinó—. Hattie, has usado protección, ¿no? —susurró con cierta dureza—. Me aseguraron que te darían.
—¡Nora! —Hattie apenas pudo decir su nombre. Estaba demasiado ocupada entrando en pánico. No tenía su lista. La recordaba en la mano. Y entonces…
El hombre llamado Bestia la había besado.
Y había desaparecido.
Se volvió y miró hacia las ventanas felizmente iluminadas del 72 de Shelton Street. Allí estaba, en una hermosa y gran ventana abierta del tercer piso. Ahora estaba abierta al mundo, así que todos podían verlo, una sombra retroiluminada, un espectro perfecto en la oscuridad.
Levantó su mano y presionó algo contra la ventana. Un rectángulo que identificó al instante.
«Bestia, en efecto».
—Llévame con mi hermano. —Se volvió hacia Nora. Entrecerró los ojos. Había ganado aquel asalto, y a Hattie no le importaba.
—¿Ahora? Es de noche.
—Entonces, esperemos no arruinar su sueño.
Capítulo 6
Lord August Sedley, hijo menor y único varón del conde de Cheadle, no estaba dormido cuando Hattie y Nora entraron en las cocinas de Sedley House media hora después. Estaba muy despierto y sangraba sobre la mesa de la cocina.
—¿Dónde has estado? —gimió Augie al ver entrar a Hattie y Nora en la habitación. Tenía un trapo ensangrentado pegado a su muslo desnudo—. Te necesitaba.
—¡Oh, querido! —dijo Nora, nada más entrar la cocina—. ¡Augie no lleva pantalones!
—Es una mala señal —comentó Hattie.
—Tienes toda la razón, es un mal presagio. —Augie escupió su indignación—. ¡Me acuchillaron y no estabas aquí, y nadie sabía dónde encontrarte y he estado sangrando durante horas!
—¿Por qué no le pediste a Russell que se encargara de ello? —Hattie apretó los dientes ante sus palabras, recordándose que la exigencia era el estado natural de Augie. Su hermano tomó un trago de la botella de whisky—. ¿Dónde está?
—Se fue.
—Por supuesto. —Hattie no disimuló su disgusto cuando fue a por un cuenco de agua y un trozo de tela. El ayuda de cámara de Augie, Russell, a veces amigo, a veces hombre de armas, y siempre una plaga, era perfectamente inútil en el mejor de los casos—. ¿Por qué iba a quedarse si estabas sangrando por toda la maldita cocina?
—Sin embargo, aún respira —dijo Nora con tono burlón, mientras abría un armario y cogía una pequeña caja de madera que dejó junto a Augie.
—Apenas —gruñó Augie—. Tuve que arrancarme esa endiablada cosa.
La mirada de Hattie se iluminó al ver el impresionante cuchillo